GUERRA... PALABRA DESHONESTA Y MALIGNA.......
El
tren se desplazaba por la larga hilera de vías mustias. No quedaba nadie en el pueblo. Los viejos ,
algunas mujeres y los niños. También los locos y los torpes.
Un
pequeño cortejo atravesaba el terraplén desierto, bajo el calor siniestro del
sol del mediodía. Esperaba el séquito de mujeres y niños el regreso de los
infortunados que retornaban de los campos de batalla. ¡ Retornaban de Europa !
Creyeron ver a un puñado de elegidos por la suerte. ¿ Quién en ese pequeño
rincón olvidado conoció antes ese Mágico continente ?Ellos serían los
arquetipos heráldicos del pueblo. Don Julio Strach con su mejor levitón de
casimir inglés, su "panamá" y bastón de ébano y marfil; caminaba a la
cabeza del grupo de "esperadoras" consecuentes. El antiguo reloj de
oro, colgaba empecinado en el orden milenario del que espera. El tren no se
veía. La bonachona maestra de música era la única que podía ponerle esperanza y
belleza al puñado de mujeres. Tomó el violín y se ubicó en el andén con sus
gafas luminosas por el sol entrometido, para transmitir una melodía dulce.
Todos hablaban. Nadie escuchaba el ritmo tierno de la contradanza. Ella miraba
esperanzada. ¡Cuando él, el hombre más hermoso del pueblo partió para el frente,
ella sólo pudo despedirlo desde su ventana! Su padre ya estaba perdido en un
mundo infinito de silencio. Su madre grave, soñaba con morir para cortar su
trágica vida. Rosita O´Connor...no era bella, ni siquiera bonita, era una joven
vulgar de cabello sedoso pero demasiado enrulado. Ojos trigueños y miopes.
Dientes pequeños. Su belleza residía en su bonomía y ternura. Y en su música.
El médico, viejo y cansado, la miró con paciencia..." pobre
solterona..." pensó, seguro que en ese tren llega una esperanza para su cuerpo
ávido de caricias.
Lucrecia
Smith de Jonshon miró con el rabillo del ojo la cara ceremoniosa de los
vecinos. Todos esperaban a alguien: hijos, sobrinos, maridos y amantes. Ella
conocía a todos pero nadie conocía su secreto. Sonrió con una mueca
característica. Se acomodó el sombrero, ya pasado de moda...la guerra impedía
que llegara nada nuevo al pueblo. No había gasolina, ni tejidos, ni
neumáticos...nada todo era para ellos. En el frente, decían, necesitaban todo.
Ella tenía muchas cosas escondidas.
A
lo lejos se escuchó el ruido acerado y crujiente de las ruedas del convoy. Un
calor subía hasta los cuerpos húmedos y sedientos de la gente. El polvo
amedrentaba el espejismo de agua inexistente en la lejanía donde se metía el
tren entre una laguna plateada y versátil. Era un espejismo eternamente
admirado. Rosita frenética movía sus dedos ágiles sobre las cuerdas ostentosas
del pequeño instrumento. Cada uno soñaba con un encuentro lleno de hermosura.
El metálico paquidermo sofocaba el sonido de la música y las palabras. Se
acercaba y cada uno buscaba una mejor ubicación. El vapor tapó a la comitiva.
Cuando dejó de chirriar el hierro y de escapar fuego, comenzó a sentirse el
olor nauseabundo de los cuerpos heridos. ¡No llegaban los hombres igual como
salieron, no...era una masa rojiza que se movía entre uniformes kaki, cuero y
armas! El olor a carne podrida y a sudor los hizo dar un paso atrás. Cada
hombre un espantajo, un esperpento, un monstruo. Faltaban allí brazos y
piernas. Faltaban hombres. Un olor a muerte avecinaba el porvenir del pequeño
poblado. Rosita siguió tocando con más amor que antes y miró desesperada
buscando el rostro amado. No lo veía. De pronto bajó en una camilla improvisada
con unas lonas y unos tirantes de madera. Era él sin duda. Willians Reinns, el
que otrora arrancara suspiros de las bocas más bonitas de Bell Nice. Era él su
amor imposible. Se oyó un gemido sofocado por el vocerío. Era Lucrecia quien
gritaba. No era una madre desesperada frente al hijo despojado de su prestancia
viril. No tenía hijos. Enajenada sollozaba. ¿A quién lloraba así? Pero...no
había tiempo para preguntas. ¿Quién había dejado a ese muchacho así...?Y a
aquel y al otro. No había nadie que pudiera ahora socorrerlos. ¡ Don Julio
Estrach, se acercó y comenzó una maniobra ajustada para retirar a cada hombre
del lugar! Había que llevarlos al pequeño hospital del pueblo.
-
Basta de música y tonteras...necesito mujeres que me ayuden. Acá hay mucha
tarea.- De inmediato una ola de fuerza temeraria se elevó entre las hembras y
los viejos. - Cada uno ocupará un lugar importante en esta parte de la
historia...-
Han
pasado los años. Todos en el pueblo recuerda esos días de lucha y de voluntad.
Todos hicieron algo. La paz trajo consigo tristezas y alegrías. Rosita sigue
tocando el violín, es la maestra del colegio donde él, Willians enseña
matemáticas en su silla de rueda. Tienen cuatro muchachos valientes que ayudan
a sus padres en especial, al viejo herido de guerra. Nadie sabe por quién se
desmayó Lucrecia...dicen que su amante llegó desfigurado. Su carácter cambió.
Ahora tiene un rostro amargado y es ácida y corrosiva cuando habla de las
parejas del pueblo.
El
doctor Estrach, murió hace dos años sin saber muy bien cómo logró sacar
adelante a todos esos valientes que llegaron en ese tren. El tren que se perdió
en la noche...con su carga de humillación y muerte.
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