lunes, 26 de junio de 2017

UN CUENTO DE "PECADOS CAPITALES"

"El almohadón de plumas" de Horacio Quiroga.
"ALICIA PERDIÓ EL CONOCIMIENTO. LAS LUCES CONTINUABAN ENCENDIDAS EN EL DORMITORIO Y EN LA SALA. EN EL SILENCIO AGÓNICO DE LA CASA NO SE OÍA MÁS QUE EL DELIRIO QUE SALÍA DE LA CAMA Y LOS POCOS PASOS DE JORDÁN" 
                       
            Alicia había nacido en un hogar lleno de amor y complacencia. Su padre, poderoso y gentil, la mimaba como a su hija especial. Nunca sintió el rigor del desamor. Su madre delicada, también la adoraba. Como única descendiente del acaudalado hombre, la muchacha era educada para hacer feliz a un hombre que la amara. Invitada a todas las reuniones y fiestas, siempre estaba rodeada por jóvenes alegres y galanteadores. Era bella sin llegar al estereotipo de la moda. Elegante y simple, se arreglaba con discreción. Soñaba ser feliz. Creía en el amor. Quería formar un hogar como el de sus padres. Su vida se deslizaba por un paraíso ideal. Así conoció a Jordán, el hijo del socio de su padre, que había regresado de Yale. Alto, rubio, atlético. La deslumbró su estilo. Creyó que ese era el hombre de su sueño. Pero...no supo hasta después la verdad. Terribles sucesos la llevaron a...
                        Un rumor de aves y monos en el viejo jardín de la casona donde se había incrustado el perseverante odio del hombre. Él no la había amado ni la amaría nunca. Su padre lo había llamado y con su frialdad acostumbrada le anunció que ese mes se celebraría la boda con Alicia, la hija de su socio. Así llegó a sus brazos una mujer que sólo le provocaba náuseas. Su figura frágil, su tonta eterna sonrisa...y esa vocecita infantil que nunca recriminaba sus humillaciones y su orgullo. ¡La volvió a odiar! Su padre lo había vendido cuando lo obligó a casarse. Ella aportaba su fortuna personal y un fideicomiso voluminoso que salvaría la fábrica. Cuando llegó Armando, su mejor amigo, se encerraron en la biblioteca para urdir lo que allí, por fin, se estaba desarrollando. El silencio de la alcoba era más que suficiente, ella ya a esa hora no podría hablar. Regresó sobre sus pasos...contempló por una fisura que dejaba fisgonear en la puerta. La blanca figura casi transparente de la mujer sólo mostraba que ya todo había acabado.
            Hacía ya un año que estaba postrada con la rara enfermedad. Ningún especialista lograba descubrir el origen de tan extraño mal. Sólo permitía Jordán que la asistiera una seca mujer áspera. Era una enfermera extranjera que poco hablaba el idioma. Huraña, la mujer, impedía que incluso sus padres la cuidaran. La desesperación desbastaba a los viejos, que débiles frente a la inflexibilidad de Jordán, suplicaban. Apenas se podía mover de su lecho. Ya sólo bebía líquidos. Comía apenas algún alimento ligero. Sólo esperara Bany el momento final...
            La intriga se había puesto en marcha definitivamente.

            Una bandeja con los restos inverosímiles de comida estaban cerca. Él se apresuró, tenía que hacerlos desaparecer. Lo descubrirían rápido con esa prueba. Cuando se acercó a ella vio su mirada triste...aún vivía. Ella hizo un suave movimiento con la mano pidiéndole que se acercara. Él se agachó y puso su cabeza junto a su boca para escuchar lo que le quería decir. Desde los cortinados se escuchó un leve movimiento y un chasquido. Su figura ensangrentada cayó con un movimiento casi lento sobre el pecho de Alicia. Ella lo empujó e irguiéndose se abrazó a su amado. Armando se hizo cargo del cadáver. Sólo se oía el ruido que hacían las aves y los monos en el parque.

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