martes, 1 de agosto de 2023

EL TIRANO

 


1- ANTES

 

Los pies descalzos y la nieve cubriéndolo todo. Recordaba la puerta secundaria del edificio, que un día lejano su abuela le había señalado entre el inculto follaje de la zona exterior. Las piedras mohosas difuminaban el contorno de dicha abertura de madera. El frío alteraba el sonido dantesco de la región y el viento arremolinaba la nieve sobre la espalda mustia encorvada. Frida desparramó hojarasca y golpeó con los nudillos adormecidos. Esperó un rato, insistió y oyó desde adentro cómo se arrastraban unos suecos de madera. El toc toc, era una alianza con la esperanza. Se abrió chirriante la puerta de modo que apenas se veía un ojo entre la hendija. Madre. Soy Frida. Déjeme entrar.

La tironeó una mano huesuda y casi a la rastra ingresó en un oscuro pasadizo húmedo de piedra. Otra mujer se distinguía por tener una lámpara que apenas iluminaba el lugar. Sobrias, ambas la examinaron de pie a cabeza. Si, sor Hugolina, es la hija de una antigua conocida de la casa. Ven, camina rápido. Debían disipar cualquier movimiento de alguien que observara fuera del edificio. Desaparecieron en la umbrosa soledad helada.

Tras llegar a un reducido ambiente, las mujeres encendieron luz. ¿Cómo te atreviste a venir? Sabes que Él, nos mataría a todas si se entera que huiste y te recibimos. ¿Porque huiste del tirano, verdad? Sí. Llevaron a Rosaura y a Sabina. Ahora vendrían por mí. De ellas nadie sabe nada. Se dice que las llevaron a esa casa y luego desaparecieron.

Ven, siéntate y toma esta infusión caliente. Hugolina, de rodillas, masajeaba los ateridos pies desnudos. Estaban casi congelados. Azules y sin vida, pero la habían hecho llegar hasta el refugio. El Hombre, no se había atrevido aun a desentrañar la vida de esa comunidad. Pero las odiaba y siempre llegaba un emisario a registrar el lugar, las alacenas, las ollas, las habitaciones. Casi todas eran ancianas. Pero últimamente habían socorrido a muchas jóvenes que huían del ávido deseo del tirano.

¡Ninguna muchacha de este lugar será doncella para otro hombre, sin antes hacerme feliz! Eso pasaba de boca en boca. Y los hombres aterrados escondían a sus hijas y esposas en los lugares más extraños. El bosque estaba poblado de trampas puestas para evitar que llegaran los esbirros a tomar por la fuerza a las pobres hembras.

Una vez que se había templado y sus labios no estuvieron morados y su mandíbula no castañeteaba, la llevaron por un pasadizo a otra zona. El lugar parecía una celda carcelaria. Pero un hogar crepitante amenizaba con un suave perfume a incienso y pino, el espacio donde un catre rústico envolvía a tres o cuatro muchachas, encogidas bajo una manta de lana tejida al telar por las religiosas.

Hábilmente la ubicaron entre dos de ellas y el calor de sus cuerpos envueltos en unas enormes batas de algodón, le fueron dando un reconfortante sopor y se quedó dormida. Se apagaron las lámparas y el silencio y oscuridad invadió todo.

 

UN MES ANTES

El mercado era hermoso. Los pollos y aves de caza, colgaban de los tenderetes como joyas. El olor del pan de cebada y de trigo entraba hasta el estómago más recio. Las coles, ruibarbos, setas y membrillos llenaban de color los cajones y cestas de los campesinos que ofrecían sus mercaderías. Las familias, regresaban de sus campos con conejos y cerdos pequeños. Todo parecía estar en un paraíso. Hasta que se escuchó el trote ruidoso de las cabalgaduras del tirano. Venía a recoger su parte. En realidad buscaba y usurpaba todo. Alimentos, bebidas y mujeres.

