viernes, 20 de septiembre de 2019

LA CALLE



 El silencio como dos pequeños animales guió a la luna..
           

LA CALLE

                        La calle es una serpiente rielante que se desplaza por entre las paredes que la ahogan. Los balcones envueltos de verdes enredaderas flagelantes sonríen al paso. Cae una hoja de magnolia agostada sobre las piedras calcinadas. Un insecto alborota el sopor cansino de la siesta. Tras una celosía desgastada por el uso se escucha un grito. Hay un súbito silencio, una detención del tiempo para acomodarse al sonido trasgresor. Se entromete una música de escaso valor que zigzaguea entre los cortinados desflecados de un ventanal. Trae un respiro al rancio calor que envuelve las fachadas.
                        Un nuevo voceo altera la paz. El chasquido de un madero que se rompe atraviesa el empedrado caliente de la calle. Se ha quebrado un encañado que esconde a una muchacha sudorosa. Su piel morena húmeda resbala entre las astillas que la golpean. Emerge ágil, descalza con la cabellera revuelta desde la puerta azul de una de las viviendas. Corre. La calle la recibe alborozada. Protectora, la estrecha vía de escape, la oculta urgente de los gritos furiosos de la mujer que insulta. Se pierde en el círculo abierto que dibujan las piedras. Reverberan  los adoquines como lágrimas calientes. Se vuelve a quedar todo quieto. Un silencio opresivo amordaza la siesta. La puerta azul, se entreabre y un rostro rubicundo fisgonea a derecha e izquierda. Un látigo de cuero se mueve como la lengua  bífida de una serpiente venenosa entre las rústicas maderas secas del portal. Busca un muslo mórbido para afrentar, pero sólo responde la ausencia. Surca el vapor la calle desierta. No muy lejos una puerta verde se abrió para engullir a la evadida. Una enredadera primorosa oculta cuerpos abrazados. El ventilador perezoso refresca el alma desdibujando la desdicha. La calle se ríe con su imperturbable soledad de tiempo.
                        En la noche la luna cómplice de besos y caricias lujuriosas eleva la dicha a los evadidos con urgencia de cópula. Una sombra atraviesa el pasaje al placer y ciñe a los amantes. Y un silencio enriscado como a dos alimañas los envuelve en un sudario de piel adherente, elevándolos a los confines selenita. Son dos pequeños animales que se enajenan a la frescura plateada de la noche.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario