La buaturé seguía por la angosta carretera de cornisa.
Dentro viajaban los oficiales de
El camino se fue estrechando y comenzaron las rocas
multicolores y los precipicios, el chofer era un regordete anciano, que dejó su
familia obligado. No quería entrar en esa vida. Su ropa era estrecha, le dolían
los pies, con las botas viejas y muy usadas que le habían proporcionado.
Además, fumaba unos extraños cigarros de un olor a muertos espantoso. Frank, le
dio suavemente la orden que dejara de hacer eso. Fumar. Él, se le rió en la
cara. Mire Niño, yo hago lo que quiero. Ya no tengo edad para disparates. No
supieron cómo actuar, era falta de experiencia y no sabían lo osados e
inescrupulosos que eran otros oficiales de
Al llegar a la orilla de mar, pero sobre una carretera que bordeaba cerros y viejas montañas, el auto se detuvo. ¡Debemos bajarnos señores! Los neumáticos no resisten el peso.
Otto, sacó su luguer y puso punto final al chofer. El viejo despatarrado, quedó sobre un costado. Heber se alejó, estaba fuera de si. Nunca pensó que ese muchacho, haría algo tan desopilante. ¿Mataste a un servidor de la causa? No obtuvo respuesta. Sólo escuchó la voz de Frank diciendo: Ahora el coche rodará con menos peso.
Esa locura lo sobrepasó. Heber comenzó a discutir sin pensar la reacción de sus compañeros. En el camino, entre los vientos fuertes y el movimiento de los pinos, se oyó un balazo. El cuerpo inerte de Heber, cayó por el acantilado y quedó extendido en la orilla del mar. Las olas cubrirían su cuerpo y con lo que ocurría en la zona, pensarían que había sido algún enemigo del régimen.
El coche siguió su derrotero, ellos tenían que ir a cumplir con la consigna final. Matar al Führer.
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