Mi cumpleaños es en el mes de febrero. Para festejarme, me invitaron a ir al norte de Chile una semana. Adoro la comida chilena y sus playas del norte, donde se puede ingresar un poco al mar, ya que no hay agua tan fría. El hotel muy bonito, con amables personas que nos atendían de maravilla.
Siempre solemos ir a Santiago y a Viña del Mar, que queda en
El olor de las Caletas con los pescadores que venden los frutos de mar
recién recogidos, el perfume de los mariscos que fríen en simpáticas pailas de
cobre, los rumores del mar y gritos de la gente, me fascina.
Siempre usando las famosas “liebres” pequeños autobuses que atraviesan
toda la costa, te permite recorrer ese paisaje típico de los puertos. ¡Pero
nosotros estábamos en el norte, en una ciudad llamada “
Sin embargo, el mar es muy amable, poco salino y el aire fresco mengua
el calor del sol del medio día. El desayuno era excelente con las variadas
frutas que hay de primerísima calidad en Chile; que exportan por todo el mundo,
cosa que he comprobado en otros viajes. Cenábamos en el hotel, generalmente las
ricas paltas rellenas con camarones frescos y perfumados a mar… ¡Una delicia
para el paladar! Luego chupe de “jaiva”
o albacora a la plancha, con abundantes verduras asadas. Y frutas varias de
postre. Así, entre ricas comidas, paseos y playa pasaron siete días. ¡Mañana nos
volvemos a Argentina, déme la cuenta,
por favor, le dije al conserje! Don Rosmando sonrió y se lamentó. ¡Lástima que
ya las damas nos dejan! Muy amable su comentario, como siempre.
Esa noche nos hicieron una cena especial: entrada ”Jardín de mariscos”,
segundo plato unas empanadas de salmón, seguimos con “machas a la parmesana” y
finamente un flan de “chirimoya” que nos dejó fascinadas, rociado todo con un
buen vino chileno blanco bien helado. Nos regalaron una pequeña paila de cobre
con la banderita azul, roja y blanca del país y nos retiramos a terminar de
armar nuestro breve equipaje.
Luego de revisar cajones y estantes, miramos un rato televisión y nos
dispusimos a dormir. Nuestro avión salía hacia Mendoza, a las trece, por lo que
debíamos estar en el aeropuerto a las diez.
Ya dormíamos profundamente cuando un sismo muy fuerte me despertó. Todo
crujía y se movía con mucha fuerza. Acostumbrada a los sismos en mi tierra, ese
me hizo asustar, ya que era muy, muy fuerte. Me asomé a la ventana y el agua en
la piscina se elevaba hasta casi medio metro de la orilla y regresaba a su
lugar con chasquidos insólitos. Mi hermana dormía bajo la medicina que toma por
su salud, pero despertó y a mi pedido comenzamos rezar. Invocamos a cuanto
santo y Vírgen conocemos. Fue mermando. Nosotros sabemos que suele haber
“réplicas”; es decir se suceden temblores más suaves en cortos tiempos, como un
acomodamiento de las capas tectónicas. ¡Era muy fuerte!
Al rato escuché voces en los pasillos del hotel. Me asomé. No había luz
eléctrica, como es lógico. En casos así es aconsejable cortar electricidad y
gas, para evitar incendios. Pero medio dormida, les pedí un poco de “silencio”
porque nos teníamos que levantar temprano para ir al aeropuerto. Me pidieron
disculpas. Yo me acosté y me dormí como si no hubiera pasado nada. ¡Deben haber
pensado que estaba loca o drogada!
A la mañana siguiente nos levantamos y llegamos al desayunador, donde
una trémula asistente nos miró con extrañeza. ¿Anoche no sintieron el
Terremoto? ¡Sí, claro tembló, dijimos a coro! ¡No, señora, ha sido un terremoto
grado 9,8 destruyó
Nos sirvió un desayuno magro, disculpándose porque no tenía ni gas, ni
electricidad.
Cuando salimos con nuestras valijas, y quisimos llamar un taxi, don Rosmando
nos dijo que creía que estaba cerrado el aeropuerto. Igual, con la esmerada
atención llamó por su celular un taxi. Éste llegó al hotel y nos miraba como a
dos extraterrestres. ¿Las damas no tienen miedo?
Ingenuas… yo le contesté, estamos acostumbradas a los sismos. ¡Pero esto
ha sido grado 10 en ciertas zonas! Era el 27 de febrero. Por favor, llévenos al
aeródromo. Y el buen hombre nos subió a su vehículo y nos llevó. Las calles
rotas, casas con trozos caídos y grandes grietas, postes de luz en tierra… allí
advertimos que había sido devastador. El aeropuerto Cerrado. La pista rota. No
se podía salir por ahí.
El caballero, no puedo decir otra cosa, nos llevó a la terminal de
ómnibus y consiguió dos pasajes en un bus de tipo doméstico, no como para atravesar
la cordillera. Era el último par de tiketes que había. Subimos rezando para
poder regresar a Mendoza, Argentina. Mi celular…muerto. No conseguíamos
comunicarnos con la familia. En todos los lugares los teléfonos y medios de
comunicación desactivados por razones de seguridad. Antes de subir preguntamos
si podíamos hablar con un carabinero (policía de Chile, muy profesional) No,
dama están todos desplegados por el terremoto en las zonas de mayor desastre.
Me hice
El autobús, era de cuarta. Pero nos llevó trepando por encima de los
escombros, en algunos lugares se detenía y un tractor lo hacía pasar por
enormes puentes de metal, que el ejército había desplegado. Las cuentas de mi
rosario, brillaban y sacaban chispas. ¡Por fin supe lo que había pasado y
sentí, no miedo, horror!
Cuando llegamos a la madrugada a “Libertadores” la frontera con nuestra
patria, los comentarios eran de los muertos y de la catástrofe que dejábamos
atrás. Ya en territorio argentino, sonó mi celular. Cuando lo atendí era mi
nuera que lloraba. ¿Están vivas? Sí, y ya en tierra de nuestra patria.
Tranquilos. Llegaremos a la terminal de buses alrededor del medio día. Hicimos
aduana y nos miraban coma extraterrestres. Creo que no abrieron las valijas y
bolsos por la sorpresa de ese cachivache que nos traía de Chile. Yo ahora lo
veo como el mejor de los autobuses que usé en mi vida.
Cuando estacionó el coche en la terminal, toda la familia parecía ver a
unos fantasmas. ¡Qué ignorante puede ser uno! Y tan soberbia que no se da
cuenta que la naturaleza puede jugarnos una apuesta con la muerte. Cuando
mostraban los noticiosos los lugares de Chile, yo comencé a llorar. Puentes
carreteros derrumbados, casas que habían caído al mar desde las costas, autos
arrojados en grietas enormes… ¡Dios, Gracias por ese taxista y ese valiente
chofer que nos trajo!
Pero, ahora medito siempre, que somos una pequeña gota de agua en un
océano que puede ser calmo o borrascoso. Que debemos estar preparados para
sobreponernos a cosas similares, pero que yo, especialmente, debo ser más
serena en mis actos y respetar con prudencia a mis congéneres. ¡Jamás debí
creer que lo superaba todo! Gracias a esa buena gente chilena que nos ayudó sin
pedir nada cuando tal vez ellos habían sufrido pérdidas importantes. Chile es
muy bello, y seguí yendo cuando pude, sin dejar de estar alerta a los sismos.
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