Altanero. Se cree justo, sabe que si lo saben llevar, le sacan lo que quieren...a pesar de que es viejo aún puede. No es soberbio, es hablador. Se autoabastece. No es mudo y teme al invierno-
Robusto con una mirada inteligente. Hábil y rápido. Su olor a tabaco, humo y transpiración transmite pudor a los que lo observan.
Estiércol y asado. Mate, aperos y rejas de arado.
Dueña de un campo. Educación extranjera. El hombre me codicia. Yo eludo sus miradas y sus insinuaciones. Los otros me miran y comentan. Esta “hembra es de tratar”, pero el viejo la ampara. Su mirada aguda y el instinto le anoticia de un horror vivido por esa mujer hambrienta de respeto. Suele ir al almacén de ramos generales a comprar algunos comestibles, kerosene y semillas. Tiene un solo ayudante, muy niño él, para las tareas más brutas del campo, por eso, se acercan a veces algunos bravos a pedir trabajo. Ella saca su escopeta y los desalienta. Al anciano lo recibe y se sienta junto a él, en silencio cómplice del duelo interior. Ambos, han sufrido. Ambos silencian los viejos dolores u horrores vividos.
Ella comienza a fumar un tabaco agrio y de vez en cuando toma una “grapa” o un “ajenjo” letal para su cuerpo. Las mañanas heladas le atesoran el suave calor de la leña seca. El vapor gélido amplía el sopor de su corazón maltratado. Huyó de un amor nefasto. Sólo el “Viejo” es su amigo. Sí, solo el, puede comprender el rencor y sus penas. Son las dos caras de una moneda antigua y nueva. Si volviera el “Extranjero”, ella, saldría desertando hacia el mundo, escondiéndose de ese Monstruo que la torturó con vileza. Su sueño, es esfumarse en el campo entre maíces y girasoles, entre animales y bosques. Cada mañana sale con pudor mirando de soslayo para ver si el engendro ha localizado su escondite. Y ve al viejo, que montado parte hacia su rancho envuelto en su poncho viejo y el humo negro de su tabaco.
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