“Si avanzo sígueme, si me detengo empújame, si retrocedo mátame. Che
Guevara”
La herida de
la pierna ha comenzado a supurar. Tiene fiebre en toda la zona infectada. Le
duele y siente que le produce un dolor que llega y se extiende hasta la ingle.
Allí toca los ganglios duros e inflamados. Tiene miedo.
La lectura le causa mareos y dolor de cabeza,
la luz es demasiado débil o tal vez, es
la porción de comida que le dan Ya han pasado casi diez o doce días desde que
la han retenido. La falta de higiene la tiene muy molesta. Le hace falta un
buen baño. Lavarse el cabello. ¡La ropa está tan sucia! Y, con un aspecto
desprolijo…que la avergüenza. Se ríe. ¡Está viva! Aún tiene una esperanza.
Sigue tratando
de leer esas frases hechas y se interna en la dantesca pesadilla de la lucha de
clases. El Mayo Francés,
Reina se
bajó del ómnibus y se metió rápido en la tranquila academia de baile flamenco.
La casa era antigua y la alquilaron sin que los dueños hicieran muchas
preguntas. La gente de avanzada edad, era especial para no pedir ningún tipo de
dato. Cuando les dijeron que iban a hacerles algunas mejoras, los viejos,
quedaron encantados.
Entraron en
la casa y le hicieron de acuerdo al plan que les dio el “jefe” un sinfín de
reformas. Detrás de un gran mueble de madera hicieron una oficinita con una
pequeña imprenta. Allí, estaba la entrada al sótano. Las casas antiguas
generalmente tienen ambientes grandes y sótano. Patios donde se podía esconder
cajones con herramientas y libros. Garajes grandes y herméticos. Allí hicieron
un gran pozo donde escondieron armas y listas secretas.
Desde afuera
parecía una normal academia de baile. Allí entraban chicos y jóvenes, con la
idea de aprender flamenco. Nadie ponía atención a la gente que ingresaba y
salía. Era la máscara perfecta. Música fuerte, zapateo, castañuelas, etc. La
máquina de imprimir panfletos y libros, era un ruido más!
El barrio
tranquilo, arbolado y de antigua gente habitándolo, no les perjudicaba, al
contrario, se hicieron conocer por el almacenero, el hombre del taller de
enfrente, pero siempre guardando el gran secreto. Mara se precipitó en la
academia. Tenía mucho apuro. Trató de no llamar la atención de la chica que
ejercitaba un zapateo…Cuando pudo traspasó el mueble-placard que dividía la
zona de academia con la zona de imprenta.
Al verla,
todos dejaron en suspenso su trabajo. Allí estaban los más importantes. Entre ellos
se encontraba el muchacho que estaba en la foto de la oficina del coronel.
Ellos le sabían el nombre de guerra “Jorge”. Nadie sabía quién era realmente.
Esa era la gran consigna. Tenía un fuerte acento boliviano.
¡Muchacho,
tenemos problemas! Están conociendo nuestros búnker. Alguno de nosotros está
totalmente identificado. Estamos en peligro.
El jefe, se
acerca, con su suave y culto estilo les pidió calma. ¡Debemos tomar una nueva
determinación!
Yo les digo
que si no nos apuramos nos caerán como caranchos, ya tienen idea de la “finca”
y de la academia. ¡Tienen estos datos! Le alcanzó el papel, que había robado en
el mural. El “jefe” se queda serio.
Debemos ir a
la finca y sacar a Jhonson Weeills gerente de una refinería inglesa y Tony Cattaneo representante de la empresa de
siderurgia italiana. Ambos enemigos de la revolución.
De a uno
fueron saliendo, uniformados como para ir a una cacería. Botas, pantalones
fuertes, camisas gruesas. En el viejo garaje, se metieron en la camioneta, con
armas, por si tenían algún encuentro imprevisto. Salieron de allí cuando ya
había oscurecido. Antes, le obligaron a
cambiarse de ropa. Le dieron un pantalón de gruesa tela verde oliva, zapatones
militares, camiseta verde, y una chaqueta de combate mimetizada.
