miércoles, 7 de agosto de 2024

ANTONIA, LA COSTURERA

  

            ¡No hay luz suficiente! Siempre es baja la electricidad que manda la cooperativa. Tengo siete vestidos para coser y aquí apenas se puede distinguir por donde pasa la Sínger. No importa qué tan temprano salte de la cama, siempre llega esta hora y no veo bien.

Antonia habla sola, las paredes son un eco perpetuo de su soledad y trabajo. Tiene su gastado precioso alfiletero en la muñeca. Sus manos enrojecidas por coser y bordar telas finas, encajes, tules y aplicar lentejuelas y estrás en los vestidos de fiesta o bodas. Encorvada sobre la máquina, su pie se mueve al ritmo de un bolero que en la vieja radio suena desde la repisa del taller.

Sola. Soltera y sin mucho tiempo para darse el lujo de salir de paseo o de bailes. Se fue quedando sola. Primero el padre, obrero afanado en la fábrica de galletitas del pueblo vecino. Después su madre. Verdadera hada de la costura, hacía maravillas con cualquier tela, que le trajeran y salían prendas hermosas. Finalmente su hermano, algo desordenado para vivir, según las comadres del lugar, porque se fue a estudiar afuera, a la ciudad y nunca logró traer un título.

Su gran compañía era una gata ciega que trajo el "Pocho", el perro que de viejo hubo que dormirlo. Le puso Mimí, pero la gata era perezosa y zalamera. Salía por las noches y se ubicaba en el aljibe y ronroneaba hasta que Antonia, cansada se dormía. Un día llego preñada y tuvo cinco gatitos, uno más feo que el otro. Nada finos, como sería el gato "maula" que la hizo madre. ¡A la gata! Ella nunca sería madre. Pero... la vida tiene sus bemoles.

Una tarde de esas que estaba terminando el vestido de una quinceañera, tocaron el llamador y se levantó refunfuñando. ¡Esta no es hora de venir a buscar una prenda! Dijo fuerte para que la escucharan desde afuera. Al abrir se encontró con un hombre calvo, obeso y rubicundo; de la mano llevaba una niña de unos cinco a seis años. Sujeta como un animalito, la niña miraba horrorizada a la buena modista.

- Antonia, soy el padre de esta nena. Su madre se fue con un guitarrista del grupo "Sonata Azul de Chicago" y hoy vinieron los policías a decir que el muy hijoiputa, la mató.

- ¿Y yo qué tengo que ver? - dijo asustada mirando a ambos. - Mi casa es... es pequeña y de niños no se nada. Además usted puede y debe hacerse cargo, es un deber moral y...- se quedó callada cuando vio al hombrote llorando como un niño perdido. - ¡Bueno, pase, veremos qué puedo hacer!- y se hizo a un lado. Ambos ingresaron y Mimí con sus crías se subieron rápidamente a las piernas de la chiquilla.

- Antonia, su padre fue mi amigo y me vivía hablando de su bondad y su amor por las criaturas del mundo. Si no se queda con usted, tendré que llevarla al orfanato lejos de aquí y sufrirá mucho, como usted sabe, esos lugares son horribles.

- ¿Cómo te llamas? ¿Y cuantos años tiene, va a la escuela, duerme bien, es sana? - una catarata de preguntas se llenaron de pronto en el diálogo.

- Me dicen Corina y mi nombre es Corina Lucrecia... - agolpa nombres la pequeña, alegre de jugar con los gatitos.- ¿Son todos tuyos? - me encanta jugar con estas bolitas de pelo.

- Bueno son hijos de Mimí, mi gata. Y tendré que regalar algunos, sin pensar mucho ya que no puedo tener tantos animalitos en casa. - los miró y descubrió que ya no se veían tan feos, habían crecido y estaban con más pelo gris o blanco con manchas de colores. Dice la veterinaria, Rosaura, acá en el barrio, que los gatos que tienen pelos de variados colores son hembras... nenas, y los de pelo de un solo color son machitos, es decir nenes. ¿Te gustan? - dijo aligerando el diálogo.

- Sí, los adoro. ¿Viviré aquí contigo?- les daré de comer y los limpiaré. - y se acercó colgándose del cuello de Antonia. Ella sintió un estremecimiento. Hacía años que nadie le hacía un cariño tan noble y natural de afecto.

- Mi nombre es Ramón Juárez. Y seguro su papá le habló de mí. Yo trabajaba en la máquina sobadora de la masa y él, en la cortadora de galletas. ¿Supo que cerraron? Ahora tengo que viajar tres horas para llegar a Luro, para trabajar en una fábrica de pan, que es lo que sé hacer desde chico. Y honestamente no puedo viajar todos los días para llegar al trabajo, he alquilado allá una pieza y no me aceptan a la nena.- se secó el sudor que resbalaba por el rostro.

- Bueno, no he compartido nunca mi vida con niños, pero creo que me entenderé bien con ella si es obediente y se porta bien. - la miró y vio unos ojos llenos de amor. -Déjemela. ¿Corina te quieres quedar conmigo, hasta que tu padre lo disponga? - temblaba un poco por la responsabilidad.

- ¡Sí, se que me querrás y nos querremos mucho! Mira cómo Mimí me está queriendo. Tú, también. - se irguió, saltó de la silla y se colgó del cuello de Antonia.

-Vamos, te mostraré donde está tu dormitorio. Allí vivía mi hermano. Él, se tuvo que ir lejos. Ahora será tu rincón familiar.- adelantó el paso y la llevó con su pequeño bolso y la mochila al lugar limpio pero solitario de su hermano.

El padre las siguió para conocer el lugar dónde su niña viviría. No dijo que había algo más. Lo calló. No podía decir, ni pronunciar esa palabra. Salió abrazando con fervor a la pequeña y un apretón de manos que terminó en un abrazo con Antonia. Dejó sobre una mesilla un sobre y sin mirar para atrás, caminó rápido por la calle. Ya caía el sol y las sombras cooperaban con las sombras de su vida.

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