El hombre de barba, se apretaba la chaqueta y el manto, con esfuerzo, para evitar el frío de un amanecer gélido. Sobre el breve espacio de huella por donde transitaba, sólo se oía el sufrido fregar de las hojas de cereales que congeladas, se movían al ritmo del viento.
No era aun, tiempo de cosecha. Las espigas estaban apenas a mitad de camino de madurar. En el recodo se sorprendió al ver una figura agazapada. Un hombre, con el extraño atuendo de los campesinos del otro lado del río. ¿Qué hacía allí?
Un sórdido mal humor lo embargó. ¡Un espía! No, un ladrón. Mil ideas pasaron rápido por su imaginación. Apresuró el paso y el extraño se irguió con las manos entintas en sangre. Se detuvo. ¿Qué quieres? Le dijo sin mostrar el terror que sentía. Acaso me vas a matar o quieres que te mate… pero, vio que junto al maltrecho, una mujer había parido un niño y aun, latía en su cordón la sangre tibia de la madre. ¡Ayúdame! Le pidió el desconocido. Me iba de prisa a buscar una anciana comadrona y el parto se adelantó. Mi esposa y mi niño tienen frío y no tengo nada con qué cubrirlos. Ayúdame.
Caminó y junto a ellos, se quitó el manto y cubrió a ambos, madre e hijo. El forastero lloraba y sus lágrimas iban dejando un surco sobre la piel marchita del rostro. Acomodó a la pobre parturienta con paja que arrancó de debajo de un árbol. Tomó algunas ramas y prendió un insignificante pero amoroso fuego. El resplandor compitió con un sol pálido que asomaba entre los campos.
Ven, le dijo al padre, te diré dónde puedes buscar ayuda. Ves ese monte, tras él, hay una casa vieja y allí encontrarás una buena gente que te dará un espacio para tu desdicha.
No puedo dejarlos solos. Ella no tiene fuerza, el bebé, es muy débil y yo no puedo cargar a ambos. Ve tú y trae a alguien. Mi nombre es Marcus. Vivía en la otra orilla del río hasta que murió el dueño del campo y el hijo nos echó así, con lo que tenemos puesto. Trabajé desde niño con su padre, pero para él, el tiempo no existe. ¿Cómo te nombran por acá?
Durry Stone. Soy el herrero de la aldea. ¡Y buen susto me has proporcionado! Buscaré ayuda. Aunque voy de prisa. Quédate acá junto a ellos y sigue buscando madera para darles calor o morirán de frío. La sobria camisa de algodón y la chaqueta no le daban mucho abrigo, pero se separó del grupo y caminó por la cornisa del camino para atravesar hasta la casucha de Mary Snow, su vecina. Allí seguro encontraría a Peter para que le prestara una capa y con una angarilla asistieran a los desdichados del camino.
Golpeó y el sonido amable de Peter le devolvió el aliento. Pronto el buen hombre le envolvió los hombros con su manto de pura lana escocesa y buscando a Mary, salieron hacia el campo.
El olor del humo que producía la madera húmeda, dirigió los pasos del grupo. Al acercarse, vieron con alegría cómo la mujer amamantaba al pequeño. La cobijaron en la parihuela y dejando a Durry Stone que continuara su viaje, regresaron al hogar de Peter y Mary.
El sol ya comenzaba a desbordar en tibieza y el olor de una sopa de gallina y cebollas, calentó el alma del grupo. Marcus, preguntó si había alguna tarea que pudiera hacer. Salió y hachó leña para el fogón, limpió la porqueriza y juntó algunas manzanas del suelo. Al atardecer vieron que una figura caminaba por el muro de la cabaña, el perro, el mustio ¡Jak! mojado y trotando traía al caballo con la cuerda en las fauces. Era el flaco jamelgo de Marcus que había roto la cuerda que lo ataba al corral y cruzando el río, había buscado a su viejo amo.
Al anochecer vieron llegar a Durry con una hogaza de pan, queso y carne asada. Sentados tomaron una cerveza junto a la mesa del campesino. Llegaron a un buen arreglo, Marcus ayudaría por un tiempo a Peter con las faenas del campo y mientras tanto buscarían un lugar y trabajo en la aldea para el pequeño grupo.
Pasó un tiempo y la breve familia fue al caserío, donde el barbero contrató a Marcus para los trabajos pesados y así, regresaron los tiempos de paz y de cosecha.
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