martes, 8 de agosto de 2023

SÍNDROME DE TRAICIÓN, Capítulo 6

 

El detalle de una batalla lo da el que triunfa. ¿Para qué más detalles? Facundo. Domingo F. Sarmiento.

La soledad y el tener las manos inútiles, le hacia daño. Delfina, comenzó a zurcir la vieja frazada a cuadros, que le habían dado, con el hilo, que tenía en si pequeñísimo costurero de cartera. Logró una aguja prometiendo portarse bien. Mientra trabajaba casi sin luz y ensimismada escuchó voces, que llegaban a través de la puerta metálica. Oyó atentamente. Había una terrible discusión. Una vos de mujer, sobresalía de las voces masculinas. De golpe se escuchó un disparo y se hizo un silencio total. Delfina sintió tremendo miedo. ¿Sería el final de un juicio? ¿Había llegado algún extraño? ¿Otro rapto?

            El silencio se mantuvo un rato. Luego el murmullo de voces le trajo a la normalidad… La voz de la mujer seguía sobresaliendo, a pesar de eso no alcanzaba a escuchar bien lo que decía! Algunas palabras sueltas llegaban, pero no le servían para armar ideas o frases. Se quedó inmóvil. Apenas si respiraba. El rumor cesó. Pasó un tiempo quieta. Eran las siete, calculó, pero ya había perdido la noción del día y la noche. ¡Ya habrían pasado entre siete y ocho días, desde que la llevaron allí!

            No sentía nada, ni frío, ni calor, ni hambre, ya su cuerpo se había adaptado al lugar. Sólo le molestaba la herida de la pierna, que se había infectado y supuraba. Aparte estaba el miedo ese miedo, que la había transformado en un felino. Su vista se aguzaba, su oído dimensionaba hasta el más mínimo sonido. Todo lo que antes le parecía fútil, ahora colmaba una dimensión especial. Cuando entraba un guardia a traerle algún alimento, en contados segundos le captaba si era hombre o mujer, le calculaba la edad.

             Hasta se le había mejorado el olfato. Con su olor, podía distinguir si era estudiante o si trabajaba en alguna fábrica. Se sorprendió cuando, descubrió que uno de ellos usaba un “extracto francés”! Nada proletario. ¡Por detalles deducía, que la mayoría, eran chicos de familias más o menos educadas! ¡Lastima que siempre usaban esas negras capuchas y que algunos no le decían ninguna palabra! Delfina, sintió de pronto, que ya nunca sería la misma mujer. Ahora, con esta dura experiencia, tomaba una dimensión humana diferente. De pronto se abrió la puerta y entró un muchacho, que le entregó unos libros y papeles.

Debe leer esto! Además escriba acá una  nota para su marido! ¿Qué tipo de nota? La que quiera. De cualquier manera servirá para que sepa que aún esta viva.

            Por favor ¿que harán conmigo?

            Ya lo sabrá, ahora leerá todo esto! Le deja cuatro libros, impresos en papel ordinario. Unas hojas de papel de carta y una lapicera. Ella se acomoda y escribe:          

                       

                        Mi querido esposo Mauricio:

                                                                    Recién me han permitido  escribir unas líneas. Estoy bien, es decir, viva. ¡Los amo y extraño a los niños! Sufro pensando en tu dolor y siento mucho miedo. Acá la soledad es total, nadie me habla y no puedo moverme mucho. No sé qué pasará conmigo. Dijeron que me harán un juicio. No pierdo la Fe en Dios y la esperanza.

                                   Te amo Delfina Besos a los chicos. Sol tiene turno al dentista el día 18 de noviembre!.

 

            ¿Está bien así?

            El jefe dirá luego. ¡Ahora lea!

            Delfina toma el primer libro y lee el título: “La lucha obrera en Latinoamérica”, el segundo: “La bota militar y la denigración proletaria”, el tercero: “La mujer oligarca, en las calles de las ciudades” y el cuarto: ”Así habló el “Che” en la Universidad de La Paz”. Todo era basura, ni los títulos ni los nombres de los autores la sedujeron, pero comprendió que no tenía alternativa. Comenzó por el que hablaba de la mujer y con su lápiz, marcó cada idea con lo que estaba en desacuerdo. Sabía que era una técnica usada para crearle confusión.

            Se entusiasmó cuando la lectura, le trajo a la memoria las charlas y detalles en la facultad. Recordó al profesor de Filosofía, era un gran intelectual. Todo lo que había estudiado, ahora le servía, para refutar las ideas equívocas. Por otro lado señalaba si coincidía con algo. Realmente el libro estaba escrito con inteligencia. Siguió leyendo hasta que sintió deseo de dormir. Se acomodó en la colcha y se durmió con la idea de que ahora tenía algo importante para hacer. Debía estar bien lúcida.

            La oficina del Coronel Bermúdez, estaba en un caos ordenando. Fotos y planos pinchados en la pared de corcho. Tres escribientes en sus maquinas y cinco teléfonos en el escritorio. A cada rato llegaba un cabo o un soldado con un papel o carpeta. Otro traía mate.

            El coronel manejaba con mucha habilidad las novedades que llegaban. Llamó por un timbre y llegó su secretaria. La joven: morena, de ojos grandes, inteligentes y fríos, cabello negro y lacio, parecía la estatua de una aborigen en acecho. Su figura soberbia, imponía autoridad. Un cierto aire masculino, se desprendía de sus movimientos, pero tenía labios y senos sensuales y bien femeninos. ¡Era una mujer extraña: seria, callada, poco comunicativa, casi antipática! Pero tenía una eficiencia y capacidad ilimitada.