En la tienda de los padres de Frida, la muchacha ignorando las advertencias paternas, se agachó escondiéndose de los ayudantes del hombre. La tomaron del cabello y la arrastraron por el mercado hasta dejarla junto a las patas del caballo. Bufaba, su baba le caía sobre la cara roja de ira y dolor. Ni la miró. Le dio un rebencazo al animal y salió en busca de otra joven. Rosaura corría y para él, esa era una presa de caza mayor.

El padre de la joven, recibió una puntada de alfanje en la espalda mientras suplicaba por su hija. Y le pasó por encima el caballo que lo arrolló por el cieno. Quedó herido de muerte y Rosaura en el lomo del pingo del hombre. Este escupió al pobre infeliz y salió haciendo ruido con las monedas que robara de los campesinos.

La madre de Frida, le cambió el color del cabello con hojas de nogal. La que fuera rubia se transformó en morena y le cortó los bonitos rizos, raspó las dulces mejillas sonrosadas de la niña con un estropajo y la hizo bizquear para que pareciera horrible. Pasó unos días pacíficos sin la mirada viciosa de los vecinos y soldados.

  Pero los gritos de la madre de Sabina, confirmó que se la había llevado el secretario del tirano. ¡Su belleza núbil, atraía a los hombres de la aldea! El jefe, señor y dueño de vida y muerte, se ensañaba con cada familia, robándoles las niñas.

El herrero, supo por comentarios de los esbirros del tirano, que se llevaría a Frida. Nadie se podría oponer a su deseo y lascivia. Por eso la enviaron en la noche más negra y fría, bajo un manto de nieve al monasterio. El padre la acompañó un trecho y fue borrando las huellas que dejaban los pies en la nieve, para despistar. Al día siguiente llegaron a la vivienda del herrero y lo obligaron a decir dónde vivía la familia de la muchacha. Con el fuego de la fragua le quemaron las manos hasta que terminó señalando el sitio. Entraron y destrozaron todo. El dueño de esas vidas no perdonaba perder una doncella. Mataron a espada al padre y desparramaron sus entrañas por la calle y a la madre le hicieron cosas inenarrables. Pero no dieron señales de dónde estaba la hija. Murieron sabiendo que Frida estaba a salvo.

 

UN AÑO DESPUÉS

 

El tirano comenzó a sospechar que las jóvenes se escondían en el monasterio. Mandó a revisar nuevamente cada rincón de frío convento. Sólo encontraron unas ancianas despojadas de toda belleza. Arrastraba sus pies deformes y sus manos, parecían garras de animales mitológicos. Dieron vuelta cada mueble, catre o cofre. Entraron a la sacristía. Hacía tiempo el tirano había encarcelado al abad y este había sucumbido al hambre, al frío y al maltrato. Murió el hombre, nació un santo y misteriosamente no llegó nunca más otro servidor de Dios. La cocina lloraba pobreza y hambre. No había sino unas pocas habichuelas y setas que recogían en el bosque las ancianas. No encontraron a ninguna joven que buscaban.

Se llevaron un pobre gato que flaco y famélico, se acercó a uno de los matones. Cuando llegaron al caserón del hombre, este, los traspasó con un estilete uno a uno. No aceptaba un no, por respuesta. Ya no quedaban niñas en la aldea. Y su ira iba en aumento. Mandó a buscar por el bosque, por la campiña y casa por casa para saciar su vil deseo carnal. Los campesinos, vestían de muchacho a sus hijas, hasta que se iban a otros pueblos o aldeas.

Un día, mandó traer a uno de esos chicos. ¡Oh, sorpresa! El muchacho era muy hábil con un estilete que llevaba en la manga de su camisa escondido. Cuando el tirano quiso tomarlo, le incrustó en medio de los ojos la daga. El Tirano cayó envuelto en un manto de sangre que se desparramó por los mosaicos de mármol de la estancia. ¡Era el hermano menor de Frida! Gritó. Su aullido se desgajó por el aire. ¡Venganza! Limpió la daga en las hermosas ropas del moribundo y lo escupió. Ahí tienes tu paga. Salió corriendo por una ventana y saltó a un carro lleno de paja que estaba esperándolo abajo. Hasta los más audaces de los esbirros, no se animaron a ayudar al hombre. Todos tenían algo que cobrarse del Tirano.

 

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