lunes, 25 de diciembre de 2017

LA ADELAIDA

Planchadora buena, sí, la Adelaida, y excelente almidonando. Sus labios gruesos merodean los azulados dedos que chasquean de saliva la plancha negra y pesada. Una palma rosada anida besos que rebotan en las puntillas hechas a mano para su niña. La cadera gruesa y firme ayuda empujando en la empinada calle con su cesta llena, sobre la cabeza. Lleva ropa blanca que lava y plancha, sobre un rosquete de lino. Los ojos mirones atrapan su sombra en la calle que destierra esperanza. Silban otros labios mestizos y fuertes con aliento de ajo. Ella sigue opulenta hasta el mismo núcleo de casas donde el poder esconde ambiciones y odios, ella es una reina sin poder ni trono.
            En una puerta enorme toca. Sale un hombre moreno con sonrisa alegre. Ella casi sin mirarlo empuja y le pasa la cesta. Entre sus blancas polleras se abraza una niña de rostros de ángel. Es su niña linda, es su mimosa que le trae su mascota en brazos. Besa las manitos que se pierden en sus senos rebosantes de leche y medio sentada en el pórtico le entrega su bebida santa.
            Desde la escalera la observa la madre de la niña. Con una sonrisa cómplice le hace una seña y luego que la niña abandona su pecho, se acerca y le deja en la mano monedas de plata.

            Adelaida se agacha, abraza a su muñeca de cabellos rubios y recibe la cesta con ropita nueva. Mañana regresará con sus dos bondades.

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