EL
SECRETO...
Estaba parada con mi cofia de encaje,
mi delantal de lino almidonado, blanco todo como el mármol de la estatua que
preside la estancia desde donde el viejo, mira con un extraño aparato las
estrellas por la noche. Siempre está
insomne. Siempre me mira con ojos agudos. Su enorme sillón de terciopelo azul
algo gastado en donde hunde su cuerpo afilado, es como una madriguera. Apenas
me muevo sus amoratadas manos artríticas se aferran a mi pollera o al delantal.
Es imposible liberarme. Deseo un resquicio para huir. Sí, estaba parada en ese momento en que entró
la vieja ama con su orinal impecable, separó la tapa y lo colocó en el cajón
bajo el sillón. Yo no quería ni mirar ni respirar. El hombre sonreía mirando mi
cara roja por el pudor y el asco. Oí caer el orín cantarino en la porcelana
llena de flores de lis, pintadas a mano. El olor ácido penetró en mis pulmones.
Luego el olor que me inundó hasta el cerebro me indicó que “monsieur” había descargado sus flacas tripas. La mujer, su ama, llamó al ayudante, un
antiguo empleado. El hombre vino arrastrando su pierna dura por la inflamación,
tomó al amo y lo higienizó. Yo salí aprovechando la oportunidad. Saqué los
excrementos y los dejé junto a la puerta de la habitación.
Huí, prácticamente, hacia el jardín. Era la
hora del crepúsculo en que la casa
parece más solitaria aun. Un grito agónico atravesó la casa del amo. Corrí al
instante, sabía que me reclamaba. Allí estaba mi señor. Su boca desdentada
sonreía a la nada. Sus ojillos con esa perpetua chispa de picardía me buscaban
en la puerta. Me asomé. Me tendió sus brazos sarmentosos, donde la piel flácida
caía como cortinaje viejo... Yo no soportaba su continua búsqueda entre mis
polleras. Me quería tocar. Me deseaba como se desea un bocadillo frágil y
sabroso. Me ponía enagua tras enagua, un calzón largo y grueso; medias de
algodón altas que sujetaba con cintas que apretaba tanto que casi cortaban el
flujo de mi sangre joven. Así le impedía llegar a mis nalgas. Creo que si
hubiera podido me hubiera tocado hasta el fondo tibio de mi sexo. Me acerqué.
No tanto como para que me perdiera sus dedos afilados en mis oscuros secretos
de mujer. Tenía sólo catorce años y el miedo me paralizaba. Su risita aguda era
un tormento. Lo odiaba y le temía. Necesitaba el empleo que me daba, era
indispensable.
Te prometo... sí, te prometo
una fortuna si te sacas toda la ropa frente a mí... – dijo ese día. Yo me
negué. Llamó al ama de llaves y le ordenó una pluma y papel. Se reía en su
extravío. Luego estuvo un rato escribiendo. Yo no sé leer. Mi infancia fue
dura. Las calles fueron mi cuna. Siempre trabajé. Ahora que tenía ese empleo,
me sentía glorificada. Me llamó y pretendió que leyera. Le dije que no podía.
Se encolerizó. Estrelló el frasco de tinta en el pavimento manchando la
alfombra. Luego leyó con voz entrecortada: - Yo, Gastón de Yournette, maese
corregidor del municipio de Saint Pierre Sur- Mer, lego a...
- ¿Cuál es tu nombre...ma petite...?-
me preguntó titubeando. Yo creía que él conocía mi nombre. Me sorprendí tanto
que le respondí. - Mi nombre monsieur
es Clementine Reinal, creo que ese era el apellido de mi madre.- le expresé con
temor. Me envió a buscar otro frasco con tinta. Siguió escribiendo el billete.
Se agotó en el trabajo. Resoplaba y jadeaba. Su viejísimo corazón estaba medio
muerto. El esfuerzo lo hizo desmayar unos instantes. Luego intentó leer...”
lego a Clementine Reinal, la suma de 20.000 monedas de oro.... Pero después de
tachar, volvió a leer. No, dijo, 50.000 monedas de oro, si cumple con mi
pedido. En el año de 1814, y puso su sello con el lacre que chisporroteó en la
lamparilla.”
-¿Y qué desea pedir u ordenar,
además, su señoría?- pregunté desconfiada.
-Que te quedes desnuda frente a mí hasta el
final...hasta el momento de mi muerte, que está muy cerca.- dijo mirándome con
astucia.
Me pareció un viejo zorro herido frente a su presa. Su ralo pelo
blanco se desplomaba sobre los hombros de su paletó de cachemira negro y le
prestaba un aspecto de brujo, mago o demonio. No respondí de inmediato. Me
dediqué a ablandar sus cojines y almohadas de plumas mientras por mi mente
febril cruzaban imágenes, sensaciones y deseos.
Entró a las 19,45 hs. en punto, como todos los días, el médico. Apenas
me miró. Revisó a su señoría. Lo auscultó ceremonioso. Su pulmón silbaba cada
vez que el aire nuevo invadía los oscuros alvéolos me dijo el galeno. Sufría a
cada instante. Le miró los orines que guardaran en un frasco de cristal. Se
quedó pensativo. El señor de Yournette observaba alternativamente el rostro del
doctor y el mío. Me miraba con avidez y a él con desinterés. El papel que
escribiera sobresalía del bolsillo del viejo. Lo acariciaba con impudor. Yo
imaginaba cómo sería mi vida con todo ese dinero...Sonreí. Él sorprendió mi
sonrisa y supo íntimamente que yo había aceptado.
