jueves, 10 de agosto de 2023

EL LETRADO


 

            Alejandro había pasado por la universidad sin pena ni gloria. Un alumno del montón que había conseguido el título de Licenciado en Leyes por astuto y persistente.

            Era bastante parco, miedoso y tartamudeaba cuando se ponía nervioso. No quiero contar cuando estaba frente a una mesa de exámenes, con tres o cuatro profesores de esos que te miran como si el que tienen adelante es una cucaracha. ¡Y hay que  pisarla! Pero sin embargo lo logró. Con sus miedos y prejuicios cumplió secretamente el anhelo de Bettiana, su eterna enamorada que creyó que con el famoso diploma se venía el casamiento. Se equivocó. Alejandro envalentonado, se marchó a un pueblo del interior para ser el “doctor en Leyes” y hacer política.

            Había comprado un auto usado y alquiló una casita donde colgó un cartel que anunciaba su condición de Abogado especialista en toda clase de temas. Llovieron pequeños productores que el banco regional quería rematar, algunos vendedores que pasaban por ahí y dejaban hijos producto de adulterio y que les obligaban las mujeres a pagar su cuota de alimentos y problemas de arrendatarios y dueños que se entreveraban en deudas eternas para cobrar. Todo dependía de si había buenas cosechas o si la siembra era escasa o mala. Ni hablar de los campos anegados y los vientres de los animales nulos.

            De vez en cuando recibía una carta de Bettiana que le reclamaba la promesa hecha el día que se recibieron en el secundario: “Lo primero que hago si me recibo es casarme con vos y llevarte a Europa de luna de miel”. Ni loco la traía a ese pueblo de morondanga. Y llevarla a viajar. ¿Con qué? Si la mitad de los trabajos que hacía se lo pagaban con un cordero o con un cheque que no lograba cobrar por meses. ¡Comer comía bien, ya que por ser un “ilustre” en el pueblo, lo invitaban a todos los acontecimientos del lugar: casamientos, bautismos y fiestas familiares! Se hizo amigo del médico, otro zopenco como él, que no daba a basto con la clientela.

            Y un día ocurrió. Vino al estudio una mujer que rompía las paredes… era casada y quería el divorcio. Allí, en el mismo sillón de cuero verde, se puso a llorar mientras mostraba unas piernas dignas de una modelo. Rubia, (teñida) con labios gruesos y con mohines de niña que lo dejaron patas para arriba. Unas “gomas” que marcaban hoyuelos en la blusa y la pollera corta que al sentarse, mostraba el muslo gozoso. Cayó rendido a sus pies, prometiéndole que en un corto tiempo era divorciada. Ella le aclaró que no tenía como pagarle y él, generoso, le dijo: Querida ya veremos, dejemos eso para más adelante. Y así fue ella se divorció y pagó. En el modesto hotel del pueblo le pagó con unos amores inolvidables.

            Ella, se quedó con un campo de trece mil hectáreas y de pronto Alejandro, abogado, dejó el estudio y se dedicó a trabajar el campo. Dicen que Bettiana sigue esperando. Y él es un rico hacendado con miles de pesos en el banco. ¡Ah, el zopenco, hizo algo parecido, se casó con la prima de la mujer y tiene otro campo lindero en el que cría ganado Holando-Argentino que exporta al exterior.

            ¡Hay que tener cuidado con los letrados!

           

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