Habían regresado de las Sierras del Águila Parda después de una enorme tormenta. La tierra había temblado y caían las piedras, ladera abajo. Irma y Segundo, dejaron en la base los caballos. Los esperaba un minibús, con dos médicas nuevas. Eran jóvenes recién salidas de las especialidades. Una, llamada Leticia, era gastroenteróloga y la otra, Jazmín era pediatra. Ambas, sin mucha experiencia pero llenas de deseos de servir en esa zona tan abandonada de la mano de Dios.
Irma y Segundo hacía cinco largos meses que no hacían ese regreso a la vida de pueblo. Ni soñaban quedarse en la ciudad. Apenas un recambio para ubicar un tiempo con sus familias entre reuniones en el hospital escuela y papeleo en la municipalidad.
El hombre tenía veinte años de servicio y pretendía un traslado para ver a sus hijos. La mujer, catorce sirviendo de enfermera, partera, sicóloga, juez de paz y maestra de las mujeres de aquella zona tan alejada. La gente salía a su paso, a medida que se acercaban al puesto de Los Arreboles. A caballo, en mulas o caminando, todos buscaban la ayuda de los profesionales. El minibús se detuvo bajo un enorme “aguaribay” y allí desplegaron un toldo. Bajaron una mesa plegable y se dispusieron a atender a los que hacían fila. Hombres agrestes, mujeres endurecidas por las duras tareas del campo, niños desnutridos o mustios, hasta habían traído sus animales enfermos.
Segundo, se hizo cargo de cortar pezuñas y aligerar heridas de cardones y alambres de púas. Irma, con las jóvenes, iban haciendo una tarea transformadora. Pesaban, tomaban la presión, limpiaban heridas de insectos infectadas, sacaban muelas rotas y flemones, inyectaban antibióticos… vacunaban, Leticia lloraba cuando descubría a niñas muy jóvenes embarazadas. Así fue que se propuso remplazar a Irma y a Segundo. Pero supo que sola no podría y buscó entre sus colegas otros que quisieran compartir su amor por esa gente.
De todos sus compañeros cinco se propusieron asistir. Tal vez no se quedarían en forma permanente como ella, pero sí, el tiempo necesario o que pudieran para socorrer a los que necesitaban su apoyo. Pronto se conoció su obra y algunos oportunistas trataron de hacer que se transformara en una O.N.G. para conseguir dinero extra. Todos se ofuscaron y salieron dando un portazo a los aprovechados. ¡Ahí, no cabía la avaricia!
Leticia sigue haciendo su tarea en aquellos lugares, la suelen ver a caballo o lomo de mula atravesando el valle o ríos helados para llegar hasta un puesto o un rancho. Siempre con una sonrisa y dispuesta a un abrazo fraterno.
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