sábado, 3 de agosto de 2024

TIZIANA...UN HABITANTE DEL BOSQUE


                        La cabalgadura de color cobrizo, con sus crines al aire y su manta de fino paño de terciopelo verde, almohadillado con un cojín de suave piel de oveja blanca, mullido y terso, apareció en medio de un claro del bosque de arrayanes y robles. Nadie montaba la yegua y las riendas flojas arrastraban las hojas crujientes del otoño. Unas abubillas, con sus altos penachos de plumas rosadas, agitaron sus alitas asustadas, para espantar un posible enemigo de sus polluelos.

                        El silencio roto por el sumbido de las alitas transparentes de los alguaciles y libélulas, era más una invitación al sosiego y no a la inquietud. Los pequeños habitantes del bosque no tienen inquietudes por la inesperada aparición de otro animal, aunque éste, sea un caballo enjaezado con tan ricas vestiduras.

                        Un murmullo de hojas chasqueantes, pisadas por un ser algo pesado transformó el cálido y pacífico solar en un ruidoso movimiento de aves fugitivas. Entre los matorrales y las ramas caídas de los árboles apareció un hombre. Gordo y fuerte como el tronco de un rústico abedul. Sus brazos parecían dos masas de piedra y sus piernas un par de leños de pino gigante. Vestido con un traje negro de paño grueso y fuerte, botas de cuero y capa amplia, atroz en su mirada y con cara despiadada, tomó las riendas y tironeó para llevarse al animal, que trató de zafarse y echar a correr entre las marañas donde queda apretada y esclava de tal serio enemigo. Una carcajada alegre rompe el silencio. ¿ Es ese hombre un malvado?. Con la luz que cae sobre su rostro alegre y risueño, sólo se puede ver una cara regordeta llena de pecas y un cabello rojizo como las crines de la yegua. Con una voz ronca pero bondadosa, el vulgar palafrenero, tomando las riendas habla a la acosada bestia pidiéndole que regrese de buen modo a su dulce ama.

                        Así al sentir el nombre de su amada señora, el animal regresa sin mediar rebeldía. Fuera del bosque y junto a un hermoso estanque sentada en un cojín cerca de la orilla. Allí un grupo de garzas revuelven con sus afilados picos el barro para comer. Ella saborea  unas frutas.

                        -¡Tiziana, quieres cantar...yo tocaré mi flauta y Fiorela la mandolina !.- dice alegremente Nerina. Una voz de graciosa belleza y ternura, subyuga la pequeña comunidad que ahí se ha reunido. Aparece un garboso mozuelo con una celesta tenue y cristalina, acompañando la armonía de las tres bellas doncellas. Nadie conoce el nombre ni el origen de tanto estilo principesco.

                        - Mi nombre, puede que sea desagradable a los oídos de tan lindas damitas....me llamo Casandro Godofredo Finisterre y soy el buen hijo de mi padre.- explica riendo con carcajadas ruidosas y complacidas. También mágicamente de su jubón de seda carmesí extrae un bella rosa blanca que deposita entre las agraciadas y finas manos de Tiziana.

                        - Debes saber joven Casandro que no me permiten hablar con desconocidos..., puedes tú, ser un fantasma, un gnomo, un desagradable dragón transformado.- suspira diciendo la chiquilina, mientras mira a las jóvenes que con sus instrumentos silenciosos, tratan de atraer la mirada del mancebo.

                         De repente llega por un sendero el prudente palafrenero con el brioso corcel. Observa al mozuelo y elevando un talismán fantástico, toca el hombro de tan hermoso caballero y éste dando un estrepitoso brinco se transforma en un gracioso lagarto, que se esconde entre las frondas de los helechos, se deslisa al lago y desaparece. Sobre el pasto fresco queda su celesta caída y entre las manos de Tiziana una rosa blanca.

                        Muy enojadas las tres muchachas, regañan al pobre hombre y le ruegan lo vuelva  a transformar en el espléndido adolescente que era. El bellaco, se niega y torpemente las niñas, le arrebatan el talismán y pronuncian las palabras mágicas. Desde el agua aparece un caballo blanco de piel reluciente. La hermosa Tiziana llama a su corcel y luego de montarlo apresura una huída hacia lo más profundo del bosque. Allí intentará regresar al bruto y volverlo ese magnífico músico que con su celesta y una rosa blanca la pudo enamorar.

                        Cuentan las viejas del bosque, medio brujas y medio ángeles, que ellas han visto entre la espesura  a la mujer abrazada a un centauro.  Ellos ahí cantan y se besan rodeados de pájaros exóticos y mariposas multicolores.

                                  

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