martes, 24 de julio de 2018

MACRA

Tengo que relatar esto, desde el principio, para que se comprenda. Mi situación actual es realmente confusa.
                        Fue Minerva, la diosa de la sabiduría, quien me envió una mañana  a un mensajero alado. Llegó él con una túnica hecha por las sibilas, fabricada con hilos de la seda de una araña del éter, cuajada de rocío. Esta prenda me confirió tres cualidades: intangibilidad, mutabilidad y clarividencia. Ni los dioses domésticos podían tocarme. Mi ser mutaba cuando las circunstancias lo requerían y podía observar a dioses y humanos con la misma facilidad de los demiurgos. Así partí a cumplir con la súplica de Jupiter y Minerva...tenía que ayudar a Venus a evitar al rudo Vulcano. Él, seguía con sus fuegos avérnicos a la bella esposa, impidiendo su felicidad con semidioses y héroes del mundo. Ella, la hermosa, escapaba de su furia y se mantenía escondida en los sembradíos cercanos al templo de las Perséfonas. Hasta allí viajé transformada en un cisne blanco. Aterricé en una fuente en la que el agua tibia calentó mis plumas. También mi corazón. Era un lugar maravilloso. Los faunos rodeaban a Venus con sus juegos y le daban en copas de ámbar, hidromiel. Pan, tocaba el pífano junto a Ceto, que con su lira de cristal armonizaba una canción mágica. Allí crecían olivos plateados y perfumados, vides maduras de color de atardecer y esmeralda. Ella la hermosa diosa retozaba tranquila. Noté de pronto un estremecer del suelo, era el fiero Vulcano que desde el averno, protestaba con sus terremotos, en la isla sagrada del Tirreno. Me transformé en un cervatillo de piel pálida y sedosa y me acerqué hasta el frágil cuerpo de la mujer enamorada. Entre las frondas apareció Marte, desde luego que la única que supo que era él, fui yo. Él, venía cabalgando en un unicornio azul, con su yelmo de plata. No traía sino su espada de cristal y oro. Dejó que el animal pacentara cerca de mí y así comprendí que era Ginés, el que engendra vida, semidiós heroico.  ¡ Comprendí la argucia !
                        Venus estaba desnuda , sobre una alfombra de musgo, parecía un ser seráfico. Su piel de alabastro tibio, sus pies con uñas de nácar levemente rosadas, sus senos pequeños y redondos como granos de uva madura...Él la besó desde el principio al fin y como unicornio de pétalos de rosas blancas la penetró en su fálico deseo. La tapaba el largo cabello de briznas de trigo y algas doradas. Nadie pudo ver ese instante de lujuria. Sentí de inmediato el trueno que Vulcano había derramado con furia desde el centro mismo de la tierra. Júpiter se presentó ante mí, transformado en un Tigre Negro de mirar profundo y Minerva voló rauda con su plumaje de Lechuza Real. Allí se había engendrado un dios, un semidiós o un mortal heroico.                  
            Me alejaba del tálamo nupcial de los dioses, transformada en ave de plumaje suave. Ya mi misión se había cumplido. A pesar de lo cual amamantaba al niño en las noches en que los amantes se olvidaban de él.
                        Júpiter me transformó en sirena, enojado por mi amor al niño. Minerva no quiso molestar al dios del trueno. Se alejó sin siquiera hablarme.
                        Ahí comenzó mi desdicha. Los dioses se olvidaron de mí. Minerva, distraída como toda erudita me desatendió. ¿ Negligencia o ingratitud...? Hoy salgo a ver a Venus en noches de luna llena. No puedo dejar que los hombres me vean...mi desgracia sería aún peor. Sigo en esta roca cerca de Lemnos y espero...tal vez Cupido, el engendrado, se apiade de mí y me vuelva a transformar en mujer. Después de todo de mis senos mamó leche desde que nació.
                        ¡ Ah, me olvidaba, mi nombre es Macra, la que engrandece a los dioses!                                                                                                                         

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