El disipado
eunuco se ufanaba por merecer una mirada bondadosa de la diosa.
“Minouca” era una semidiosa de un Olimpo creado en un siglo
disparatado. No había en los anales nada concreto sobre esa semidiosa, excepto
que apareció su hermosa estatua de mármol en los baños y hubo quien inventara
su historia. No le creían sus compañeros que en los baños de la isla, había una
fuente en la que podía entrar con su gruesa barriga deforme y salir luego de
los festines de la “mujer” con su vientre plano y sin esa espantosa blancura
que se aferraba a su piel como araña cristalina.
Manatiel había sido vendido a una caravana, a
unos traficantes de humanos en el desierto. Otros eunucos se reían a pesar de
sus dolorosas vidas, rotas y deformadas por la práctica innoble de los
esclavistas.
Había unos
de piel tan oscura como la noche sin luna, otros de ralo pelo rojo y ojos
glaucos, estaban los que tenían cabellos blancos como la nieve y ojos rojos
como sangre; todos movían las manos de dedos regordetes como brazos del pulpo
del Mediterráneo.
La única
posibilidad de regresar a la vida anterior, era la muerte.
Tal vez, al
renacer, serían hombres enteros. Lo despertaba, las campanillas y cencerros que
sus amos le ajustaban en los tobillos al venderlos.
Su vida con suerte, era ser juguete de unas jóvenes en algún
harem. Le temía a los amos que eran crueles y lascivos. En su infancia,
recordaba, había conocido el amor de los brazos de su madre. Su vida se
transformó en un territorio de dolor y furia.
Cuando,
siendo casi niño, le arrancaron los testículos, fue una muerte interior y se
juró no volver a vivir, a soñar o a reír. Pero con el tiempo su cuerpo se fue
ablandando y su ánimo desestructurando.
Un maestro
le enseñó a respirar, a armonizarse con la naturaleza. Conoció nuevos dioses,
nuevos semidioses y a otros eunucos, que como él, no tenían voz en el concierto
humano.
Le
cambiaron el nombre. Ahora se llamaba Plotino y le dejaron en claro que no
tenía derechos. Era un esclavo.
Salió el
raro vapor que envolvía todo el baño, y la vio. La diosa Minouca había
cambiado. Su dulce sonrisa lo abrazó y se fue quedando dormido en el sopor que
le despertó un sabor agridulce. Soñó por primera vez desde aquel día. Voló como
un águila blanca sobre valles y montañas, sobre el mar que calmo transformaba
suave la costa bravía.
Regresó a
ser niño. Y unas alas que crecieron en su cuerpo; de plumas doradas fueron
tornando color rubí, luego morado y finalmente negro.
Cuando,
abrió los ojos, la que fuera de mármol, se había transformado en “mujer”, bella
y apetitosa. Lo besaba en todo el cuerpo que por efecto de la sensualidad se
había transmutado en hombre. No quiso volver a la vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario