jueves, 26 de octubre de 2017

UNA MÉDICA SOBRESALIENTE

ESA MÉDICA INOLVIDABLE.
El bus la depositó en un cruce de caminos. El chofer refunfuñando le tiró los bultos en el enripiado y dejando una estela de polvo, se alejó, perdiéndose en el horizonte. A su alrededor no había sino un triste aguaribay que, apoyado sobre las piedras, desplegaba una leve sombra. Se dejó caer debajo. No sabía que el árbol, lloraba su sabia ligera. Miró el reloj y se sorprendió. Han pasado una hora y media y aun no vienen por mí. Recordó lo que le gritara el chofer cuando partió: - ¡ Si en dos horas no vienen, camine hacia el oeste!- y se miró... tenía tacones, su traje blanco de lino, ya no era tan blanco. Sacó el espejo y miró su rostro. Un rastro de color ocre se bifurcaba con el rimel y la sombra de su labial. Era un clon. Envidia de cualquier payaso, su imagen irreal. Abrió la mochila y sacrificó sus zapatos deportivos blancos. Miró en derredor y al asegurarse que nadie la observaba se puso un pantalón totalmente novedoso, que inventaran los gringos para los mineros, de denín, que le regaló Chichita Samaniego cuando regresó de Minesota. Guardó su chaqueta. El calor le hacía sudar copiosamente. Arrinconó los bultos, en donde había mucho instrumental y elementos que servirían para su trabajo y comenzó a caminar mirando al oeste. Así por dos horas, sentándose  sobre alguna piedra y espantando insectos.
            Recordó el día de su  premiación. Diplomada con diez absoluto, le daban un trabajo en un lugar extraordinario, donde podía aplicar sus conocimientos. La misma esposa del presidente, vino a darle su medalla de mérito. ¡ Era bella esa mujer transparente de porcelana! Recordó las palabras:- ¡Querida, mis hijitos queridos, de mi pueblo, será en tus manos el aval de tu despliegue de conocimientos. El presidente, te beca, para que la Patria gane y tú crezcas como mujer de mi Argentina y como médica! – Y salió ovacionada por la multitud, que se apiñaba en la facultad. Ella era la estrella, apenas por debajo de la dama.
            Ahora, pensó, me moriré acá enterrada para siempre. ¿Cómo me hicieron esto? Seguro que algún enemigo político de papá los llevó a que me dieran este castigo. Lágrimas amargas corrían por sus mejillas. Sacó de su bolso una camiseta y se envolvió la cabeza. Su suave cabello castaño caía ceniciento por el polvo sobre la espalda empapada.
            A lo lejos vio un punto negro delante de una gran polvareda. Se agrandaba. Visualizó un caballo y a su jinete. Cuando se acercó, no se sorprendió de ver a un hombre áspero de la montaña. Apenas se tocó el ala del sombrero y le aseguró que no sabían si llegaba hoy o mañana. Que por curiosidad había ensillado. El puesto el Banquito, estaba a dos leguas adelante y desde allí la escuela y el dispensario otras doce leguas cerca de Chile. Ella asumió que tendría que seguir caminando, cuando sintió que brazo robusto la enarbolaba y enancaba.- Mis cosas están en la ruta- voceó al hombre. –Mañana se las traeré. – el silencio se instaló y el camino se fue desgranado entre arroyos helados y cardones. Una miríada de insectos y pájaros los atropellaban en el cielo caliente.
            En el puesto la recibió un grupo de chiquilines silenciosos. Sus ojos negros la despellejaban para reconocerla. ¿ Esa era la nueva? ¿Durará como el otro que vino hace un tiempo?
            Casi sin palabras recibió unos mates calientes, oportunos, porque la garganta hacía horas que suplicaba líquido. ¡ Bendito mate, eran sabios los indígenas! Se apeó y le dieron una yegua mansa. Ella sabía galopar y manejaba bien los corraleros. Siguieron cuesta arriba y así en un mutismo instalado se alejaron tras la meta. Un rancho encalado era la escuela y el dispensario. Flameaba una bandera descolorida. Un grupo de doce o quince chiquillos salió a los gritos a recibirlos. Detrás una mujer canosa y delgada, la miraba sonriente. Era la maestra. La bienvenida fue jubilosa. Entre mate y mate se fue poniendo el sol entre las montañas y comenzó el frío. Un fuego gozoso enrojeció un poco más los rostros que contenían las sonrisas infantiles. Charlaron hasta la oración, como decían los niños, que se lavaron por turno y después de comer un guiso de caracú con múltiples verduras, se alistaron para dormir. No querían dejarla. La maestra, les recordó que ella se quedaría por muchos días, que si se portaban muy bien sería mejor. Pronto todos dormían. La charla se desplazaba de noticias de la ciudad a las novedades del lugar y así en un ir y venir sazonado, se fueron conociendo un poco. La habitación era tan precaria que parecía el claustro de un convento de religiosas pobres. Un retrato de la Madre Teresa de Calcuta era el único adorno. Con su sari blanco orlado de azul, sus arrugas y su mirada límpida invitaba a meditar sobre su obra.
 En una palangana vertió agua y como pudo se higienizó. Casi vestida se tiró en el catre y tapándose con su abrigo, se quedó dormida.
            El cacarear de unas gallinas la despertaron. Sobre la cama, habían depositado huevos pequeñitos y tibios. No comprendía muy bien dónde estaba. Las alegres emplumadas, subían a los pocos muebles y bulliciosas relataban su hazaña maternal. El sol apenas mojaba la superficie de la tierra y escuchó el parloteo de los niños con Clara, la maestra. Se cambió de ropa, más cómoda, vistió su chaqueta blanca. Con el cabello recogido y sin maquillaje, apareció en el salón. Se produjo un silencio conmovedor. Los enormes ojos negros de los veintiséis muchachos le recorrían la estatura para descubrir si ella haría algún tipo de misterioso tratamiento. ¡ Sería la bruja de las inyecciones? ¿O vendría a exigirles que se sacaran sangre para saber qué enfermedades sufrían? Se acomodó en una mesa y pidió un mate cocido, que llegó acompañado por tortas de grasa untadas con arrope de tuna. El perfume la perturbó. Clara, se sentó junto a ella y disparó la pregunta que percutía en cada corazón: - ¿ Cuánto tiempo se pensaba quedar? – y ahora la que se quedó en silencio, fue ella.

            

MUSEO DE NEW YORK PIEZAS EGIPCIAS




ILEGAL

El portón de hierro es hermético. Tocamos bocina y se abre rápidamente envolviendo el coche para ocultarnos raudo. Me bajo. No quiero que vean a mi nieta.
            ¡Sorpresa! ¡Nunca imaginé lo que pasa!.
            La semana pasada mi esposo, que es del Rotary y presidente del la Organización para la Salud de la Población en Riesgo, me llevó a una cena en honor al presidente de la compañía General de Salud Laboral de Italia. Allí se movía la gente más “importante” de la sociedad donde vivimos, el Arzobispo y su secretario, los cónsules y empresarios que donaron abultadas sumas para la defensa de la niñez desnutrida y marginal. Yo, hice maravillas para estar a la altura de las circunstancias.
            Soy abuela-madre de mis nietos. Mi hijo mayor y su esposa, en un accidente ferroviario en Buenos Aires, fallecieron trágicamente y fuimos los designados para educar los cinco chicos. El mayor de veinte, rockero metálico y sin ganas de estudiar, el segundo, Sebastián un chico tímido que quedó muy marcado con la muerte de sus padres, es medalla de oro en la escuela y en rugby un as, la nena de quince años, está totalmente rebelde, sigue a muerte a Lady Gaga y sus amigas son todas chifladas, quedan los mellizos, que tienen doce y son normales, algo caprichosos pero tratan de seguir las leyes de mi marido que es un coronel sin uniforme ni título.
            Yo, dejé mi trabajo. Era profesora de yoga y estudiaba historia del arte. Ahora cuido nietos y me dan mucho trabajo.
            ¡Cuando me acerco a la oficina de la clínica siniestra adonde llevo a mi nieta que está embarazada de su amigo-vio de dieciséis años, me atiende una dama… ¡La madre del mismísimo ministro de salud! El que en la cena más habló de cuidar a los jóvenes y la moral. ¡Pagué una jugosa cuenta y después de cinco horas salí envenenada. ¡Por la madre que la parió… y por mi nieta estúpida que no sabe cómo tiene que evitar quedarse embarazada en el siglo XXI!
            ¡Madre hay una sola y el ministro tiene una abortera que no cumple con la Ley!


FARSANTE

        Sacó la camioneta y subió mientras arrojaba el cigarrillo por la ventanilla. El jardinero recogerá la basura. Se secó con una toalla de algodón egipcio que compró en Miami. Saludó al guardia con  la mano sin mirarlo. Era el mismo que Aurora adoraba en la cama. ¿Cómo puede? ¡Es lindo el guacho! Ella no se anima, por eso ni los mira.
            Hace quince años que vivo con Juan Alberto Estrada Guerrero, ya no lo soporto, pero me da todos los gustos. Gerente de Watson S.A., empresa minera de extracción de oro, puede comprar hasta al presidente de las republiquetas donde está instalada. En ciertas ciudades es virtual, sólo en apariencias para eludir impuestos y hacer negocios suculentos. Ella suele acompañarlo, sólo para conocer gente calificada. Algunos son un fiasco, como el senador que no usaba zapatos y hablaba en un inglés incomprensible. Después reconoció que era el testaferro de un alto consejero de un país de Europa. Claro, era un nativo que conocía dónde estaban las vetas más grandes de plata y oro de esa zona americana.
            Dafne no puede prescindir de los trajecitos de Dior o Cocó Chanel, las alhajas de Fendi y los zapatos y carteras de Mosquino. Para poder comprometer a Juan Alberto tuvo que sacrificarse y nació Sandrita. Una pequeña diosa, bonita y dulce. Él la adora y puede lograr lo que quiera de su padre. Desde chica le ha preparado el futuro de reina que sueñan juntos: inglés, danza clásica, canto, declamación, golf y la mejor escuela de la zona del Cantry. Zoraida, la muchacha mestiza está sólo para atenderla. Sandra es caprichosa, pero Juan Alberto le habla y le enseña mostrándole otras vidas fuera de ese mundo mágico donde nació. ¡Es tan inteligente que comprende!
            Hace unos meses que la notan rara. Desde que vino el nuevo profesor de golf, ambas lo tomaron como maestro. Ha hecho hoyo en tres y es un genio con los hierros. Pero Sandra está rara. Vomitó anoche apenas se puso un trozo de carne asada en la boca. Salió corriendo. Se encerró en la alcoba. Juan Alberto la siguió y no quiso abrirle la puerta. Bajó cabizbajo. Se sirvió un whisky y no me habló. Yo traté de decirle que seguro tenía un ataque de hígado por algo que había comido. Me miró con un odio como nunca lo hizo. –Sí, se comió un chorizo.- Yo me quedé petrificada. ¡Qué grosería!
            Cuando salí al green me siguió Sandra. –Mamá estoy embarazada. – Casi me desmayo. -¿Cómo?- Estoy de cuatros meses y medio. -¿Quién es el padre?- ¡Eso es lo único que te importa!- No, pero tiene que hacerse responsable  y…- Mamá es del profe de golf y es casado y tiene siete chicos. -¡Qué vamos a hacer?- No lo quiero tener. -¿Estás loca? –No-lo-quie-ro-te-ner.- Hablaré con papá. –Ni se te ocurra.- Pedile ayuda a tus amigas, a Aurora por ejemplo, su hija Laura ya abortó dos. O Carlota, ella uno.- ¿Cómo sabés esas cosas?- Mami lo sabe todo el cantry, la única que vive en las nubes rosadas sos vos.
            Por eso voy en la camioneta a buscar una enfermera, cuya dirección, me ha dado Aurora y es la misma que me dio Carlota. Tiemblo porque nunca pensé que mi “nena” tendría tanta fortaleza y fuera tan valiente. Juan Alberto no me habla, dice que es mi culpa. No lo entiendo, ¿si la educamos juntos… acaso nunca le dijo como eran las cosas?

MAR, DORADO MAR

          Dorado Mar
         Desplaza la marejada un torrente dorado de agua que repta por la arena sedienta
           contemplo el vientre preñado de vida en las aguas bravas.
           Es un alambique apasionado donde la fertilidad  sin fin, se mueve
entre algas  fantásticas, corales iridiscentes y peces sedosos que bailan en la profundidad.

Afuera, trasmuta el arenal  sus dunas.  El desértico portal 
de los silencios rompe las olas  en su ritmo perpetuo.

El paso de planetas inesperados en el mar celeste e infinito,
marca en el firmamento la señal orbital del astro muriendo.
Impregna la fatiga del tiempo en movimiento consecutivo de un futuro
que de incógnita sostiene el alma perdida. Un pez bicéfalo golpea hacia la nada.

Duerme en el abismal azul la sirena sedienta de ser fértil mujer enamorada.
Su canto se dispersa en la torrencial marejada del océano. El sol emerge en el horizonte.
La imagen se desdibuja entre la espuma y el silencio del canto es sólo un sueño.



GRECIA

 UN TEATRO GRIEGO DESDE UNA COLINA
EL ANTIGUO PARTENÓN EN RESTAURACIÓN

NOVELA INÉDITA

Si avanzo sígueme, si me detengo empújame, si retrocedo mátame. Che Guevara”

La herida de la pierna ha comenzado a supurar. Tiene fiebre en toda la zona infectada. Le duele y siente que le produce un dolor que llega y se extiende hasta la ingle. Allí toca los ganglios duros e inflamados. Tiene miedo.
 La lectura le causa mareos y dolor de cabeza, la luz es demasiado débil  o tal vez, es la porción de comida que le dan Ya han pasado casi diez o doce días desde que la han retenido. La falta de higiene la tiene muy molesta. Le hace falta un buen baño. Lavarse el cabello. ¡La ropa está tan sucia! Y, con un aspecto desprolijo…que la avergüenza. Se ríe. ¡Está viva! Aún tiene una esperanza.
Sigue tratando de leer esas frases hechas y se interna en la dantesca pesadilla de la lucha de clases. El Mayo Francés, la Revolución del 17, Mao la acosan desde el papel de mala calidad. Lo había leído en la facultad y discutido con su padre y el tío Costanzo y Serapio, que eran de ese tipo de izquierdista de traje italiano y zapatos de cocodrilo. Un fiasco.

