Las chicas no
juegan al futbol, dijo seria la Yolanda. Es
de poca clase y deben ser muy delicadas en el trato entre ustedes y con las
otras chicas. La miraron raro. Ella, las hermanas Esperanza, venían de un
pueblo donde el “potrero” era el lugar donde
juntaban todos, pibes y pibas, gordas y flacas, altos y petisos y ahora
en la ciudad, donde les dieron el departamento en el edificio nuevo el Intendente,
estaba la cancha armada sólo para los varones.
Esa idiota, la Yolanda, era la secretaria
del Intendente, medio nariz parada, medio melosa.
Los domingos
para ir a ver el partido, el padre no las podía llevar. Eran un ómnibus, un
tren y otro ómnibus de ida y luego en el regreso otro tanto, mucha plata y
tiempo para llevarlas.
Cuando volvía
les relataba detalladamente los planteos del D.T. en cada jugada y ellas se
imaginaban que jugaban con ellos. ¡Su sueño se iba muriendo de a poco por las
tardes de otoño! Lali se puso medio de novia con un pibe hermoso. Era alto y
musculoso, de voz grave y mirada soñadora. Él, odiaba el fútbol, decía que era
deporte de “grasas” y entonces comenzaron las peleas. La Lali era buena en la cancha,
allá en Pico. Pero no podía salir de nochecita a patear en la vereda porque
quedaba fulero.
Etelvina se hizo
amiga de dos pibes, eran como de su edad y bien plantados, buenos para hacer
jugar la pelota entre las piernas y el cuerpo, y los brazos y la cabeza. ¡Eran
muy cancheros y la hacían de goma! Pero, su mamá les aconsejó que no salieran
con ellos a jugar en la calle, no quedaba bien.
Abril, la del
medio, se animó y le propuso al padre ir a la municipalidad y preguntar si no
había una forma de armar un equipo de chicas que jugaran futbol. La tal
Yolanda, puso el grito en el cielo, pero como venían las elecciones, el jefe,
dijo: ¡Sí!
Se armó una
lista de aventureras y se formó la “Liga Juvenil Municipal de Mujeres de La Central Sur” y allá comenzó el
torneo. Un partido, un triunfo, otro partido otro triunfo. Al final, comenzaron
a llegar periodistas de la radio, del diario y ya las reporteaban. La Lali se peleó con el novio y
jugó, y pateó con todo y ganó. Un día nublado, frío y con una tormenta en
cierne, llegó un auto negro con vidrios polarizados. Bajó un hombre rechoncho y
pelado. Con un toscano en la boca y las manos en los bolsillos del sobretodo.
Miró casi todo el partido. Se fue. Al día siguiente el Intendente las hizo ir a
las tres al municipio. La
Yolanda estaba más seria que vaca que va a parir un ternero.
Y el “Tipo” les propuso jugar en la liga femenina mayor. Les pagarían un montón
de billetes y les daban estudios y casa
con todo.
La madre furiosa
les prohibió y el padre se refregaba las manos. No necesitaba más levantarse a
las cuatro de la mañana para ir a la
Feria y cargar bolsas. Así es que entre retos y disputas las
Esperanza, partieron para la capital y terminaron siendo una leyenda.
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