sábado, 16 de abril de 2022

TERCER CAPÍTULO DE "SÍNDROME DE TRAICIÓN", novela.

 

                        Pero estará ya tan resignado a                                                                                             morir, que acaso muera de                                                                                              resignación. “La tercer resignación”                                                                               Ojos de Perro Azul.                                                                                                              Gabriel García Márquez. 1947”

 

             ¡Sargento, el coche está abandonado en la mitad de la calle… Sí, tiene nafta y las llaves puestas. Además, cuando la encontré hasta había un cassette de Roberto Carlos, cantando… Sí, le digo que no hay nadie… ¡No, no es chiste, venga, yo espero!

            No, Señores, mi número de documento es 6.975.749. Si, de la Policía Federal. Soy médico. ¡No, no hay sangre! Ningún herido a la vista. ¡Bueno, acá lo espero! Se sienta el hombre y queda, como mudo testigo de lo encontrado por el policía del barrio.

            Dos coches patrulleros llegan raudos hasta el lugar. Se bajan los oficiales con desconfianza. Sacan las llaves que están puestas y abren el baúl! No hay nada extraño. Lo de siempre, unos juguetes. Herramientas y un bolso de lona con botines de fútbol. Bolsas con papeles con dibujos infantiles. Un matafuego descargado y la llave cruz intacta. No robaron nada.

            El coche patrulla examina el coche. Llaman a la jefatura. Dan el número de la matricula y los datos de color, modelo, etc. Buscan algo en el coche y sólo encuentran una “estampita” de bautismo, que tiene el nombre: Sol  Cuenca. Nací el 27 de marzo de 1969  y me bautizaron el 15 de abril de 1969 Mi Madrina: María Clara Cuenca. Mi Padrino: Juan Cruz Dacosta

              La estampa es muy importante para identificar a los dueños del automóvil. La grúa lo corre del centro de la calle hacia un costado. La gente curiosa se ha juntado alrededor mirando y comentando sobre los atentados cada vez más frecuentes. Bombas, asaltos, raptos y desapariciones inexplicables.

              Llega un patrullero y da la orden de despejar. El auto enganchado se mueve como un dinosaurio herido. Puede tener una bomba. Los policías intranquilos dispersan a los curiosos. ¡Con sumo cuidado revisan la parte inferior y el motor! Pasan más de dos horas y se acercan hasta allí dos uniformados que toman huellas dactilares y fotografías. Los agentes de investigaciones consiguen el nombre del dueño:

                        Peugeot color bordó, modelo 1967.

                        MATRICULA X CORDOBA  N° 754-976

                        NOMBRE DEL TITULAR:

                        CAPITAN DEL EJERCITO ARGENTINO

                        Gabriel Dacosta

                        N° de motor RU: 5380-B36

              El primer indicio de que es un nuevo atentado se los da la identidad del dueño.

              En una semana han tenido doce bombas, y cuatro secuestros en dos meses. Es el mismo método, que usaron con el general Rodríguez Montes y con el industrial norteamericano gerente de Xpress Oil & Cia.

               A través del radio del coche patrulla dan el nombre de la “estampita” encontrada en el auto. Ambos apellidos coinciden.

             El oficial más viejo se sienta en el coche patrulla y se agarra la cabeza. Sabe que están frente a un callejón sin salida… Hace dos meses que no duermen buscando a los otros tipos.

             ¡Al rato, llega un jeep y de él bajan tres oficiales de ejército con uniforme de gala! Uno de ellos se identifica:

             - Capitán Gabriel Dacosta. ¡Este es mi coche! Pero lo manejaba mi esposa Delfina! ¿Dónde está ella? Necesito verla.

              - Lo siento… no está acá, ni estuvo desde que este hombre, encontró su automóvil… es un médico del vecindario.

              - ¿Vio usted a mi esposa?

              - ¡No, yo encontré el coche así… aún se podía escuchar un cassette de Roberto Carlos… pero no había nadie!

   - ¡Dios, a ella no! Malditos, los destruiré mi esposa tiene veinticinco años! ¡Dios…! Le dije mil veces que se cuidara, que podía pasar, que estamos rodeados de enemigos.

             -  ¡Cálmese! Busque dentro del coche… Tal vez usted note algo…

             - Sí, tenemos un lugar secreto…Se acerca al coche y mete la mano entre los asientos delanteros… allí encuentra la sortija de brillantes de la boda. El anillo de Delfina… Algo le había dicho ella al respecto… pero no recordaba ¡Ah, si! Si me encuentro con desconocidos que me tratan de hacer daño, siempre trataré de salvar el anillo de tu abuela. “Desconocido” “daño”. Son palabras claves. Sale del auto. ¡El hombre, llora como un niño!

               El viejo oficial de la policía, le toma pronto el hombro en un gesto casi paternal. Gabriel no está acostumbrado a ese modo de contacto con personas extrañas, pero es tal el desconsuelo, que se le pasa por alto.

              - Mi capitán, encontraré a su esposa…se lo prometo. Miente.                                   - ¡No mi amigo, con éstos no se juega! Son malos y asesinos. Pero no entiendo ¿Por qué a una mujer, como ella?

              - ¡Son realmente… no sé, alevosos, crueles..!

                - Siento que voy a vomitar… disculpen. Gabriel se aleja y descompuesto, aligera su estómago abrazado a un enorme roble. ¡Es miedo…! El que ha sido preparado para sufrir… ¡Se siente estúpido, pero no puede más!

            - Mi esposa Delfina es muy joven, tiene cuatro hijos. ¡Mis hijos! ¿Dónde están mis hijos?