Reina se bajó del ómnibus y se metió rápido en la tranquila academia de baile flamenco. La casa era antigua y la alquilaron sin que los dueños hicieran muchas preguntas. La gente de avanzada edad, era especial para no pedir ningún tipo de dato. Cuando les dijeron que iban a hacerles algunas mejoras, los viejos, quedaron encantados.
Entraron en la casa y le hicieron de acuerdo al plan que les dio el “jefe” un sinfín de reformas. Detrás de un gran mueble de madera hicieron una oficinita con una pequeña imprenta. Allí, estaba la entrada al sótano. Las casas antiguas generalmente tienen ambientes grandes y sótano. Patios donde se podía esconder cajones con herramientas y libros. Garajes grandes y herméticos. Allí hicieron un gran pozo donde escondieron armas y listas secretas.
Desde afuera parecía una normal academia de baile. Allí entraban chicos y jóvenes, con la idea de aprender flamenco. Nadie ponía atención a la gente que ingresaba y salía. Era la máscara perfecta. Música fuerte, zapateo, castañuelas y panderos. ¡La máquina de imprimir panfletos y libros, era un ruido más entre todos los ruidos!
El barrio tranquilo, arbolado y de antigua gente habitándolo, no les perjudicaba, al contrario, se hicieron conocer por el almacenero, el hombre del taller de enfrente, pero siempre guardando el gran secreto. Mara se precipitó en la academia. Tenía mucho apuro. Trató de no llamar la atención de la chica que ejercitaba un zapateo…Cuando pudo traspasó el mueble-placard que dividía la zona de academia con la zona de imprenta.
Al verla, todos dejaron en suspenso su trabajo. Allí estaban los más importantes. Entre ellos se encontraba el muchacho que estaba en la foto de la oficina del coronel. Ellos le sabían el nombre de guerra “Jorge”. Nadie sabía quién era realmente. Esa era la gran consigna. Tenía un fuerte acento peruano.
- ¡Muchacho, tenemos problemas! Están conociendo nuestros búnker. Alguno de nosotros está totalmente identificado. Estamos en peligro.
El jefe, se acercó, con su suave y culto estilo les pidió calma. ¡Debemos tomar una nueva determinación!
- Yo les digo que si no nos apuramos nos caerán como caranchos, ya tienen idea de la “finca” y de la academia. ¡Tienen estos datos! Le alcanzó el papel, que había robado en el mural. El “jefe” se quedó serio.
- Debemos ir a la finca y sacar a Johnson Weeills gerente de la refinería inglesa  y Tony Cattaneo el representante y gerente comercial, de la empresa siderúrgica italiana. Ambos enemigos de la revolución, cuyas empresas deben pagar 3.000.000 de dólares para devolverlos..
Cuando el taconeo de la academia cesó y ya no había gente adelante, llegó el momento.
De a uno fueron saliendo, uniformados como para ir a la cacería. Botas, pantalones fuertes, camisas gruesas mimetizadas. En el viejo garaje, se metieron en la camioneta, con armas, por si tenían algún encuentro imprevisto. Salieron de allí cuando ya había oscurecido.  Antes, le obligaron a cambiarse de ropa. Le dieron un pantalón de gruesa tela verde oliva, zapatones militares, camiseta verde, y una chaqueta de combate marrón le cubriera la cabeza y ataron las manos con un alambre y los tobillos con una cadena.
En silencio hicieron los kilómetros que los separan de la finca. Cada uno en los profundos pensamientos que atiborran sus mentes afiebradas. La camioneta pasó con la rapidez acostumbrada frente a la policía caminera. La indolencia de esa gente pueblerina y de escasa preparación era total. Sólo hacían algún comentario frente a la imprudente velocidad de algunos vehículos, pero no los detenían.
Llegaron a la finca. Entraron al galpón y bajaron a la “oficina”. Allí como tocados por una mano invisible comenzaron a exponer sus ideas. Agriamente fue subiendo el tono de voz de la “Mara”. La foto del “Camarada Jorge” era el dato que serviría para llegar y destruir la “organización”. Ellos tenían los datos filiatorios del compañero. Pronto lo localizarían. Jorge estaba asustado. Comprendió, qué estaba atrapado.
El “jefe” dudaba en cuanto a la forma de llevarlo fuera sin arriesgar la “acción”. La “Dolo” comenzó a levantar la voz.
- Escuchen a Mara, no sea que nos atrapen y se va todo a la mierda. En esta Revolución se triunfa o se muere, si es verdadera y ¿qué carajo creen que hacemos acá?
- Saben perfectamente, que si llegan a él, nos descubren… Se derrumbaran años de trabajo y lucha por el proletario obrero…
- ¿Qué, “Dolo” lo querés  “enfriar” o “congelar”? Pregunta el “Músico”.
- Yo creo que hay que sacarlo de la zona, mandarlo al sur o Salta al “campamento” de la gente nueva. – dice el jefe.
- No, lo siento por él, pero hay que  “congelarlo”.
- ¡Negra de mierda, decís eso,  porque no estás en mi lugar.
- ¡Sabía, que podía suceder, por la causa de la Revolución Proletaria, se da la vida!
- Calma, calma Dolo y Mara, ¿quién daría el tiro final y qué se haría con él, después?
- Yo, no tengo miedo, de cumplir con mi deber después se lo dejaría en algún lugar público envuelto en la bandera de nuestro “célula”, así sabrán que no tienen con quien empezar. O se lo achacamos a ellos a los que nos persiguen.
- ¡Pero no es tan fácil. Además ellos tienen pocos datos, les costará llegar hasta acá!
- ¡Están locos! en menos de dos o tres días llegarán y será demasiado tarde!
La “Mara” gritaba con la garganta con pedregullo. Era la primera vez que el “jefe” la veía histérica. Lo que vio no le gustó. ¡Ella no estaba tan adoctrinada como parecía!
- Bueno… “Jorge”… ¿vos qué decís?
- Yo… no sé… la causa de todo este lío, soy yo, pero pudo ser otro de nosotros. La revolución es más importante que mi vida. ¡Cumplan con su deber!
Se hizo un silencio profundo. El “Comandante Toyo” que había permanecido en silencio observándolos, sacó la pistola automática, tiró para atrás el seguro colocando la bala en la mecánica y se la entregó a “Mara”. Instintivamente, “Jorge” se hincó en el piso. El “Músico” se acercó y lo abrazó. Le cubrió los ojos con un pañuelo.
Todos de pié, hicieron el saludo militar y la Mara, tomando posición le apuntó a la nuca. El pulso era levemente inseguro. Cerró los  ojos y disparó.
“Jorge” cayó a un costado en un charco de sangre. El “jefe”  y Toyo sacaron la bandera blanca y roja con las letras que identificaban a la “organización” y envolvieron el cuerpo del muchacho. Rápidamente las armas que tenían ocultas y los papeles importantes fueron apareciendo de sus escondites. El “jefe” salió y buscó la camioneta, en la que habían viajado. Allí colocó armas y papeles.
El músico trajo la furgoneta que estaba oculta en la finca y allí acomodó con la ayuda del “Gordo” y la “Mara” el cuerpo tibio de “Jorge”.
Luego se pusieron a discutir sobre las rutas que usarían. El “jefe” llegó y dio la orden sobre de cuándo y cómo traer a la Delfina del pozo.


FUE UNA HISTORIA DISTINTA


Una mañana clara despertamos con urgencia
de besos
y en mi cuerpo dormido se engendró un ovillo
de mariposas que abrieron destellos
de azabache
tu cuerpo erguido en simiente de mandrágora
penetró la penumbra de mi cuerpo

cayó un lago de chispas
quedamos flotando a la deriva
tras la corriente del río de los sueños
que llevan al mar bravío.


Fue una historia distinta

COMO UN CUENTO DE AMOR

Le nació la sonrisa como un granado nuevo. Era un ave solitaria, un espejismo hecho joven. Moreno, poco agraciado y ágil, servía para acompañar a su padre en las tareas más simples.
No era despierto como su hermano mayor y la mirada limpia mostraba su paz interior. Buscaba el rincón más pequeño para encerrase en las siestas y descansar en las noches. Siempre vestido con la ropa de otros, zapatos usados, tiradores para evitar que se cayeran sus pantalones y una gorra de fieltro apelmazada lo distinguía en la plaza o el mercado. Debajo de los bultos, llevaba una pequeña flauta que hacía sonar en el atardecer cuando lograba terminar su interminable trabajo en la chacra familiar.
Solía acompañarlo un perro. Callejero y sin raza conocida. Fiel como el más fiel. Como era él. En los veranos calientes, se metía en el arroyo a refrescar la piel que se quemaba con el sol perdulario del medio día. Su nombre, buscado en el almanaque le resultaba raro y apenas lo pronunciaba, no sabía escribir ni leer. Jotamario era y nadie lo llamaba así. Le decían Mario o Jota. Sólo el abuelo, campesino laborioso y paciente lo quería y de él, aprendió todo lo bueno de la vida, del campo, de los animales. Le cortaba el cabello y las uñas, le lavaba los pies en una palangana y cuando fue creciendo le enseñó a criar cerdos y gallinas, a plantar verduras y legumbres. A estirar los cueros y juntar los huevos en los nidos de aves para poder hacerse una buena sartenada al fuego.
Es apenas un niño grande. Un gigante enano. Un campesino pobre sin luces ni relumbre.
Un día, Jotamario lo encontró dormido. Lo abrazó y se quedó dos días con el cuerpo frío entre los brazos calientes por la triste fiebre del olvido. Supo que la vida se iba caminando despacio por la vereda estrecha de los días. Su padre se lo arrebató con presteza, le dio una palmada y le entregó un reloj que roto y sin valor alguno, el chico amaba de su abuelo.
Creció, con el pasar de los años, comenzó a ser imprescindible en la chacra. Y el padre viejo, lo tomó de apoyo. Murió su perro y trajo otro, parecido y feo, leal y compañero.
Esa mañana la vio en el mercadillo, era una muchacha morena de ojos grandes y limpios. Ella le sonrió como un amanecer de verano y se olvidó de decirle el nombre. La siguió con la mirada dulce de un duende que cosquilleaba en su pecho. Su padre descubrió en la sonrisa que una estrella había destellado en sus ojos. Sin mediar palabras se acercó a la tiendita donde vendían jamones, su padre y su abuela. Preguntó su nombre y si era soltera. Inquieto bajó la vista y tropezó con los pies de la muchacha. Eran pequeños y rústicos. El padre aceptó que se vieran y Jotamario le regaló una flor. Lobelia aceptó el presente y entonces como en los cuentos que una vez le contara su 

martes, 24 de octubre de 2017

UN POEMA

Pido un beso de alondras en las palmas húmedas.
Pido un rosario de esquirlas donde rompe la ola en el acantilado.
Ahora, ciega de toda ceguera con perfume deshilado de flores

Busco en la penumbra el sol azul que guiña en mi ventana su ojo triste.
Su boca triste y su latido invisible a la mirada del unicornio
Su estatura de estrella y de gigante con relojes dormidos
Su marmita perdida en la ojera cenicienta del hogar quieto.
Miro los pliegues del rostro que me surcan de espera y tiempo.
Duermo como una golondrina en invierno que no huyó a la primavera.
Pido y doy tregua a la frente de mi enfrente que sueña.
Soy viajera de estepas y pampas. De cardos y glicinas.

TURQUÍA, KAPPADOCIA

 INTERIOR DE UNA CUEVA HOGAR, PINTADO CON SANGRE DE ANIMALES.
EN EL MUSEO DE ANTIGÜEDADES UN VASO ENCONTRADO BAJO TIERRA EN ESCAVASIONES.

UN POEMA MÁS

Estiletes de obsidiana tus mentiras
Me rasgan el corazón
Poco a poco con heridas que derraman sangre oscura
Caliente. Sangre negra
Que en gotas se van cayendo en mi dolor
Silencio
Tus mentiras son las que abren la tumba
De la esperanza en otra vida.
Tremola un fauno cerca de mi escollera
mira con un ojo alerta mi escapada hacia el mar
descansa cuando una gaviota picotea  a mi lado
y descubre que no camino, sólo escucho el silencio.
Aunque las olas bravías estrellan entre las piedras.
Busca una gota de esa herida abierta en mi esperanza.
Ya no busco la verdad, no importa si mientes.
Vete y nunca regreses a mi playa desierta.




DE TRENES, HOMBRES Y OTRAS COSAS

UN RÍO SANGRIENTO
            Desde las orillas fangosas, se adelantaba un grupo de animales buscando beber agua. Detrás un hombrecillo de enormes manos arrastraba una pequeña barcaza.
Somnolienta, una perra seguía dentro de la crujiente madera al dueño del rebaño. A lo lejos se veía el humo oscuro  y denso de la chimenea del tren que atravesaba ese páramo. Tal vez en ese enorme trozo de hierro estaba impresa la libertad para el pequeño campesino. Había soñado con subir al techo de un vagón y huir a la gran ciudad, pero recordó lo que le pasara a su hermano. Lo habían llevado al ejército en un ferrocarril igual a ese y después vino envuelto en la bandera verde y roja, con una sola guirnalda de flores que olían a podrido.
            Él prefería quedarse, aunque cada vez era más difícil salir con los animales a pastorear. El río, decían las ancianas era el camino más seguro para no morir, pero cuando no llovía estaba muerto.  
            Tenía llagas en los pies, llagas en las manos y llagas en el alma. Su dios, no se acordaba de su gente, estaba muerto o dormido. Un cocodrilo trató de matar uno de los animales que bebía, lo espantó con el viejo rifle de su padre. Recogió al aventurero y lo metió en la barca. Esa noche lo despellejaría y comerían carne fresca, sin tener que matar sus animales.
            Sintió el rugido de la vieja locomotora que venía del sur, un grupo de aves salió escapando con el bufido del hierro herrumbrado del tren. Arrimó la barcaza a la orilla y arrió con  mucho esfuerzo la madera vieja con el perro y el ladrón que había caído bajo el balazo certero del rifle. Silbó. Los pocos vacunos se juntaron y treparon la orilla del cenagoso río y comenzaron a seguirlo.

            De pronto algo llamó la atención del campesino. El río estaba teñido de color bermejo. Se acercó y comprobó que unos cuerpos de hombres y mujeres iban río abajo, hinchados y malolientes, los cocodrilos se arremolinaban y daban dentelladas a cada cual. Teñida de sangre las aguas iban río abajo. A lo lejos sintió el estallido de un metal mortífero. El tren que acababa  de pasar había estallado en mil trozos a lo lejos. Vendrían tiempos difíciles. Había estallado una guerra.

DE TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO

ÑATO CORVALÁN,  EN LOS ESTEROS DEL IBERÁ

De gurí, a pelo montado en un tordillo, Ñato Corvalán atravesaba los guadáñales llevando ganado al seco. A veces, en el terraplén del ferrocarril, dejaba unos animalitos recién destetados para que no se le pudrieran las pezuñas. ¡El agua es necesaria, pero demasiada… mata!, solía decir el Moncho Regules.
            El Ñato no conoció lápiz, ni pizarrón. Sabía sumar y restar con el cordel de cuentas trenzadas, que usaba en la cintura junto al cuchillo que recibió de su tata. Moncho Regules, su padrino, había muerto en una riña entre isleños hacía tres años, más o menos. Ñato, no le hacía muy claro a eso del tiempo. Para él, había tres. La seca, la lluviosa y la cosecha.
Había conocido el pueblo, pero el ruido de los motores lo renegaban. Prefería el chillido de los matorrales donde se escondían los animalitos. Su tiempo era montado a pelo de caballo; y entre parición y traslado del ganado de una isla a otra del Iberá. Cada tanto veía a su madre. La Filomena Corvalán, famosa por la cantidad de hijos que trajo a los esteros. Buena para amasar chipá y carnear cuanto bicho comestible se le cruzaba. Sus hijos, de los que se iba desprendiendo cuando se valían por sus propios medios, eran fuertes y sanos. A pura teta los alimentaba, hasta que se preñaba nuevamente. Tuvo como veintitrés y sólo dos murieron de chiquitos.
El mocoso, volvía de vez en cuando a la isla a verla, porque pensaba que ya envejecía.
Desdentada, le costaba comer y estaba descarnada. Flaca y arrugada. Con sentimientos raros se volvió a su laboreo, por eso, la última ocasión, le llevó una manta nueva y un par de alpargatas. Al Molina le llevó una damajuana de tinto. Le dolió sentir la tos seca y crispada del pecho de la Filomena. Sintió que pronto no la vería más. Descubrió un fuego destripador en las entrañas cuando la vio escupir sangre en la tierra del rancho.
—¡La vieja está mala, tísica! —dijo Molina, el nuevo compañero de la madre—. La llevé a la rastra a la sala del pueblo. No quería que la tocara un médico. Pero la mujer que la revisaba, la convenció y se dejó ver los costillares y el triperío. Le dio unas pastillas, pero ella se hace un té de yuyos y así no más anda”.
            Salió desolado. Miró al cielo y se tocó el corazón que golpeaba fuerte y desacompasado. Si se va la vieja, nos desparramamos todos. 
            Cuando se desvió del camino y subió a la canoa, se cruzó con los Quiroga de Itaibaté. Iban en una lancha con cuatro gringos a puro motor. Casi se da vuelta su canoita. Montarás el Ñato, se tocó el ala del sombrero y quedó mirando como se alejaban por el canal entre el laberinto de islotes con totorales y camalotes. Más adentro, hojas enormes de irupé, son los nidos cómodos de las ñacaninas y los curiyúes. “Entre esos senderos laguneros nos movemos los isleños. Esta es mi tierra. Esta es mi casa”, se dijo y siguió remando. Su corazón batía.
El cielo se desangró con una lluvia feroz y la barca se fue hundiendo, no le alcanzaban las manos para sacar el agua con el balde plástico que le servía para guardar la pesca. Logró llegar a la orilla. Ató la embarcación y, empapado, caminó al rancho. El techo de paja, estaba desgajado y caían chorros hasta sobre el catre. Puteó. ¡Maldito tiempo! Embarrado hasta las rodillas, consiguió tapar con nailon parte de los juncos del techo.
 Acomodó los cueros de carpincho y nutria que tenía para vender al Turco Mohamma en el almacén. Los cambiaba por yerba, tabaco, vino, caña y galletas, y alguna que otra chuchería que necesitaba para vivir. Los truenos y relámpagos iluminaban intermitentes el lodazal en que se transformó el rancho. Los monos chillaban y el griterío era signo de que esa noche dormiría poco y mal.
El cansancio lo arrinconó y así, en la humedad, se quedó adormecido. Se tapó con el viejo ponchillo que le regaló el paraguayo en la bailanta en Goya, cuando tropearon el ganado de Justiniano Cardoso, comisario de Caá Caatý. Soñó con su madre la noche entera.
            Despertó con el chillido de los monos, como todas las mañanas le robaron pan o galleta que comía con el mate cocido. El sol levantaba un vapor que ahogaba. Era bueno. El estero se alimentaba la lluvia y el sol que penetraban entre la maleza, hacía crecer pastura y bicherío. Se enjuagó la cara y puso la pava llena en el fogón.
Compuso el techo con alambre, paja y barro. Sacó algunos bártulos para que se secaran. Se sentó, armó un cigarro con una hoja de tabaco y miel; y cuando le acercó la brasa cerró los ojos para disfrutar el perfume dulce del veguero. Se habían alejado los carayaes por el malezal a buscar comida a otro troje. Sintió un motor. Rugía cada vez más cerca.
            Fue a espiar. Camino al cruce de los canales, se encontró con los gringos. Traían en un planchón paraguayo, unas máquinas enormes. Se acordó de los cuentos de “La Forestal” en el Chaco. Cuando dejaron el paisaje sin árboles de quebracho unos rubios extraños. Plantaron unos yuyos y la tierra no sirvió más. Miró con desconfianza.
Lo saludaron con demasiado respeto. No era lógico que respetaran a un tape como él. Se tocó el ala del sombrero y los miró desafiante. Se tanteó el machete que llevaba cruzado en la cintura.
A los gringos se les borró la sonrisa y observaron para otro lado. Detrás venían los Quiroga con su canoa.
—¿Qué hay, compadre? ¿Quiénes son éstos y a qué vienen a los esteros del Iberá?
Silencio. Carraspera y trago de saliva agria, le contestaron:
—Mirá vos, chamigo. Que han comprado parte del campo. Que están alambrando. Que harán terraplenes para plantar arroz. Van a poner otro ferrocarril para transportar vacunos y rollizos al puerto de Buenos Aires. Vuelve el progreso —y un sinfín de chácharas que ya no escuchó.
Se alejó, internándose en el matorral. “Ya es viernes y dejó de llover, gracias a la Virgen de Itatí. Mejora el tiempo y por las dudas buscaré cazar un carpincho para traerle”, se dijo.¡Dejate de matar bichos vos, que así está quedando el estero, no seas maula…!”, escuchó distante.
 De la estación del ferrocarril de carga en el pueblo sale una chata medio destartalada con unos tambores pesados. Don Justiniano Cardoso se los ha entregado para que ponga los latones de este lado del terraplén. De lo demás se encarga él y la gente de Caá Caatý.
            La explosión se oye desde varias leguas. El agua sigue su curso arrastrando mucha tierra del resguardo de los extranjeros. Ñato Corvalán ahora puede seguir navegando con su canoa sin que nada se lo impida y menos los gringos que se roban todo.



jueves, 19 de octubre de 2017

SOLOS, ESTAMOS SOLOS

Y descubrí que no estábamos solos
y
mi ciudad se enredó en los árboles y acequias
escondiendo el dolor de los hombres y   los  niños.
Cada par de ojos, cada mano que se extiende
 me recuerdan
cuánto me hace falta comer de tu boca
tengo hambre de tus besos    de muslos abiertos
entonces mi ciudad me duele con llagas vivas
le falta amor al pueblo      mi pueblo   tiembla
en deseos   que me recuerdan   el tiempo de repartir
los viejos sueños. ¡Ay...qué haremos?

Ven     
cerremos las ventanas. Abramos el corazón
dejemos que el sonido de nuestro palpitar aturda nuestro lecho.

Estamos solos con nuestro amor lejano. Aun
tenemos nuestro amor. A pesar de todo

a pesar del tiempo.  Y nuestros sueños.

VENDIMIA EN MENDOZA

      
Vendimiando cambiamos
con vino nuevo que dejaron caer los dioses
sobre la arena incierta de los recuerdos
el racimo de color de espera
la miel de los insectos que se acercan buscando la dulzura
igual mi frente a tu frente 
despoblando el encanto de la viña silenciosa
bajo el sol caliente del verano 
una vez más       quedó todo acallado
en silencio
en búsqueda permanente de ternura
con brazada de mieses
de planetas habitados por seres intangibles
esos mágicos personajes de la tierra
bendecida por la añoranza de los vinos
que se van terminando en la bodega.
el canasto lleno y la tijera para corta las uvas milagreras.
tu y yo allí en la espera del milagro.


¿Será que nuestra materia  sigue siendo la materia de los sueños?

AL GRAN POETA LUIS RICARDO CASNATI.

HOMENAJE DE  S.A.D.E.  Y SECRETARÍA CULTURA
FERIA DEL LIBRO 2017- SALA TITO FRANCIA- ESPACIO LE PARC

LUIS RICARDO CASNATI

                        SOL DE SAN RAFAEL, CELESTE OMBLIGO/ DONDE MI AMOR                                    SE ABRIERA DESLUMBRADO… AQUEL SANRAFAEL DE LOS                                   ÁLAMOS. PAG. 24

NUESTRO POETA, HA COMENZADO A TRANSITAR UNA HUELLA DONDE SU ESPÍRITU UNIVERSAL HA DEJADO UN CANTO EN LA MEMORIA DE MENDOZA. S.A.D.E. NECESITA ABRAZAR EL LEGADO DE ESTE GRANDE, HOMBRE DE BIEN Y GRAN ESCRITOR, ALMA CUYA PALABRA TRAJO A NUESTRA TIERRA EL BRILLO PRECIOSO DE SU PALABRA. NACIÓ EL 21 DE JUNIO DE 1926 EN SAN RAFAEL, FUE ALUMNO DE ANTONIO BERMUDEZ FRANCO Y RECIBIÓ SU TÍTULO DE ARQUITECTO EN CÓRDOBA.
SU LARGA ELABORACIÓN LITERARIA, SE HA VISTO REFLEJADA EN NOVELAS, CUENTOS, ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS Y SU MÁS GRANDE EXPRESIÓN EN “POESÍA”. SUS SONETOS FUERON DE TAN PERFECTA BELLEZA Y PROFUNDA MÚSICA, QUE SERÍA IMPOSIBLE NO HABLAR DE ELLOS. EN EL LIBRO “LA HILANDERA” LOGRA SIN ALARDE UN CONJUNTO DE SONETOS, COMO ARTESANO DE CIELOS Y DE INFIERNOS, DE AMOR Y DESENCUENTROS, PRODIGIOSA IA IMAGINACIÓN Y MAESTRÍA. SENSIBLE Y METICULOSO, MANTENIENDO ÍNTIMA CORRESPONDENCIA CON EL REFINAMIENTO DE SU VERSO. CASNATI, TIENE UNA INABARCABLE REALIDAD, TOCA LA MUERTE CON UNA BELLEZA SUBLIME Y ENAMORA CON SU MAGIA HABLANDO DE LA BELLA MUJER Y DE LA TIERRA, QUE HA CAMINADO SACUDIENDO LOS PÉTALOS DE LOS ÁRBOLES EN FLOR, DE LAS ALAMEDAS HÚMEDAS, DE LOS CAMINOS, DE LAS CALLES SEDIENTAS DE UN MENDOZA QUE CREE DORMIR EN LAS SIESTAS Y AHÍ DONDE SU ENORME PENSAMIENTO METAFÍSICO ENFRENTA LA FUERZA NATURAL CON LA SOBRENATURAL. ESE ES SU SISTEMA EXPRESIVO.  LOGRA ASÍ, UN ENCANTAMIENTO GLOBAL, UNA MAGIA QUE EJERCEN SU FORTALEZA EN EL TIEMPO.
ÉL, CANTÓ A LA NATURALEZA,  AL ESPACIO, AL TIEMPO, AL AMOR, Y A LA VIDA, COMO TAMBIÉN A LA MUERTE,  PERO SU GRAN PASIÓN ERA EL CANTO AL AMOR. EXPERIENCIA UNIFICADORA QUE SUSTENTA SU LÍRICA.
            ¡CUANDO DECLARA: ¡AMO, LUEGO EXISTO! 1984…! CANTO DE AMOR, A UNA MUJER CONCRETA PERO QUE ENLAZA EL AMOR TOTAL A LA MUJER. CON UN DIÁLOGO PROFUNDO Y BELLO, LLENANDO DE INTENSIDAD Y ASOMBRO AL LECTOR Y A QUIEN VA DIRIGIDA.
            SU POESÍA ES ADMIRADA EN NUESTRO PAÍS Y EN EL MUNDO, SU NOMBRE ES PRONUNCIADO POR LOS POETAS CON RESPETO Y POR SU LIRISMO LOGRA PENETRAR ENTRE LOS GRANDES POETAS DE LA PATRIA.
            SUS CUENTOS SON VERDADEROS MURALES DE VIDAS Y PERSONAJES QUE REVOLOTEAN EN LAS CALLES DEL TERRITORIO UNIVERSAL. PERO TIENE UN LUGAR ESPECIAL PARA SU PATRIA CHICA: SAN RAFAEL Y MENDOZA. Y ESO NOS LLEVA A RECORDAR SU PASO TRANQUILO POR LAS VEREDAS DE LA CIUDAD, SALUDANDO AMIGOS, ADMIRADORES Y CONOCIDOS. ACEPTANDO CON UNA SONRISA LIMPIA EL HOMENAJE DE NUESTROS POETAS NUEVOS Y DE LOS CELEBRADOS. ACOMPAÑANDO CON PRÓLOGOS SUSTANCIOSOS A LOS ESCRITORES  QUE LE DABAN LA PALABRA PARA QUE OPINARA SOBRE SUS TRABAJOS.
             ¡QUÉ HONOR SER SU AMIGO!, COMPARTIR UNA CHARLA Y UN CAFÉ LITERARIO ESCUCHANDO SUS POEMAS O SU PROSA. ¡COMO ACADÉMICO DE CIENCIAS SOCIALES, RECIBIÓ CON ALEGRÍA A SUS COLEGAS Y NUEVOS MIEMBROS!
            TODOS LOS PREMIOS QUE RECIBIÓ DEJABAN UN ESPACIO ROTUNDO PARA LAS LETRAS DE MENDOZA. PERO SU HUMILDAD LO HACÍA RESCATAR LA ESENCIA DE LA VIDA Y LA MUERTE, SIENDO DUEÑO DE UN EXTRAÑO Y TRÁGICO CONTENIDO DE LA REALIDAD SACANDO UNA SONRISA AL QUE LEÍA SUS CRÓNICAS SUBJETIVAS. TUVIMOS LA FORTUNA DE TENERLO EN S.A.D.E. POR MUCHO TIEMPO COMO UNO DE LOS MÁS PRESTIGIOSOS PRESIDENTES Y SU ROSTRO, PINTADO POR UN AMIGO DE LA PLÁSTICA, NOS OBSERVA DESDE LOS ANAQUELES DE LAS BIBLIOTECAS DONDE SE MEZCLA CON LOS GRANDES POETAS QUE SECUNDARON POR 75 AÑOS A LA INTITUCIÓN.
            NO VAMOS A OLVIDAR SU DULZURA Y BONOMÍA, SU PALABRA JUSTA Y LA LECTURA FÉRTIL DE SUS POESÍAS. LE DECIMOS ¡GRACIAS Y HASTA EL MOMENTO EN QUE NOS ABRACEMOS EN EL ESPACIO INCOMENSURABLE DEL MAÑANA! GRACIAS LUIS RICARDO CASNATI POR DEJAR SURCOS DE MAESTRÍA Y SABIAS PALABRAS. GRACIAS POR SER UN HOMBRE TAN HERMOSO COMO SUS SONETOS. GRACIAS POR PROCLAMAR…: ¡AMO, LUEGO EXISTO!

