Recibí en la alcoba,
enredada en el encaje de mi almohada,
un latigazo de ternura infinita,
y fueron caricias
suspiros dorados
y palabras silenciadas apenas,
con las cuales acariciaste mi piel.
Contorneó mi cuerpo el perfume del tiempo.
De pronto recibí una poesía
que vino como ave fiel
a revolotear entre mis manos.
¡Sabor a damascos traía!
¡Aromas, susurros y albricias!
¡Aprecié en el instante en que cayó,
sobre mi cuerpo, una cascada de besos!
Amaneció la alcoba con aroma a violetas.
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