miércoles, 16 de agosto de 2023

EL TIRANO III

 

 

La casona era hermosa. La piscina de tamaño olímpico, envolvía el cuerpo de un puñado de bellas muchachas de figuras esculturales. Entre las palmeras un hombre de cuerpo hercúleo, fumaba un cigarro de puro tabaco hecho a mano. A su lado dos perros de porte marcial escoltaban al "jefe", mientras un frágil adolescente traía una bandeja con pequeños bocados de exquisitos manjares. El sol caía sobre los bellos cuerpos de las niñas. El mozo no levantaba la vista. Estaba prohibido mirar a las mujeres.

El sonido del motor de un vehículo, despertó la curiosidad del hombre. Un par de "asistentes", verdaderos gorilas, salieron con armas a franquear al jefe. Las chicas se enmudecieron, apenas se animaban a respirar. Y desde un enorme portón que se desperezó lentamente entre el palmar, ingresó un coche rojo, descapotado y ruidoso. Era un "amigo" que no había avisado que venía a visitar al hombre.

Cuando las muchachas lo vieron, creyeron ver un "aparecido"; era el mismísimo actor de la última serie de Neflix que habían estado disfrutando la noche anterior. Un ardor les levantó el ánimo. ¡Es Erwin Guzmán, el actor! Y un chasquido les hizo salir rápido del agua y entrar en una zona de la gran morada. No podían levantar la voz ni mirarlo. Estaba prohibido por el "jefe". Él, era dueño de sus vidas y de su futuro. Las había comprado en una subasta por Internet, a precios elevados. Eran desechables como que de vez en cuando alguna de ellas desaparecía y nadie se explicaba qué había sucedido. Tal vez, había cansado al patrón. Los cuidadores, las encerraron en un salón donde un enorme televisor las entretenía mientras el amo, hablaba con el famoso artista.

Tais, era de origen filipino. Era una joven verdaderamente bella cuyo cuerpo estaba a disposición del jefe. Era una muchacha que no hablaba. Siempre sonriente se expresaba con las manos y un instrumento musical desconocido en ese lugar. En las noches cálidas se oía el dulce sonido del instrumento y a veces llamaban a Zila para que bailara las hermosas danzas de su Tailandia lejana. El amo le había hecho traer de Bankog los adornos y el traje tradicional de las danzarinas de ese maravilloso país. Ella, había sido subastada con apenas diez años en un lugar escondido de la selva cerca de Burma.

La vida allí, parecía ser un paraíso; pero era un infierno temido por muchas madres de los lejanos territorios donde desaparecían las más bellas niñas. Y a veces los hermosos niños que también solían comprar ciertos varones de copiosas billeteras y depósitos bancarios. Kalil, el mesero era uno de esos infelices llegado de un país del antiguo Irán. No hablaba el idioma de su gente y aprendió en escondidas el de este país, pero nunca dijo que entendía todo lo que se hablaba. Era para el jefe, el perfecto robot, que con una rutina diaria, cumplía todos los deseos y necesidades del estómago del hombre sin la charlatanería de ciertos personajes que habitaban la enorme hacienda.

Su vida dependía de su inteligencia y habilidad para disimular no saber qué se decía frente a él. Era muy inteligente. Hábil y silencioso. Por lo que el amo nunca se cuidaba cuando venían los traficantes, altos funcionarios y gente que hacía jugosos y sucios negocios con él. El muchacho, estaba profundamente enamorado de Glenda, una pelirroja, comprada en un suburbio del Bronx a una madre adicta al crack. La niña llegó con doce años, apenas hablaba inglés y aprendió pronto los ritos de la manada: diversión y silencio.

El actor le ofrecía un negocio. Una película con la vida de su famosa madre, una antigua (no era tanto) actriz de Holywood; casada diez veces con actores, directores y hombres de dinero que la habían amado y usado para lograr el éxito en el cine.

El magnate, desconfiado y sutil, le preguntó cuánto quería de porcentaje. La risa retumbó en los dos mil metros de la casona. Aves y lagartijas huyeron de sus escondites con esas risotadas. Llamó a Kalil, que estaba a cierta distancia y le ordenó que le trajera un cóctel especial... el muchacho lo miró distraído y asintió. Un tremendo temblor le traspasó la espalda. Ese brebaje tenía una droga muy adictiva que a la larga mataba a los que la consumían, pero como siempre hizo lo que le ordenaba. Solamente que no puso ni la mitad de lo que generalmente debía. Total el actorcito saldría pronto ante una señal que les diera a sus "ayudantes". Cuidadosamente armó el trago, el color era exacto al que solía preparar, pero no incluía tanta droga, de lo contrario iba a suceder lo que unos meses atrás pasó con un comerciante que quiso aprovecharse del amo y se estrelló a pocos kilómetros de la hacienda. Ya vería qué le diría su jefe si el joven no se mataba tan pronto en el camino al aeropuerto.

Salió éste y sacando su hermosa Ferrari, se alejó con un mentiroso asentimiento del jefe. Esa noche el hombre maltrató a varias chicas. Uno de los ayudantes hablando con otro se refirió de modo furibundo. ¡Este hijo de puta es un Tirano! No sabía que Kalil sabía lo que decía. Todos creían que no entendía el idioma del lugar. El joven supo que algo iba a suceder. Y se alegró de adelantarse con su inocente frescura. Le acercó al jefe unos bocadillos de sabores exquisitos y un wysky en las rocas como siempre.

La luna se asomó entre las palmeras y entre las plantas se deslizó uno de los custodios. Tais tocaba el instrumento que dulcemente envolvían el calor del atardecer noche y Tais, danzaba descalza cerca del hombre. Dormido y roncando, no escucharon ni vieron la figura, casi invisible, vestido totalmente de negro del custodio. Un fogonazo y allí quedó el tirano, quieto enfriándose mientras la música y la danza marcaban un compás de armonía y belleza.

Kalil, se acercó a Glenda y en un perfecto inglés le dijo: "Debemos huir esta noche" y ella, tomándolo de la mano corrió tras los jardines rumbo a la libertad.  

 

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