                                   MENDOZA: 29 DE SETIEMBRE DE 2017
                                               GRACIELA ELDA VESPA DE SCHWEIZER

                                               VICEPRESIDENTE DE S.A.D.E. MENDOZA

EL REGALO DE ABRIL

Llegó una tarde corriendo por el pasillo de la casa. Estaba eufórico, había hecho tres goles con sus zapatillas nuevas. Los otros chicos lo habían rodeado alabando su buen juego en la cancha de la plaza. Bueno, de lo que quedaba de la plaza. Comenzaba el frío y el sol ya no alentaba a salir en las tardes y los ruidos de las metrallas tampoco. La ciudad de Alepo estaba cerca y la guerra se avecinaba, por eso su abuelo le había comprado zapatillas nuevas por si tenían que huir. Esa noche sintieron las orugas de los tanques, los gritos y no pudieron encender luces ni siquiera para orar.
            Un pequeño atado de ropa y su libro de rezos era todo lo que se podía llevar. El abuelo le acariciaba la cabeza y le abrigaba el cuerpo que ya mostraba un poco desnutrido por falta de alimentos. ¡Así es la discordia que amenazaba su país! Su padre se había ido con los del ejército regular y no sabían nada de él. Su madre lloraba, pero se las ingeniaba para hacerles la vida agradable. El techo estaba roto y caían algunas cañas hacia el suelo, pero aun había ese hermoso perfume a hogar.
            Rachid abrazó sus pocas pertenencias y se acercó al anciano. Su madre alzó a Mussi, la pequeña de seis años y salieron despacio por la parte de atrás de la casa. Llevaban muy pocas cosas. Las pocas joyas de la boda de Maymuna las escondió entre sus ropas que ya no tenían ese color negro noche de antaño. El velo le ocultaba el rostro y sus bellos ojos no se veían. Pero una mirada enrojecida abrazaba los párpados. El abuelo iba adelante como indicando por donde debían pasar. El niño se acordó de su pelota y quiso regresar pero una mano fuerte se lo impidió. Era de su tía Alifa. Allí también estaban sus primos. ¡Qué mala suerte, eran estúpidos y siempre discutían por todo! Pero estaban pálidos y callados. Terror. Eso los mantenía callados y serios.
            Un estruendo y prácticamente desapareció la casa. El fuego como mordedura de serpiente había consumido las paredes de barro y caña. Estaba desatada la contienda en el pueblo.
            Caminaron entre escombros en silencio. Las manos apretadas por los mayores y el aire irrespirable. Les dolía la garganta por el polvo y el humo que envolvía todo.
            Al amanecer se escondieron en una granja abandonada. Habían caminado un siglo para los niños agotados. El miedo acorralaba. A lo lejos se veían columnas de humos. Al regresar la oscuridad, caminaron nuevamente hacia el oeste, tenían que llegar a Turquía. Aunque ya el anciano estaba muy débil y los niños llorisqueaban.
            Maymuna, les repartió unos trozos de pita con queso de cabra, un trago de agua que se iba acabando fue lo que los animó un poco. Vieron que otras familias también escapaban por el campo. Algunos trataban de llevar sus ovejas o cabras. Pero se hacía muy difícil. Ellos iban ligeros de trastos. Los dejaban atrás muy pronto.
            Fueron días largos y dolorosos. Dejaron al abuelo que siguiera con su fuerza debilitada. Acompasaron el paso a su paso lento. Una mañana avistaron una colina donde se veía la frontera, la libertad estaba cerca. Sin embargo en silencio observaron a los mayores que miraban con mucha desconfianza la muralla de piedra que separaba su tierra con Turquía. Allí seguro habían puesto trampas.
            Esperó el abuelo las sombras y se fue acercando lentamente entre las hierbas y los matorrales. Vio a unos hombres que colgaban de un poste, otros estaban en la tierra sembrados como semillas sangrientas. Se detuvo y esperó. Unas mujeres que se acercaron al paredón lograron trepar y desaparecieron. Con su bastón les hizo una seña. Avanzaron y llegaron junto a la pared de piedra. Primero emergió el anciano, ya estaba jugado, si le herían era su destino. Luego subió a los niños uno a uno y finalmente las dos mujeres. Unos soldados que no hablaban su idioma les recibieron los pequeños bultos. Y les hablaron serios sobre algo que no entendían. Maymuna entregó dos cadenas de oro por los niños y un brazalete por ella y el anciano. Su cuñada hizo algo parecido. Los soldados las subieron a un camión y despacharon hacia el valle donde estaban los refugiados. Allí fueron acogidos por unas mujeres que no llevaban chador y se cubrían el cabello con pañuelos. Sonó la hora de oración y todos se tendieron para rezar. ¡Alá, misericordioso los había llevado a un buen lugar!
            Esa fue la primera noche que durmieron bien. A la mañana, a Rachid le indicaron que tenía que seguir al maestro. Llevó su Corán y entró en una carpa acondicionada para los muchachos. Las niñas estaban separadas.

            Pasaron días y meses. En abril, una bella señora le regaló un lindo gatito. Le pidió que lo cuidara y así la ayudaba con su tarea diaria. Cuando llegó a la carpa su madre lo regañó. ¿Cómo harás con la comida? El niño no había pensado en eso. ¡Mamá este animalito será un buen musulmán y comerá lo que consiga! La persona que se atrevió a darte este animal, no pensó en nuestras necesidades. Rachid, suspiró y regresó a buscar a la dama. Era una médica que sabía que los niños necesitan tener una mascota cuando pierden tantas cosas lindas en la niñez. Le prometió que le daría una ración para el felino, y lo acarició con ternura. Era una bella doctora extranjera. Rachid, corrió feliz por el pasillo entre las carpas del refugio con su gato que ronroneaba con gusto entre sus delgados brazos infantiles.