            - Calma mi capitán están con gente nuestra y una joven llamada María Clara se ha hecho cargo. Le avisamos recién.

            - ¡Pobrecita, tengo que ir con ellos y tranquilizarlos! Primero debemos hacer algunos trámite,  señor. ¿Tiene una foto de su esposa?

            - ¡Sí, acá tiene ésta, es algo pequeña!

            - Servirá, no se aflija. ¿Cómo estaba vestida?

            - Con una falda blanca de lino y una blusa de mangas cortas. Llevaba una chaqueta blanca encima de los hombros.

            - ¿Usa lentes de contacto o de los otros?

            - No, ella ve bien. Usa de sol, a veces y carga siempre una cartera grande. ¡Allí puede llevar cosas de lo más insólitas!

-  ¿Tiene alguna cicatriz o marca? ¿Lunares visibles o de los que no se ven? ¿Operación de apéndice?

            - La caída de un caballo cuando era chica, en la espalda, acá, una marca de unos siete centímetros. ¡Un lunar en el seno izquierdo! Se señala en la espalda y el pecho. No se atreve a decir que tiene una mancha de color vino tinto en la ingle. Es algo muy privado.

- ¡Bueno ahora… nos irá dando, otros datos, de a poco!  Se llevan a Gabriel en el auto del compañero, detrás de la grúa; con su Peugeot y un patrullero!

 

Delfina se ha acostumbrado ya a ese silencio que le permite meditar. Saca la foto de los chicos. Los mira y les da un beso. No debe hablar sola. Se fija que no tiene el reloj y se da cuenta que ya debe ser el medio día siguiente. Tacha en el almanaque que se ha fabricado en la pared con un clavo la fecha: 18 de noviembre, jueves. ¿Cuántos días le quedarán allí?

Toma un poco de agua. Interiormente bendice al tipo que le cambio por agua limpia. ¡Debe cuidarla mucho! Se sienta en la vieja silla que le han dejado. La tiene inquieta no hacer nada. ¡Piensa en todo lo que tiene que preparar para navidad y año nuevo! Luego si no tienen “el pase a otro destino” podrán ir al campo de Córdoba. Juntarse con su madre y hermanos. Cuando les cuente la historia, no le van a poder creer ni la mitad! Ya sabrá Gabriel y la estarán buscando. ¡Pobre esposo amado! ¿Cómo la extrañará? En el silencio le parece escuchar algo de música, es apenas un murmullo lejano. ¡Pone el oído pegado a la puerta! La música la entretiene y calma un poco. Ella ama la música. Siente ruidos, alguien abre la puerta. Confusa se sienta. Es el mismo hombre de la mañana. Le trae un plato de sopa y pan.

            - Perdone ¿no me puede traer algo para coser o tejer? ¿Algún diario o libro? Yo nunca tengo las manos inútiles y me gusta hacer algo!

            - ¿Usted cose y teje?

            - ¡Por supuesto! Mi  ropa y la de los chicos, la hago yo. Bueno, tapados y chaquetas, me ayuda mi mamá, porque me cuesta un poco.

            - Nunca me imaginé… ¡usted cosiendo! ¿Y sabe tejer?

- A dos agujas y al crochet… todo. Hago hasta medias. Aprendimos de niñas. Según mi padre es indispensable que una chica sepa hacer de todo tipo de tareas domésticas.

- ¡Estamos todos locos…!

- ¿Por qué, loca no soy?

- Con todo los apellidos que arrastra… y mejor me callo!

- Hable, ¿qué tiene que ver mi nombre, con las costumbres de la vida de cualquier muchacha de mi edad?

-  Nada, que deba decirle. ¡Cómase eso!

- ¿Cuándo será el juicio?

- ¿Quiere morirse?

- ¡Por Dios… no me haga morir, pero de miedo!

- ¿Cuántos años tenía, cuando se casó?

- ¡Me recibí de maestra y a los dieciocho años me casé con Gabriel, van a ser ocho años…!

- ¿Por qué eligió un milico? ¡Y para colmo verde!

- Yo no elegí… es decir, me enamoré… nunca lo había visto…

- Bueno, termínela, no me importa. ¡No me venga ahora con historias de amor!

- No se vaya… le ruego. ¡Le suplico… no se vaya!

- Tengo que irme. ¡Sabe, que tengo orden de no hablar con usted, ni siquiera una palabra!

- ¡Pero por qué… está bien, perdone!

- ¡No sé… la veo, tan… diferente… Me la imaginaba: arrogante, altanera, histérica y horrible!

- Soy una mujer común, como su novia o esposa. Vulgar, sencilla y aterrada. ¡Además: sucia y me duele como diablo esta herida!

- ¿Con qué se hizo eso? ¡Déjeme ver… está feo!

- Ayer al subir o bajar, me lastimé en el vehículo, camioneta o coche no puedo decirle. ¡No veía nada, tenía la cabeza cubierta! Me limpié como pude. Me duele. ¡Creo que se ha infectado!

- ¡Le traeré algo… si puedo! ¡Ah…  no tengo novia ni esposa… le digo algo… no me va a cambiar la idea que tengo de las mujeres! En general… son todas iguales… Insaciables, mentirosas, vagas, estúpidas y brutas, no piensan y sólo sirven para dejar hijos por ahí.

Sale y da un golpe en la puerta, deja por un rato resonando todo el montón de madera y lata que envuelve el cemento del habitáculo.

 Delfina con el estomago algo revuelto, se tira en la manta y recuerda…

 

                         

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