lunes, 26 de junio de 2017

DEL LIBRO DE TRENES

GUERRA... PALABRA DESHONESTA Y MALIGNA.......

            El tren se desplazaba por la larga hilera de vías mustias.  No quedaba nadie en el pueblo. Los viejos , algunas mujeres y los niños. También los locos y los torpes.
            Un pequeño cortejo atravesaba el terraplén desierto, bajo el calor siniestro del sol del mediodía. Esperaba el séquito de mujeres y niños el regreso de los infortunados que retornaban de los campos de batalla. ¡ Retornaban de Europa ! Creyeron ver a un puñado de elegidos por la suerte. ¿ Quién en ese pequeño rincón olvidado conoció antes ese Mágico continente ?Ellos serían los arquetipos heráldicos del pueblo. Don Julio Strach con su mejor levitón de casimir inglés, su "panamá" y bastón de ébano y marfil; caminaba a la cabeza del grupo de "esperadoras" consecuentes. El antiguo reloj de oro, colgaba empecinado en el orden milenario del que espera. El tren no se veía. La bonachona maestra de música era la única que podía ponerle esperanza y belleza al puñado de mujeres. Tomó el violín y se ubicó en el andén con sus gafas luminosas por el sol entrometido, para transmitir una melodía dulce. Todos hablaban. Nadie escuchaba el ritmo tierno de la contradanza. Ella miraba esperanzada. ¡Cuando él, el hombre más hermoso del pueblo partió para el frente, ella sólo pudo despedirlo desde su ventana! Su padre ya estaba perdido en un mundo infinito de silencio. Su madre grave, soñaba con morir para cortar su trágica vida. Rosita O´Connor...no era bella, ni siquiera bonita, era una joven vulgar de cabello sedoso pero demasiado enrulado. Ojos trigueños y miopes. Dientes pequeños. Su belleza residía en su bonomía y ternura. Y en su música. El médico, viejo y cansado, la miró con paciencia..." pobre solterona..." pensó, seguro que en ese tren llega una esperanza para su cuerpo ávido de caricias.
            Lucrecia Smith de Jonshon miró con el rabillo del ojo la cara ceremoniosa de los vecinos. Todos esperaban a alguien: hijos, sobrinos, maridos y amantes. Ella conocía a todos pero nadie conocía su secreto. Sonrió con una mueca característica. Se acomodó el sombrero, ya pasado de moda...la guerra impedía que llegara nada nuevo al pueblo. No había gasolina, ni tejidos, ni neumáticos...nada todo era para ellos. En el frente, decían, necesitaban todo. Ella tenía muchas cosas escondidas.
            A lo lejos se escuchó el ruido acerado y crujiente de las ruedas del convoy. Un calor subía hasta los cuerpos húmedos y sedientos de la gente. El polvo amedrentaba el espejismo de agua inexistente en la lejanía donde se metía el tren entre una laguna plateada y versátil. Era un espejismo eternamente admirado. Rosita frenética movía sus dedos ágiles sobre las cuerdas ostentosas del pequeño instrumento. Cada uno soñaba con un encuentro lleno de hermosura. El metálico paquidermo sofocaba el sonido de la música y las palabras. Se acercaba y cada uno buscaba una mejor ubicación. El vapor tapó a la comitiva. Cuando dejó de chirriar el hierro y de escapar fuego, comenzó a sentirse el olor nauseabundo de los cuerpos heridos. ¡No llegaban los hombres igual como salieron, no...era una masa rojiza que se movía entre uniformes kaki, cuero y armas! El olor a carne podrida y a sudor los hizo dar un paso atrás. Cada hombre un espantajo, un esperpento, un monstruo. Faltaban allí brazos y piernas. Faltaban hombres. Un olor a muerte avecinaba el porvenir del pequeño poblado. Rosita siguió tocando con más amor que antes y miró desesperada buscando el rostro amado. No lo veía. De pronto bajó en una camilla improvisada con unas lonas y unos tirantes de madera. Era él sin duda. Willians Reinns, el que otrora arrancara suspiros de las bocas más bonitas de Bell Nice. Era él su amor imposible. Se oyó un gemido sofocado por el vocerío. Era Lucrecia quien gritaba. No era una madre desesperada frente al hijo despojado de su prestancia viril. No tenía hijos. Enajenada sollozaba. ¿A quién lloraba así? Pero...no había tiempo para preguntas. ¿Quién había dejado a ese muchacho así...?Y a aquel y al otro. No había nadie que pudiera ahora socorrerlos. ¡ Don Julio Estrach, se acercó y comenzó una maniobra ajustada para retirar a cada hombre del lugar! Había que llevarlos al pequeño hospital del pueblo.
            - Basta de música y tonteras...necesito mujeres que me ayuden. Acá hay mucha tarea.- De inmediato una ola de fuerza temeraria se elevó entre las hembras y los viejos. - Cada uno ocupará un lugar importante en esta parte de la historia...-
            Han pasado los años. Todos en el pueblo recuerda esos días de lucha y de voluntad. Todos hicieron algo. La paz trajo consigo tristezas y alegrías. Rosita sigue tocando el violín, es la maestra del colegio donde él, Willians enseña matemáticas en su silla de rueda. Tienen cuatro muchachos valientes que ayudan a sus padres en especial, al viejo herido de guerra. Nadie sabe por quién se desmayó Lucrecia...dicen que su amante llegó desfigurado. Su carácter cambió. Ahora tiene un rostro amargado y es ácida y corrosiva cuando habla de las parejas del pueblo.

            El doctor Estrach, murió hace dos años sin saber muy bien cómo logró sacar adelante a todos esos valientes que llegaron en ese tren. El tren que se perdió en la noche...con su carga de humillación y muerte.

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