domingo, 27 de agosto de 2023

BOCHINCHE

 

La calle del pueblo estaba llena de asombrados mirones. ¡Así es "Ocho Soles", con sus quinientos habitantes! Se asomaban caminando como robot por las angostas veredas que separaban las casas de la calzada.

Ella, vestida con ese traje extraño, de colores furiosos y cabellera colorida, hacía piruetas en una farola que de balanceaba temeraria como una boya en medio de un mar inexistente. Todos le decían "Bochinche", porque era diferente. Ruidosa y arisca. No aceptaba los modos y costumbres que las autoridades querían imponerle en sus actividades.

Un día, hacía como seis meses, se había vestido de negro, su rostro dibujado con una hermosa calavera blanca sobre un color negro y las manos tintas en rojo. Iba tocando la espalda o el pecho de cada transeúnte. Ensuciando la ropa o la piel de aquellos que tratando de esquivarla, recibían más y más pintura colorada. La lengua que sacaba en lugar de sonrisa, era de un brusco color azul. Se había colocado una larga cola de sogas que latigueaba sobre la tierra, levantando un polvo acre. ¡Se reía a carcajadas!

Hoy, estaba haciendo acrobacia en el farol de la esquina principal de la plaza del pueblo. La gente llegaba, algunos se reían, otros le gritaban groserías y algunos trataban de hacerla razonar. ¡Cuidado Bochinche, te vas a matar! ¿Por favor muchacha, te vas a electrocutar! Pero ella se reía. ¡Estás loca! ¡Estás embrujada! ¡Estás endemoniada!

De pronto llegó el alguacil, se paró junto al farol y sostuvo con mucha fuerza el débil farol. ¡Baja ya niña, y date por detenida! Se tiró al piso, cayó como una bolsa llena de guijarros sobre las piedras.  Alargó sus manos. Pequeñas manos que parecían dos alas de pájaros moribundos. Átemelas o me voy.

¿Dónde están tus padre, pequeña molesta? Alguien entre el público se oyó decir...: "No tiene padres, es huérfana". Y el corazón de algunos comenzó a soltar lágrimas con pena, pocas, pero auténticas. ¡Bochinche es una hija de nadie!

La llevó suavemente hasta la oficina. Le preguntó el nombre. Dicen que me llamo Rocío... pero nunca supe si es verdad. El hombre se atusó los bigotes y masajeó la barba. Una mirada entre profunda y curiosa la enfrentó. ¿Por qué hacer esas cosas? ¿Acaso eres demente o necia? Necesito que me vean, tal vez entre la gente que me sigue para insultar o agredirme, socorrerme o retarme, esté mi madre o mi padre.

Bochinche se quedó callada. Se sentó en el frío piso de mosaicos y se abrazó las piernas. El alguacil, alcanzó a ver que tenía en las piernas y brazos, marcas de viejas heridas hechas con algún afilado cuchillo. ¿Y eso, dijo señalando las cicatrices? Son mis penas. Las que me dejaron cuando era muy pequeña en la puerta del cementerio de "Ocho Soles". Y me arrastró un anciano hasta su guarida, vivía en el panteón de los soldados muertos en batallas viejas. Me lavó, seguro, me arropó y me dio migajas de pan embebidas en leche. Se llamaba...

¿Gotardo? ¿El viejo Gotardo se hizo cargo de un bebé abandonado? ¿Y cuando murió...? Yo tenía siete años. Era su princesa, por lo que lo envolví en una vieja bandera que había en el panteón y lo coroné con unas hojas de laurel de una lápida recién puesta de otro héroe.

Lo dejé allí hasta que alguien se alertó de su cuerpo hediondo y lo sacaron, llevándolo a un hoyo lejos de su amado hogar. Yo me escondí por un tiempo. Y salí a robar comida y ropa de algunas casas del pueblo. Así fui creciendo. ¡Fue un ángel conmigo!

La gente se había agolpado y escuchaba boquiabierta el relato de Bochinche. Una anciana se abrió paso entre los curiosos y le dijo: Rocío Luna, sé quién era tu madre. Nunca imaginé que eras mi nieta. Mi adorada hija, se escapó con un tal Horacio, trotamundos y pícaro que la trajo un día casi muerta. Estaba embarazada de un niño, esa eres tú, pobre muchacha. El miedo y el dolor se la llevaron, pronto a la tierra.

Si quieres puedes venir conmigo. Tengo una casa humilde pero entramos las dos. Bochinche la miró con desgano. ¡No quiero! Seré como una muñeca de trapo, sin poder hacer las cosas que me gustan. Vestirme así, caminar descalza, pintarme la cara y las manos de colores... reír a carcajadas o llorar como una catarata desbordada.

La mujer le alargó la mano. Ven Rocío, harás todo el bochinche que quieras. Para mí será una compañía en el árido pasar de los días mirando por la ventana el cielo, la luna o el sol. Y como ya estoy muy vieja, tendrás la casa sólo para ti, cuando yo la acompañe a tu madre.

La muchacha, extrajo de entre sus trapos e hilachas, una vieja fotografía de Gotardo. Quiero que le hagan un homenaje. Él fue quien me salvó de todos los dolores de mi niñez. Así, tal vez así, iría con ella, dijo señalando a la anciana.

Un curioso comenzó a aplaudir. Y todos lo hicieron de pronto para afirmar el pedido de Bochinche. Esta, se paró y alzando la cabeza mostró que su rostro se iba despintando en pequeñas serpentinas con sus lágrimas silenciosas y tristes. Su mano se acercó a la de la dama y un grito profundo salió de su garganta; esta vez de un dolor que había vivido incrustado por años en su débil cuerpo de muchacha abandonada a su suerte.

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