En silencio
hicieron los kilómetros que los separa de la finca. Cada uno en los profundos
pensamientos que atiborran sus mentes afiebradas. La camioneta pasó con la
rapidez acostumbrada frente a la policía caminera. La indolencia de esa gente,
era total. Sólo hacían algún comentario frente a la imprudente velocidad de
algunos vehículos, pero no los paraban.
Llegaron a
la finca. Entraron al galpón y bajaron a la “oficina”. Allí como tocados por
una mano invisible comenzaron a exponer sus ideas. Agriamente fue subiendo el
tono de voz de la “Mara”. La foto del “Camarada Jorge” era el dato que serviría
para llegar y destruir la “organización”. Ellos tenían los datos filiatorios
del compañero. Pronto lo localizarían. Jorge estaba asustado. Comprendió, qué
estaba atrapado.
El “jefe”
dudaba en cuanto a la forma de llevarlo fuera sin arriesgar la “acción”. La “Dolo”
comenzó a levantar la voz. Escuchen a Mara, no sea que nos atrapen y se va todo
a la mierda. En esta Revolución se triunfa o se muere, si es verdadera y ¿qué
carajo creen que hacemos acá?
Saben
perfectamente, que si llegan a él, nos atrapan… Se derrumbaran años de trabajo y
lucha por el proletario obrero…
¿Qué,
“Dolo” lo querés “enfriar” o “congelar”?
Pregunta el “Músico”.
Yo
creo que hay que sacarlo de la zona, mandarlo al sur o Salta al “campamento” de
la gente nueva. – dice el jefe.
No,
lo siento por él, pero hay que
“congelarlo”.
¡Negra
de mierda, decís eso, porque no estás en
mi lugar.
¡Sabía,
que podía suceder, por la causa de
Calma,
calma Dolo y Mara, ¿quién daría el tiro final y qué se haría con él, después?
Yo,
no tengo miedo, de cumplir con mi deber después se lo dejaría en algún lugar
público envuelto en la bandera de nuestro “grupo”, así sabrán que no tienen con
quien empezar. O se lo achacamos a ellos.
¡Pero
no es tan fácil. Además ellos tienen pocos datos, les costará llegar hasta acá!
¡Están
locos! en menos de dos o tres días llegarán y será demasiado tarde!
La “Mara”
gritaba con la garganta con pedregullo. Era la primera vez que el “jefe” la
veía histérica. Lo que vio no le gustó. ¡Ella no estaba tan adoctrinada como
parecía!
Bueno…
“Jorge”… ¿vos que decís?
Yo…
no sé… la causa de todo este lío, soy yo, pero pudo ser otro de nosotros. La
revolución es más importante que mi vida. ¡Cumplan con su deber!
Se
hizo un silencio profundo. El “Comandante Toyo” que había permanecido en
silencio observándolos, sacó la pistola automática, tiró para atrás el seguro
colocando la bala en la mecánica y se la entrega a “Mara”. Instintivamente,
“Jorge” se hincó en el piso. El “Músico” se acercó y lo abrazó. Le cubrió los
ojos con un pañuelo.
Todos de
pié, hicieron el saludo militar y
“Jorge” cayó a un costado en un
charco de sangre. El “jefe” y Toyo sacaron
la bandera blanca y roja con las letras que identificaban a la “organización” y
envolvieron el cuerpo del muchacho. Rápidamente las armas que tenían ocultas y
los papeles importantes fueron apareciendo de sus escondites. El “jefe” salió y
buscó la camioneta, en la que habían viajado. Allí colocó armas y papeles.
El músico
trajo la furgoneta que estaba oculta en la finca y allí acomodó con la ayuda
del “Gordo” y la “Mara” el cuerpo tibio de “Jorge”.
Luego se
pusieron a discutir sobre las rutas que usarían. El “jefe” llegó y dio la orden
sobre de cuándo y cómo traer a
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