TATITA...JOSÉ
Mendoza
en un caliente día de 1818, en la casa
de la calle de la Cañada ,
junto a las acequias que daban frescura a una bochornosa tarde en que el viento
sanjuanino, prometía una difícil jornada. La arboleda aún no servía para
amparar a las casas chatas de adobones y techos de caña. ¡Tratemos de escuchar!
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¿Puedo ayudarle a Jesús, mamita?- dijo Mercedita con una graciosa
sonrisa.-Viene el zonda y todo el patio es un gran lío. Las plantas se arrancan
de las macetas, las gallinas revolotean.
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¡Mercedes usted no debe salir con este viento, le puede hacer muy mal y mamita
está algo enferma! - dijo Don José preocupado, mientras acariciaba la frente
perlada de sudor de la infanta.
_ ¡La
pobre Jesús lavó toda la mañana y tendió la ropa y se pondrá más negra que
ella! - insistió la pequeña.
Una
nube de polvo caliente comenzaba a malograr el día de otoño y la familia
preocupada por la salud de Remedito, sólo quería tener calma para la enferma.
Doña Tomasa, la madre de Remedios había llegado en esos días de Buenos Aires,
para dar consuelo y una alegría a su frágil hija. La pequeña ya sabía que
seguramente su madre no le quitaría el placer de ayudar en las pequeñas tareas
domésticas, pero el padre, atento a todo lo que sucedía en la casa no lo permitió.
Un joven granadero pidió licencia para entrar y avisó que por la calle de San
Nicolás habían caído algunos aguaribayes, por las fuertes ráfagas de viento.
-Mi
vieja herida española ha vuelto a molestarme, vaya a pedir en la cocina unas
rodajas de papa para atarme en las sienes, que me duele mucho la cabeza.- le
indicó con dulzura a la pequeña niña. Mientras el general tomaba unas gotas de
láudano, para aliviar sus repetidos dolores, le tomó de las manos a Remedios y
le dijo: -Mi adorada amiga, debe cuidar mucho de Mercedita mientras yo no esté, recuerde que estas
cordilleras tienen sus secretos y uno de ellos es que no les gusta que las
ronden ni la agredan. Su salud me preocupa y si yo no vivo, será usted quien
deba hacer de ella una dama.
_
¡Ay, José, cómo desearía que todo esto, estuviera en el pasado, y pudiéramos
volver a Buenos Aires, donde el doctor Argerich, seguro, me curaría de una vez!
-Tatita,
déjeme ponerle las papas con mi pañuelo de danza,- dijo la niña trepando en un
escabel para estar a mejor altura- Verá que la negra Jesús le hizo unas
oraciones a la Virgen Del
Carmen y seguro se aliviará. La niña permaneció entre los brazos del fuerte
padre y apoyando su cabeza llena de rizos, cantó una de sus canciones
favoritas, un estilo ovillejo que le había traído su abuelita de la capital:
¿Quién hoy
contento me da?
La mamá.
¡Quién feliz la
hace y la hará?
El papá.
¿Quién de los
dos necesita?
La hijita.
Ya que a
brindar se me invita
Brindo, porque
larga edad
gocen de
felicidad...
la mamá, el
papá y la hijita.
San
Martín la abrazó muy fuerte y besando sus mejillas y cabello, se quedó con la
pequeña aferrada y tomado de la mano de la suave Remedios, cerró los ojos,
rogándole a Dios le permitiera volver de los Andes sano y salvo; y así cuidar
de sus dos amores.
-¡Chiche debes traerme papel y
pluma, y no olvides el tintero- dijo con aire distraído el general, mirando
preocupado hacia la habitación de su adorada Remedios- debo escribirle a tu tío
Mariano una carta, para darle algunas ideas para vuestro viaje a la ciudad de
Buenos Aires-
-
Papito, tatita, yo no me quiero ir de Mendoza, acá tengo muchos amiguitos y
siempre hay sol y puedo salir a pasear con Jesús sin problemas, allá los tíos
Escalada son muy tristes y me hacen besar a señoras que me aprietan porque
dicen que usted es como un rey o algo parecido! ¡Además siempre llueve y hace
frío y a mamita no le sienta bien, por favor Tatita no nos mande para Buenos
Aires!
-¡Si
yo pudiera, no sólo no volverían a esa gran ciudad, donde no todos me son
fieles, sino que viviríamos para siempre en esta bendita ciudad, donde aparte
del zonda, todo es digno de los hombres bien nacidos! Tú sabes Mercedita que
has nacido en una ciudad a la que amo por muchas causas, una de ellas, eres tú,
otra que tu mamita acá se siente un poquito mejor y en especial por toda la
buena gente que vive acá, mira hija..., si alguna vez yo falto, es porque la Patria me necesita...
-
Nosotros también Tatita- interrumpió la chiquita.
San
Martín con un dejo de enojo, la bajó de sus rodillas y con una suave
amonestación le dijo: -¡Mercedes, nunca interrumpas a tus mayores . Recuerda
que la Patria ,
es más importante que todos nosotros! - y salió sin advertir las lágrimas que
surcaban las arreboladas mejillas de Chiche. La negra Jesús entró y arreglando
las almohadas, orladas de encajes, que usaba Remedios, tomó de la mano a
Mercedes y la sacó del aposento de su madre enferma y la llevó por las laberínticas
habitaciones hasta la sala donde jugó con el clavecín de su mamá y vieron
juntas por el pesado ventanal como su Tatita partía en su caballo rumbo al
Plumerillo con un grupo de jinetes y granaderos. Sólo quedó una nube de polvo
en la calle de San Nicolás.
Tolón, tolón,
tilín, tilín, este cuento llegó a su fin.
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