Pienso en
mi infancia y recuerdo cuando veía a las compañeras cuyos padres estaban en muy
buena posición económica y nosotros soñábamos con tener alguno de esos juguetes
que tenían.
La escuela,
dicen, es niveladora social. Yo no lo creo. Había algunos chicos que llegaban
en auto y otros caminaban cuadras y cuadras para llegar al edificio donde se
cursaba la primaria.
Mi papá era
obrero en una chacra, mi mamá no sabía leer ni escribir y mi hermano, me
llevaba de la mano por la banquina hasta el asfalto casi a la rastra, para
entrar antes que sonara la campana. Nos colgaban del cuello las zapatillas.
Antes de una cuadra nos lavábamos los pies en la acequia y nos calzábamos y así
nos duraban más las zapatillas que de tan baratas, se desflecaban enseguida.
Nacho, mi
hermano era muy estudioso, traía una buena libreta y como papá apenas sabía
firmar por las dudas nos daba una palmada en la cola por si acaso venía algo
mal. ¡Que la Susi ,
te ayude cuando termine con el cuaderno! Y allá iba yo a recoger los huevos al
gallinero, en pata, como para entrar con mis zapatillas. Estaba lleno el
gallinero de caca de los bichos. Me picoteaban los pies y los tenía llenos de
sangre, mamá me ponía un té de yuyos para sacarme el dolor, era amargo y de olor
hediondo, pero me hacía bien porque enseguida se hacía una cascarita oscura.
Me costaba
mucho hacer las cuentas, Nacho me llevaba debajo de una higuera y con piedritas
me hacía hacer las cuentas. Lo quería mucho al Nacho.
Para cuando
cumplí los nueve años, él ya salía de primaria y lo llamaron al papá y la
directora le dijo que ella lo iba a inscribir en la secundaria del pueblo
porque el alumno era ejemplar. ¡Pobre Nacho! Papá dijo NO. Él trabajará en la
chacra y me ayudará y así termino la brillante carrera de mi hermano, plantando
ajos con las manos llenas de ampollas y cosechando uva en vendimia para otros
patrones.
Un día la
mamá me llevó al cementerio en micro. Cuando bajamos en una calle muy llena de
negocios y autos, entró a comprar en una mercería unos hilos de coser y al
salir, al ladito vi una muñeca.
Era una
muñeca hermosa, con vestido azul y cabello rubio. La boquita apenas abierta y
las manitos sonrosadas. Me quedé dura, parada y sin respirar. Mamá me dio un
tirón. ¡Vamos que cierran el cementerio! Y caminé mirando atrás. Me enamoré
perdidamente de la muñeca.
Regresamos
tarde y papá y Nacho estaban preocupados, creyeron que nos habíamos perdido. Mi
mamá llevaba en la mano bien apretado el monedero y un papel donde mi hermano
le puso el número de los micros que teníamos que tomar.
En la noche
me levanté despacito y lo desperté a Nacho, para lo cual tuve que levantar la
cortina que separaba nuestra cama de la de mis papás y la de él. Nuestra casa
tenía una sola habitación separada con cortinas las camas de mis papás y las
nuestras.
Como un
gato me acerqué a mi hermano: ¡Nacho! ¡Nachito, despertate!
¡Qué te
pasa Susi? Y levantó la cabeza con dificultad, qué pasa. Hoy vi la muñeca más
hermosa que nadie puede imaginarse. Estaba en la vidriera al lado de la
mercería donde mamá compró. Tenés que ir a verla. ¡Hasta mañana Susi, tengo que
ir a podar en lo de don Vásquez!
Me deslicé
y me acosté y soñé. Soñé que vestía y peinaba la muñeca. Soñé todos los días
desde esa tarde. Y hablé hasta cansar a todos.
Le pregunté
a mi maestra cuánto podría costar esa muñeca. Ella me miró y sentí que muy
adentro de ella sentía pena por mi pregunta. Debe ser cara, me dijo. Unos
cuantos jornales de tu papá.
Me fui
callada a mirar como jugaban al elástico unas niñas de otro grado. ¿Cómo puedo
hacer para ganar el jornal de mi papá? Cuando volví a casa, le pregunté a
Nacho. Él se rió. Sos zonza vos. ¿Cómo vas a chanquear si no tenés edad ni para
ir sola al centro?
Me escondí
en el gallinero y lloré y lloré hasta que me quedé dormida. Nacho me llevó en
brazos a la cama y me dio un beso en la frente que recibí medio soñando.
Una tarde
Nacho desapareció. Mamá preocupada fue a los vecinos y preguntó si lo habían
visto. Nadie dijo nada, si lo vieron subir al micro, pero no le contaron porque
lo querían y papá le daría unos buenos azotes.
Al
anochecer lo vi. llegar por la calle de tierra con un bulto debajo del brazo.
Parecía un linyera. Papá lo agarró apenas entró y le arrancó el fardito… ¡Era
la muñeca!
¿Quién te ha dado esto? Yo la compré. ¡Mentira, la robaste! No, es para Susi…y
yo junté plata. ¡Recién vino don Vásquez
a decirme que era mi hijo el que había robado una muñeca en el negocio del
centro! No te da vergüenza, que un hijo mío ande cuatrereando muñecas por ahí!
¿Dónde viste alguna vez que robara algo tu madre o yo? Papá perdone mi
acción, pero dejé todo lo que gané haciendo changas y no alcanzaba. Vaya y devuelve la cosa esa. Y se viene
conmigo a lo de don Vásquez a pedir disculpas al patrón. No, grité, yo
quiero la muñeca. Y me cayó el rebenque de papá en la espalda. Por tu culpa tu hermano es un ladrón, vos
también venís conmigo.
No solo devolvimos la muñeca y
pedimos perdón, sino que por muchos meses, mi hermano no pudo sentarse bien de
los revenidazos que le dieron.
Ahora con
los años que tengo recuerdo la pesadilla que fue devolver la preciosa muñeca,
pero mi hermano, siempre se ríe cuando cuenta que casi se va a la comisaría por
robar una muñeca para Susi.
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