Leyenda huarpe.
En el
Valle del Sol, en los viejos tiempos, vivía un grupo de huarpes que cuidaban
grandes manadas de guanacos, plantaban maíz y cultivaban papas. Eran tranquilos
y muy amigables. Quisieron los dioses que naciera entre ellos una pequeñita tan
extraordinaria que el chamán, sacerdote-médico de la tribu, dispuso que sería
dedicada a los dioses. La niña creció y era de piel muy blanca para ser una
huarpe, y de entre su negrísima cabellera se destacaba un mechón blanco de canas,
que parecía una pincelada de pintura dada por Dios, por eso le dieron por
nombre: Pájaro de Nieve.
La chiquilina, como todo
niño, jugaba con los otros niños; hasta que un día, la llevó el chamán a su
choza y comenzó a prepararla para ser entregada en una ceremonia a los dioses.
Los padres de Pájaro de Nieve aceptaban ese destino, pero lloraban porque nunca
la verían casada y criando pequeños indiecitos como todas las muchachas de esa
tribu. Quiso el destino que llegara desde el norte, el hijo de un cacique Inca,
transportando mensajes para la tribu, su nombre era: Fuego de Paz. Era un retrato de belleza y de bondad. Se
enamoró, apenas la vio, de Pájaro de Nieve y pidió casarse con ella para
llevarla al Perú.
El chamán enojado tomó a la hermosa muchacha, y luego
de darle algunas pócimas, comenzó a subir las abruptas montañas para alejarla
del amor y hacerla cumplir con su designio. Detrás, Fuego de Paz,
trabajosamente, seguía el difícil camino entre riscos y despeñaderos. Vio como
la vestían con una fina túnica de lana de vicuña blanca, tejida al telar. Como
le ponían joyas de oro y lapislázuli, amuletos y semillas de maíz, algarroba y
ají. La coronaban con finas plumas de aves de todos colores, y una capa de lana
color roja le cubría casi todo el cuerpo. Un líquido de color ámbar, y muy
espeso, la fue adormeciendo. Cuando el chamán la dejó para que se encontrara
para siempre con los dioses, Fuego de Paz corrió y trató de despertarla pero el
frío y el veneno ya hacían su malvado trabajo. Se abrazó y trató de beber de
los dulces labios, parte del elíxir para morir junto a su amada. Así se
durmieron con los dioses. Cuando la
Luna descubrió lo que había pasado, comenzó a llorar lágrimas
de plata y desde los cuerpos de los enamorados comenzó a manar agua de pureza y
blancura sin igual. Así nació el Río Blanco, que baja alegremente por las
montañas en Cacheuta y Potrerillos, besando las piedras y por donde pasa, una
multitud de plantas aromáticas crecen para embellecer y curar las penitas de
los mendocinos.
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