Brunela
despertó con el canto de un pájaro mañanero. Yo la miré y la vi distinta. ¡Qué
pena, me dije! Lenta, más lenta que otros días. Se sacó el camisón con seria
dificultad y se puso un vestido suelto de color amarillo con volantes de encaje
ocre. Caminó hasta el espejo.
Cuando se asomó a mirarse creí que me podía ver ya, pero no era tiempo aun.
Bajó despacio los cuatro escalones
hacia el amplio patio lleno de helechos y orquídeas florecidas. Quiso cepillarse
el pelo, pero logró solamente hacer el frente de su larga cabellera canosa. Sus
manos temblorosas, tomaron una taza de té que, helado seguía en la mesilla
junto a la hamaca de sogas grises. Lo había dejado la noche anterior Luisina.
Esa mañana la vi más pálida que
nunca. Calzaba unas chinelas de flores rojas y se ató como pudo el pelo con una
pañoleta roja. Suspiraba y su pecho, parecía una flauta medio rota y cansada.
¡Brunela era hermosa! El rubor de
sus mejillas atraían las miradas en el mercado y en misa. Hoy parecía marchita.
Recordé, al escuchar las campanas que el oficio de las once ya estaba perdido.
Pero ella no amagaba terminar de vestirse para salir a la calle.
Tomó un sorbo de té. ¡Está
asqueroso! Dijo sin titubear y buscó mi presencia. No me vio. Aun no es tiempo,
dije para mi alegría. Se tapó la cara con un chal de fino algodón blanco y un
largo suspiro acompañó sus manos que regresaron tiesas a su regazo limpio.
¡Estoy vieja, mi negra! Murmuró
entre rabiosa y triste. Yo la miré con amor. ¡Siempre la quise! Es como mi
madre, creo, si la hubiera tenido. ¿Sería tan buena y cariñosa como Brunela? Lo
dudo. Esclava y negra. Yo mestiza. Se tomó el té y comió un trozo de bizcocho
que duro y verdoso le sentaba como un manjar de reina. No miró la hormiga que
engulló sin verla.
De pronto me buscó entre las
orquídeas y me llamó a los gritos. ¡Aldemira! Allldeemmiirraa. Entonces me vio.
Y sonrió. Comprendió que yo que soy un fantasma no la abandoné jamás. Ahora
participamos ambas de nuestra experiencia de condición sobrenatural. Ahora
somos dos fantasmas en la casa dormida.
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