Llorando
Pirucha, como nena mimada, se desplomó sobre un fardo de pasto seco en el
cobertizo. Unas gallinas, salieron volando corto sobre las briznas de paja y
cloqueando. Se había escondido de los rezongos de Tatita viejo, el abuelo. Ella
jugando, le rompió el portaretrato con una foto de la abuela cunado era joven y
bonita. Él, adoraba esa fotografía que de antigua y por los besos que le daba
se había puesto amarillenta. La adoraba. Su abuela, a quien el cuidaba más que
a su vida, ya estaba viejita y apenas podía caminar.
¡Pensó que
si regresaba del potrero y la veía, vendría como una flecha contra la
“destrozona” Pirucha! Cuando estaba enojado la llamaba Ornella, su nombre
verdadero.
Cuando el
anciano llegó, salió a buscarla y en vez de enojarse y echarle una jauría de
sabuesos con palabras raras, la abrazó llorando y le dijo: “Ornella, si sos
igualita a ella cuando joven para hacer macanas”. “Vení muchachita, vamos a
pegarla en un cartón blanco, que guardé hace poco y quedará como nueva” Y la
llevo a “upa” entre besos y cosquillas, como a su bebota de cinco años que era.
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