Y sí, lo tuve entre mis brazos varias veces. Me dejó una sonrisa angelical como cualquier niño. Pero nunca imaginé su destino. La pequeña Raquel, era como una princesa para sus padres. Los mejores vestidos, las comidas más ricas, el amor con mayúscula. Siempre mostrando su forma de declamar poesías hermosas desde niña. En la escuela era ejemplo de respeto y calidez con sus maestros y compañeras de clase.
Aprendió a tocar el arpa. ¡Ese fue el problema! Trajeron un maestro extranjero desde un país vecino. Era joven pero nunca preguntaron su origen ni su historia. Él, era un verdadero artista con el arpa. Y ella aprendió. Cuando cumplió trece años, ya era experta en el arte.
El día que desapareció, los padres y la servidumbre se volvieron locos buscando e indagando por Raquel. ¡Nadie la había visto! Fueron a buscarla por los pueblos cercanos, nada. Se había volatilizado. Esa mañana llegó el profesor a dar su clase. Sorprendido, dijo esperar un rato por si regresaba. Y luego formal y compuesto, saludó y se fue. Antes pidió que le pagaran el mes completo.
Al Tata Viejo le llamó la atención que pidiera dinero por adelantado. Pero con la ofuscación, no dijo nada. A Petronila le llamó mucho la atención que la niña, su niña, no le hubiera dicho nada. Ella pensaba que estaba enamorada de algún muchacho del pueblo que conoció en la plaza. ¡Pero nunca se imaginó la verdad! Raquelita era una chica tímida y callada, pero inteligente y formal.
Pasaron los meses y una noche de tormenta, lloviendo a cántaros, sintieron un llanto en la puerta de la casa. Ágil, Petronila abrió con una lámpara encendida, la hoja del cancel y allí estaba. Raquel con un bebé, encinta. El cabello empapado y sucio de barro. Delgada hasta el delirio. Sollozaba. Se abalanzó a los brazos de su Tata y lloró y lloró hasta quedar dormida. Pasó un par de meses y nació el niño. Era un bebé sano y bello como su madre. Cabello oscuro como el del maestro de arpa.
A Petronila no le pudo ocultar su verdad. Enamorada se había fugado con él. La hizo vivir en un lugar horrible. Pasó hambre y frío. Cuando se le terminó el dieron que le dieron, se fue. Ya era tarde, ella espera un hijo del maestro que recién descubrió que era casado con cinco hijos en otra ciudad lejana. Esa casa cálida y piadosa, la recibió con alegría y amor. Ella en su lecho amamantaba al niño que se prendía al pecho goloso y feliz. Desde la ventana de su habitación, miraba la luna en las largas noches de dolor y espera. Esperar un amor inexistente.
Una noche bajó las escaleras y rompió el arpa en mil pedazos. Se abrazó al pequeño y corrió hacia el dintel de la ventana. Una mano fuerte la arrancó por la fuerza y la obligó a regresar a su cama. Y se quedó dormida. Soñó. Que una suave luz iluminaba en la noche cálida la cuna de su bebé que dormía plácidamente sin saber que su madre estaba desesperada. Soñó que él, volvía. Pero sacaba al niño de la cuna y lo tiraba como un bulto por la ventana. Soñó que se transformaba en un ángel y volaba.
Raquel despertó y el bebé ahí estaba, retozando feliz en brazos amorosos de Petronila y su Tata.
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