            Nadie recordaba, quién o cómo, la trasladaron a esa sección del Comando. Llegó un día con sus papeles y su capacidad. La responsabilidad la hizo granjearse, el respeto del Coronel Bermúdez, un hombre simple, de pocas palabras y bondadoso. Algo simple para sus obligaciones, confiado y muy provinciano.

            Él, recurría a su secretaria para todo. Su esposa estaba muy enferma y no tenía hijos por lo que pasaba la mayor parte del día en la oficina del Comando..

            Siempre que tenía algún problema la consultaba, porque Reina López era una enciclopedia andando, sabía el nombre de cada oficial, suboficial y hasta los civiles que trabajaban como choferes o carpinteros. Era insustituible.      

            Siempre distante le daba su opinión y él llegaba a la conclusión, que si bien era lejana y carente de subjetividad, decía lo cierto. Esa mañana, como siempre la llamó y le dijo, que confiaba en su total ayuda en el caso de Delfina Cuenca Izaguirre de O´Denilson Dacosta.

            ¡Mire señorita, tenemos acá el caso de un secuestro complicado… la chica es esposa y madre, de cuatro niños pequeños, hasta acá está todo el material, que tenemos! El Arzobispo ha solicitado que le demos una atención especial. Es una mujer devota y querida en la Curia.

            Coronel… puede contar con mi ayuda! No pestañeó, su voz clara demostraba la eficiente preparación que tuvo en la selva en Cuba.

            La “Mara” se acercó al panel con los datos que  habían logrado y de una mirada comprendió, que la “organización” estaba en peligro. Le llamó la atención ver la foto de “Camarada Jorge” uno de los enlaces que tienen en el caso de la Delfina. ¡Un frío, le recorrió la columna cuando en el mapa había delimitado con tinta roja las posibles zonas, en que la tenían! ¡Uno de los círculos coincidía con la “finca”! Urgentemente debía comunicarse con el jefe, decirle la verdad y trasladar a otra parte a la “rea”.

            Mientras el Coronel Bermúdez, saca de un sobre otros datos recién llegados, se arregla para marcar en su manga algunos datos que debía llevar al “Jefe”. Robó un papel.

Uno de los escribientes, Marcelo Pedriel Echagüe, la miró de reojo y le pareció que movía de lugar algunos papeles, pero como sabía que era de tanta confianza, se quedó callado. ¿Cómo iba esa chica a  robarse un papel de allí? ¡El debía estar loco!

 ¡Durante toda la mañana se trabajó en forma incesante! A cada rato llegaban datos nuevos, algunos iban a parar a la máquina de triturar, otros eran archivados y otros se pinchaban en la pared! En la oficina de al lado, se escuchó una voz  grave… De pronto entró en la sala una figura, que atrajo la atención de todos.

            Un hombre alto, de espaldas anchas y músculos fuertes, característico de los deportistas, Con su cabello rojizo despeinado y ojos enrojecidos e hinchados, ha penetrado, imponiendo una figura inquisitiva.

El Coronel Bermúdez, se acerca con una mirada inquieta, mientras el resto del personal sigue en sus tareas.

¡Capitán…, pase., pase, acá estamos con el caso de su esposa pérdida…!

¿Qué noticias tiene para mí?

¡Pocas, pero con algunas esperanzas! ¡Señorita traiga un café para el Capitán  O´Donilson Dacosta, por favor! Ah, venga que le muestro nuestros adelantos…

Mientras ambos hombres se acercaban al panel la “Mara”, observa al recién llegado…

¡Con que ese es el macho de Delfina, supo elegir a un tipo…! ¡Lástima que no estuviera en la causa! ¡Era fuerte, viril y se notaba decidido! Se rió, en su fuero íntimo, se dio cuenta que si no tuviera más a la Delfina se haría pedazos. Se olía de lejos que no era un tipo de muchas mujeres. Una profunda rabia, la agotó por dentro, la muy hipócrita, las tenía todas. Ya se haría cargo ella de que dejara de ser una  triunfadora.

Cuando estaba terminando una nota, sintió la presencia del hombre a su lado. Se puso tensa. El tenía un perfume suave y varonil. Sacó de su chaqueta una pipa, con serenidad la llenó, mientras observaba a todos los que estaban allí, la encendió. Y con voz profunda comenzó a hablarles:

Mi nombre es Mauricio O´Donilson Dacosta.  Desde que mi esposa fue secuestrada, mi vida y la de mis cuatro chicos es un verdadero infierno. Yo les doy las gracias a todos, por ayudarme a encontrarla. Les quiero decir: que es una mujer buena, decente, casera, que ama a sus hijos y me alegra decirles, algo personal e íntimo, me ama. Yo la amé desde el primer día qué la vi. No se están fatigando por una mujer inútil, ni hueca. Su vida es sencilla y luminosa. El hecho de ser hija de una antigua familia cordobesa, con dinero: jamás la transformó en una muñeca de vitrina. Yo les ruego su total apoyo y si algún día, la vemos regresar… Juntos les daremos las gracias.

¡La voz de Mauricio se quiebra en un sollozo! La gente no atina ningún comentario. Se ha creado una aguda sensación de premura. ¡Tienen que encontrar a la mujer! Sólo en la mente de una persona allí, se crea una idea fija… ella tiene que destruir a esa melindrosa… burguesa…beata.

 

 

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