El
desierto se va agrandando cuando uno deja el pavimento. El calor se reconoce en
la arena que refleja el oro cobrizo del yermo. El tiempo ha borrado las orillas
con olas de polvaredas movedizas y su baile grotesco. Ciriaco Luna, dio su
palabra y cumple. No importa el calor y lo vieja que está la chata. Lleva doce
damajuanas de agua y tres de vino. No es un vino común, es el de misa que usa
el padre Froilán en
Viene
noviembre y los homenajes de difuntos. Llegan los carros de todos los puestos a
la antigua capilla y hay que tener todo listo. El cura Froilán vive solo como
si la gente lo atormentara, pero en realidad es por santo nomás. Allí se sube a
una mula y recorre los senderos abiertos en el páramo, entre jarillas y molles.
Más de una vez se cruzado con bichos de lengua bífida y pumas. Le teme a la
coral y el cascabel, como todo hombre.
Lleva
en su morral pocas cosas que posee y necesita. Agua para beber y agua bendita,
hostias consagradas y breviario para difuntos, bautismos y casorios. Los pobladores
de ese secano, le dan la bienvenida con silencios, hoscos y duros, apenas
hablan cuando él los confiesa o hace como que los confiesa, para que no pierdan
su condición de “hijitos del Señor”. Las mujeres son más dispuestas y siempre
escucha las mismas quejas… “siempre se emborracha, padre haga algo”… ¿qué puede
hacer él si hasta él siente a veces ganas de beber en esa horrorosa soledad del
desierto?
La
chata comienza a crujir y se queda. Ciriaco detiene el motor y espera que
enfríe un poco y levanta el capó y mira, ha perdido la tapa del radiador, una
junta pierde aceite y cada vez hace más calor.
Don
Froilán lo espera, son las 20 y no llega, calcula un hora de retraso, pero ya
es demasiado. Sale a mirar al campanario, pero no ve la chata entre los pocos
árboles. Va en busca de “Margarita” la mula. La prepara y espera un rato más. ¡Ya
vendrá!
Ciriaco
se sienta bajo un chañar y espera, de pronto siente una voz, se voltea y no ve
a nadie. Es el viento, se dice. Cierra los ojos. Alguien está junto a él. Una
mujer muy extraña lo mira desde una altura inusual, es morena, aindiada y viste
una túnica huarpe tejida al telar. Le señala algo que se mueve entre las raíces
chamuscadas de calor. Una yarará cornuda. “El Demonio” , piensa Ciriaco, viene
a matarme. Pega un salto y el animal se enrosca para saltarle encima. La mujer
se interpone y evita que lo muerda. Siente un frío de invierno cordillerano en
plena tarde calurosa.
Cuando
entra en la chata, la mujer desaparece y el animal se desliza huyendo de su presencia.
¡Un fantasma! Reza, vuelve a poner en marcha la chata y esta como si no tuviera
nada sale con toses y chasquidos. A mitad de camino se encuentra con Don
Froilán. Le relata lo sucedido y se abraza asustado al cura… ¡Hombre de poca Fé
es la misma Virgen o un ángel que te ha salvado!
Cuando
llega a
¡Bueno
si Jesús transformó el agua en vino… capaz que a mí me arregló la chata! Y se
despidió del cura.
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