sábado, 16 de abril de 2022

RECUERDA ONOFRE

 

            Tomaste la decisión de irte de Villa Antigua, para escapar de un amor imposible. Mi memoria se retrotrae a ese día. Cerraste la casa, pusiste un enorme candado de bronce en la gran puerta de raulí chileno, que había hecho el abuelo en su taller de carpintero y ebanista. Las celosías parecías párpados de una doncella muerta en la mejor edad de juventud. ¡Ay, Onofre…! Cuánta pena dejaste en Guillermina.

            Ella te observaba desde la ventana en la casa frente al gran portal. Corriste hacia el paso del tren. El reloj de la iglesia dio siete campanadas que sonaron a camposanto. Dejaste un hueco enorme en el pueblo. Tanto que, si recuerdas, el abuelo había plantado un cedro sobre la pared del oeste para evitar el ardor de los veranos. ¡Pues bien, era pequeño cuando te fuiste huyendo del padre de la muchacha! Pero pasó el tiempo y se transformó en un árbol gigante, tanto que derribó todo el muro. Dejó la casa abierta como si una boca enorme que quisiera engullirse todo lo que quedó dentro.

            Guillermina comenzó a llorar. Cada vez que escuchaba el ruido del ferrocarril, con su paso de hierro asustado, ella prorrumpía en llanto. Tú nunca llegaste. Su padre la vio tan triste que vino a preguntar por tu destino. Yo no sabía donde vivías y trabajabas. No supe darle una respuesta; al poco tiempo un infarto que desgajó al viejo, la dejó sola. Curiosamente cuando le fui a dar el saludo por su orfandad, estaba húmeda; las manos, los guantes, la blusa y la pollera. ¡Tanto lloró que comenzaron a juntarse pequeños charcos primero y luego más y más agua en su alcoba, esa que tenía frente al portón de raulí que extrañamente nunca se cayó arrastrado por el derrumbe de la casa! Allí brilla todavía el bronce de la aldaba y el candado como mudo recuerdo de que allí ha vivido una familia.

            Un día me pidieron que fuera a ver a Guillermina. Cuando abrí la puerta, que no tenía llave, un raudo fluir de agua con sabor de lágrimas me envolvió completo. La hallé ahogada en su propio llanto.

            Le di una sepultura hermosa, llena de ángeles celestes de yeso y una cruz de mármol, que encontré en el patio de tu casa derruida por la desidia y el tiempo. Onofre, perdona, no puedo seguir contándote lo que pasó después porque he llorado tanto, que me estoy ahogando como sucedió con ella. Onofre, recuerda que yo la amaba más que tú y nunca pude hablarle de mi amor y darle un beso. Mi esposa y mis hijos no saben de mi eterno amor por Guillermina

            Adiós Onofre, espero que si vienes a buscarla, encuentres esta carta entre las flores del antiguo patio o junto al portón de raulí que hizo el abuelo. Con cariño, Demetrio, tu hermano menor.

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