ACERCÁNDOSE A
Vivir en una ciudad llena de altos edificios, puro vidrio y luces, te vuelven insensible. A veces suelo levantar la cabeza y mirar el rectángulo de cielo que se destroza entre la inmensa maraña de cables y ventanas. A veces aparece como un milagro un pájaro que se despistó y se termina estrellando en los cristales. A veces veo un perro merodeando perdido por las solitarias calles de Manhattan
He perdido el gusto por caminar. Suelo ir a pasear los fines de semana al parque, pero, se llena de gente que va y viene con niños tristes, madres apuradas que quieren que el sol abarque en minutos los meses de encierro de sus hijos. Y están los que con sus patinetas, van como viento helado por los senderos tapizados de cemento. En invierno es peor, la nieve se mete por todos lados. Se hace barro con los restos de hojas secas y polvo y llego a mi refugio de cuarenta y ocho metros, donde vivo y ensucio el pasillo bajo la furiosa mirada del afroamericano que contrataron para que limpie los lugares comunes.
Vine con una beca, para doctorarme en especies vegetales desérticas que están en extinción. Creo que yo estoy en extinción, ya no tengo amigos, acá sólo hay colegas que vienen, estudian logran su diploma y regresan a sus países de origen o son de países tan raros que ni me hablan. Con gusto regresaría a mi país, pero me faltan dos o tres años. Me siento una usurpadora. Me llamo Salomé… horrible nombre que heredé de mi abuela paterna. Me ha traído raros acontecimientos. Un empleado de la embajada de Israel que vino a la academia y escuchó mi nombre, pidió conocerme. Me preguntó si yo era espía. ¡Yo espía! Largué tal carcajada que golpeó la puerta y huyó despavorido. Me han preguntado si soy tarotista y leo el futuro, si soy bailarina de caño y quién sabe cuánta estupidez. Cuando contesto que soy investigadora de especies en extinción, me miran como por un microscopio.
Hace una semana llegó al laboratorio una muchacha de una región de África, y me agradó. Es tímida y sonríe, siempre sonríe. ¡No se por qué! Pero me sentí cómoda con ella. Creo que he encontrado una compinche para hacer algunas excursiones al desierto de Arizona. Ella profesa una extraña religión. Yo no creo, soy una atea total. La ciencia no me ha permitido meterme en esos pasadizos intrincados de la teología. Bueno desde hace unas horas estamos planeando el viaje a investigar nuestras raras vegetaciones del desierto en este país.
Y llegó el día. Nos vamos en una ranchera alquilada con un compañero de último curso y el profesor de la cátedra de Fitomorfología. Lo graciosos que el compañero es oriental y viaja con su gato. Es un animal extraño, duerme pero parece que siempre está alerta. Cuando alguien toca a Yan él, gruñe. El gato, por cierto. El profesor, descubrimos que tiene varios TOC. Y nos hace reír. Pero sabe muchísimo de nuestro trabajo.
Llegamos
a un pueblo de Arizona y allí, se acopló un estudiante de Italia. Habla un
inglés rarísimo y es súper religioso. Hemos investigado y parece que es
sacerdote católico, pero no lo dice. Comenzamos nuestro camino entre el polvo
del desierto, ya que la carretera no es nuestro destino. Queremos adentrarnos
en un espacio natural, pero natural en serio. Me dio una clase sobre mi nombre
que si bien me cansó, fue bien interesante. Es muy antiguo y tiene que ver con
Una mañana me vino a buscar, me dijo que quería que viera una antigua imagen de porcelana en una capilla medio perdida en el desierto y que allí, hay una planta rara, de las que yo estudio. Y allá fui no muy contenta. Cuando atravesamos un camino polvoriento y deshabitado, nos cruzamos con un hombre extraño que habló en un raro lenguaje indígena. El por fin dijo que era religioso. Y que venía de Italia a evangelizar a un grupo humano como el hombre que nos cruzamos. Llegamos al fin a una iglesia pequeña, muy antigua y maltrecha. Él abrió la puerta de madera corroída con una llave de hierro que parecía sacada de un museo. En la semi penumbra, observamos unas estatuas bellísimas de seres angélicos.
Al frente, había una mujer hermosa, pálida y de mirada dulce. Él, dijo que se llamaba María y era la madre de Jesús. Me acerqué y sorpresivamente, comenzó a fluir agua de sus ojos, que resbalaban hasta un macetón de barro donde una planta del desierto nunca vista ni en catálogos de las extinguidas. Saqué fotos de todo lo que veía; cuando quise tocar las hojas espinudas, la planta cambió de color y fue como si se replegara en sí misma. El reflejo de los ojos de la madona, era de otro color, y me asusté tanto que salí corriendo. Mi compañero, el italiano se quedó un largo tiempo en una postura de adoración… Creo que voy a tener que investigar esto que me ha ocurrido. A partir de mañana comenzaré a leer sobre estos hechos extraños y místicos.
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