-¿Cómo está su señoría? ¿Acaso
tendremos que preparar la casa de verano para que no sufra el frío húmedo de la
región?- inquirió el ama que entraba en ese momento con una escudilla de caldo
humeante. El médico nos miró con dolor y muy molesto por la insolencia de ella,
repuso:- La casa de verano...creo que este año quedará cerrada. No es prudente
mover a su señoría en este momento.- Continuó escribiendo una nota para el
boticario.
-¿Cuánto
tiempo viviré? – exclamó mi amo. - ¿Llegaré a mañana? – dijo sin inmutarse y su
mirada me penetró y persiguió por la habitación en semipenumbra. Encendí otra
lámpara. Esperé. La mirada del ama de llaves se paseaba de un rostro al otro,
con sorpresa. El anciano doctor se sentó junto a monsieur algo confuso y tomándole la mano dijo:- Mi amigo, la
cuerda del reloj se está terminando...puede usted disponer..., bueno yo
llamaría a un sacerdote, si así lo prefiere...- y quedó silencioso esperando
una respuesta o reacción que no llegó. Luego de estrechar al anciano salió
taciturno sin volverse.
El viejo me
apresó la pollera y me dio el papel. - ¡Guárdalo! Será todo tuyo si cumples con
mi último deseo... como ves me muero y quiero hacerlo mirando un bello cuerpo
joven junto al mío. Llamó a su ayudante. Se hizo trasladar al lecho. Se acomodó
y apoyó su cabeza cenicienta en los cojines que yo acomodara. - ¡Que vengan
todos!- ordenó con cierta urgencia. Llegaron uno a uno los servidores. A cada
cual le fue entregando joyas, papeles valiosos, dinero y objetos personales. Él
nunca había tenido hijos y su mujer había muerto hacía muchísimos años.-“¡Ahora
salgan todos! ¡Me quedaré solamente con
Clementine. Cuando ella los llame ya podrán disponer de mí. Y recuerden no quiero sotanas por aquí. Yo igual
estaré en la “Gloire ”!
Los
hombres y mujeres salieron silenciosos y tristes. Apenas murmuraban entre
ellos.
Ya a solas en aquella
habitación silenciosa; yo, comencé a desprender los cordones de mi corsé. Luego
fueron cayendo una a una mis enaguas como cáscara de fruta madura. Cuando mis
muslos mi pubis virginal y mis senos
quedaron frente a él, comenzó a sonreír con una extraña alegría. Me quedé
quieta. Sentía que mi piel frágil se encrespaba, un escalofrío imperceptible me
ponía sonrosados los pezones erectos.
Seguramente mi rostro tornaba del rojo vivo al blanco. Sentía vergüenza
y en lo más profundo el placer de saberme dueña de una pequeña fortuna El
anciano gesticulaba apenas. Murmuraba palabras inconexas. Trataba de
acariciarme y yo me alejaba con pequeños pasos.
Reía y se babeaba. Sus manos se estiraban tratando de poseer lo que
tanto había deseado en ese tiempo. No pudo. Pronto se durmió. Hablaba entre dormido
con mi figura que se helaba a pesar de la leña crepitante. Yo también soñaba.
Nunca despertó. Pasó una
semana. Aparecieron como cinco parientes que se acomodaron en la gran casa.
Cada uno pretendía ser el dueño de todas las tierras, casas de alquiler y
hacienda del hombre. Cuando yo indiqué que tenía que cobrar su donación; se
rieron hasta el delirio. Yo me quedé callada. Salí de la casa con la idea de
buscar a un licenciado en leyes que me ayudase. Que hubiera permanecido desnuda
frente al viejo, era un secreto que sólo conocía el ama y el ayudante del
señor. Los servidores eran mi único testimonio. Los intrusos no sabían por qué
yo pretendía cobrar el dinero. Con ese hecho clandestino, callado por
seguridad, yo tenía algo más, que a veces ocultaba en el zapato viejo y otras
en el bolsillo de aquella chaqueta poblada de agujeros que me dieran del amo.
Era el pasaporte a mi futuro. Con ello tendría una vida digna de ser vivida. Me
reivindicaría de los múltiples sufrimientos. Compraría una casa de campo, un
carruaje, podría tener esas alhajas de oro y granate que vi en un escaparate de
la ciudad hacía tiempo, vestidos de seda y encajes, lograría tener hasta un puñado de sirvientes.
Sería factible mezclarme con gente distinta a la que acostumbro a frecuentar...
Llegué con un abogado y mi
papel a la vieja casa. Nadie creía que eso fuera legítimo. No querían darme mi
parte. Yo, en forma silenciosa y firme seguí peleando. Mandaron mis papeles a
la capital. El técnico grafólogo cobró demasiado, pero probó ante el juez, que
el papel era un legado auténtico.
Monsieur : señor
Ma
petit : mi pequeña
Gloire
: gloria
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