domingo, 3 de abril de 2022

LA CHATA DE CIRIACO

 

            El desierto se va agrandando cuando uno deja el pavimento. El calor se reconoce en la arena que refleja el oro cobrizo del yermo. El tiempo ha borrado las orillas con olas de polvaredas movedizas y su baile grotesco. Ciriaco Luna, dio su palabra y cumple. No importa el calor y lo vieja que está la chata. Lleva doce damajuanas de agua y tres de vino. No es un vino común, es el de misa que usa el padre Froilán en la Capilla de Cavadito. Lugar insano como ese, conoce pocos. Él, antes de jubilarse, era chofer de la CITA, una empresa que terminó quebrando durante la segunda guerra. En esa época faltaba todo, especialmente los neumáticos y la gasolina.

            Viene noviembre y los homenajes de difuntos. Llegan los carros de todos los puestos a la antigua capilla y hay que tener todo listo. El cura Froilán vive solo como si la gente lo atormentara, pero en realidad es por santo nomás. Allí se sube a una mula y recorre los senderos abiertos en el páramo, entre jarillas y molles. Más de una vez se cruzado con bichos de lengua bífida y pumas. Le teme a la coral y el cascabel, como todo hombre.

            Lleva en su morral pocas cosas que posee y necesita. Agua para beber y agua bendita, hostias consagradas y breviario para difuntos, bautismos y casorios. Los pobladores de ese secano, le dan la bienvenida con silencios, hoscos y duros, apenas hablan cuando él los confiesa o hace como que los confiesa, para que no pierdan su condición de “hijitos del Señor”. Las mujeres son más dispuestas y siempre escucha las mismas quejas… “siempre se emborracha, padre haga algo”… ¿qué puede hacer él si hasta él siente a veces ganas de beber en esa horrorosa soledad del desierto?

            La chata comienza a crujir y se queda. Ciriaco detiene el motor y espera que enfríe un poco y levanta el capó y mira, ha perdido la tapa del radiador, una junta pierde aceite y cada vez hace más calor.

            Don Froilán lo espera, son las 20 y no llega, calcula un hora de retraso, pero ya es demasiado. Sale a mirar al campanario, pero no ve la chata entre los pocos árboles. Va en busca de “Margarita” la mula. La prepara y espera un rato más. ¡Ya vendrá!

            Ciriaco se sienta bajo un chañar y espera, de pronto siente una voz, se voltea y no ve a nadie. Es el viento, se dice. Cierra los ojos. Alguien está junto a él. Una mujer muy extraña lo mira desde una altura inusual, es morena, aindiada y viste una túnica huarpe tejida al telar. Le señala algo que se mueve entre las raíces chamuscadas de calor. Una yarará cornuda. “El Demonio” , piensa Ciriaco, viene a matarme. Pega un salto y el animal se enrosca para saltarle encima. La mujer se interpone y evita que lo muerda. Siente un frío de invierno cordillerano en plena tarde calurosa.

            Cuando entra en la chata, la mujer desaparece y el animal se desliza huyendo de su presencia. ¡Un fantasma! Reza, vuelve a poner en marcha la chata y esta como si no tuviera nada sale con toses y chasquidos. A mitad de camino se encuentra con Don Froilán. Le relata lo sucedido y se abraza asustado al cura… ¡Hombre de poca Fé es la misma Virgen o un ángel que te ha salvado!

            Cuando llega a la Capilla del Cavadito, ve la foto de una difunta en la pared y es la mujer que se le apareció en el camino. Padre esa es la mujer… mire es igualita. ¡Vamos Ciriaco si esa muchacha murió hace como diez años picada por una… y se queda callado! Cuando revisan la chata, está perfectamente arreglada y nadie se acercó hasta ella.

            ¡Bueno si Jesús transformó el agua en vino… capaz que a mí me arregló la chata! Y se despidió del cura.

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