MENDOZA, ARGENTINA EN FOTOS

MENDOZA SE CARACTERIZA POR SUS VIÑEDOS Y SUS VINOS. FOTO DE UN RACIMO MADURANDO


DESDE LA CABAÑA DE POTRERILLOS, LA PRECORDILLERA NEVADA Y LOS TRABAJADORES DE LAS VIÑAS SOÑANDO CON UN BUEN AÑO CON AGUA DEL DESHIELO

DESDE LA CABAÑA DE POTRERILLOS, EL SOL SE VA OCULTANDO TRAS LA CORDILLERA DE LOS ANDES HACIA CHILE.

ROCO EN PALMAS BLANCAS



Sentado junto a la alameda, con los pies desnudos en el agua trasparente de una acequia profunda que rodea el camino, distribuyendo el caudal del arroyo a los condominios y vegas. Mira absorto un abejorro dorado que trata de escapar desesperado de la trampa húmeda en la que cayó. Un pequeño remanso aglutina abejas e insectos con alas transparentes e iridiszadas con una varilla que desgaja de un sauce empuja el insecto que despega asustado volando resuelto hacia la libertad.  Se pierde en el aire caliente del mediodía. El sol es una mandarina gigante que quema el clima y al muchacho.
La cara, el cuerpo y la piel se están desempolvando con la transpiración que aparece de cada poro invisible del cuerpo moreno. Sumerge  un pañuelo y se lo pasa por el rostro y el cuello. Le chorrea el líquido por los brazos que dibuja rayas desdentadas y se deliran hasta la tierra mojada
Si no se levanta y sigue, no llegará a cumplir con la tarea encomendada. Ya comenzará el peso de esa caja a empujar su paso. Continuará como el abejorro escapando senda arriba hacia el paredón de piedra. Allí está él, con la esperanza intacta en sus amigos de la ciudad que lo respetan tanto como todos nosotros. Lo envió temprano al puente donde sale el camino de Palmas Blancas. Allí después un tiempo, se sintió el rezongo del motor del camión de Albino, con otra carga. Esperó que no fuera grande la caja que traía, pero su cuerpo que crecía y crecía y la barriga silbando por la poca olla que visita, es cada vez más pesada.
 Se la echa al hombro y trepa, pensando en el vuelo del abejorro, errático y libre. Quiere ser libre y nunca salió de Tuporen. ¿Cómo será allá tras las alamedas? ¿Cómo será estar cerca de esa gente ruidosa?
Siente el corazón golpeándole en la cabeza. Ya llega a la pared de piedras que abraza la casa, el enorme patio del maestro. El mástil afilado que sostiene un trapo que supo ser la bandera y ahora es un pedazo hilachento de colores desvaídos. Él, espera la caja. Su sonrisa amplia lo recibe mansa y con mucha esperanza. Trae para los muchachos un sin fin de libros. ¡Un tesoro!

Al “Pelado” lo quiere como a un hijo. Recoge el bulto y le da una torta con queso. El chico se aleja comiendo su premio. Pasarán varios meses, hasta que vuelva el camión de Albino. ¡Roco! No faltés mañana que tengo mucho para enseñarte, oye a sus espaldas. ¡Si maestro, hasta mañana! 

JARDÍN CREPUSCULAR




Por tu mirada violeta privada de sed y plata

Atraviesa el niño rústico cuyo corazón desgrana

Un murmullo de pájaros ruidosos,  coloridos

Ronda por los espinillos su voz caediza y clara

Sentimental como alma de un pájaro de invierno.



Pobre peón de sueños, ceniza de latón y estrellas

Solitario en reposo sostenido por planetas.

Última llamarada de oro, recuerdos del viejo bosque

Tu honradez de primaveras olvidadas en cerezos

Con apariencia de jardín abrochado en mi memoria


Instalará un nuevo amanecer con ilusión de vida.

RECURAMOS LA CASA

Al fin, todos la habían visto menos ella. Era la casa más antigua de Lago Hermoso. Tenía un parque de más de mil metros, que según decían fue hecho por un famoso paisajista inglés a principios del siglo veinte. Los mármoles eran italianos y la herrería española. Un estanque formado el arroyo que atravesaba un sector del jardín, estaba lleno de aves acuáticas y plantas con flores. Leticia caminó sorprendida por el alto pasadizo de árboles gigantes. Cada rincón de la casa le atraía por su color a tiempo desgastado. El musgo había marcado cada piedra, cada estatua, cada columna con una pátina inusual. Luego, entre el alto matorral, se sorprendió y gritó. Nadie le había hablado de ese extraño personaje que encontró frente a sí. El hombre, era un ser verdaderamente feo, desagradable. Por su rostro una enorme cicatriz atravesaba su mejilla izquierda y su párpado casi oculto tras una larga melena rojiza mostraba la falta de un ojo. Su paso casi imperceptible la había dejado paralizada. De los labios desdentados apenas salió un agudo chistido y con sus manos agudas mostró un mastín que ferozmente le hacía frente. Leticia, cerró los ojos y dio media vuelta para regresar a la casa. Un dedo afilado y mugriento se lo impidió. Su camisa entre esas manos horrorosas, parecía un mantillón de fiesta. Se detuvo y observó la figura. Apenas gesticulaba. ¿Era eso una sonrisa? Soltó el hombre a Leticia y le dio un ramillete de violetas y juncos en señal de amistad. Ella sonrió levemente. Ya sin tanto temor le preguntó quién era. El infeliz, comprobó, no podía hablar.
                        Él partió sin antes hacerle una inusitada reverencia. El dogo salió tras el hombre sin siquiera gruñir. Se perdió tras una alta pared de piedra cubierta de enredaderas y zarzamora. Un griterío de pájaros y aves silvestres cubrieron el paso sobre los adoquines que tapizaban parte del camino. Al divisar la fachada de la casa suspiró. En la balaustrada vio la figura varonil de Ezequiel que esperaba que los ayudantes terminaran de acomodar los muebles. El camión que los había traído ya estaba casi vacío. La tarde se imponía con sus cálidos colores morados y sus ruidos. Verlo le tradujo el miedo en alegría. Se acercó casi corriendo en el último tramo. Las risas claras de Romina y Tatiana le ampararon la nostalgia de ese cambio de hogar. La pobreza había terminado y por fin la vida recobraba el orden natural. Recuperar la casa era el principio.
                        Todos, esa noche se sentaron a comer sabiendo que nunca volverían a ser los mismos después de tanto sufrimiento. Que ya no regresarían ni el primo Jeremías ni Mario. Ellos serían una presencia en el recuerdo. La charla igual se hizo amena. Había mucho por hacer y decir sobre esa casa y Leticia contó el inesperado encuentro en el bosquecito de castaños.
                        Ezequiel quedó perplejo. No conocía ni tenía noticias que por los alrededores vivieran hombre alguno; lo que lo llevó a tomar medidas de precaución con respecto a puertas y ventanales exteriores. No obstante nunca supieron que en forma permanente fueron observados por aquel desconocido.
                        Transcurrido algunas semanas nadie volvió a hablar de ese episodio. Romina continuó su rutina con el piano. Su Chopin y Schubert mejoraban día a día. Tatiana iba y venía de la ciudad con sus telas adamascadas y terciopelos con los que fabricaba capas y ropa para damas que comenzaban a hacer vida social. Leticia consiguió que un posadero de la ciudad le comprara todos sus pasteles y dulces. Así la casa era una permanente fábrica casera. Había que recuperar lo perdido en la “quiebra” del abuelo. Ezequiel tenía el deber de trabajar los campos y hacer rendir los establos.
                        De vez en cuando aparecían hombres pidiendo trabajo o acilo y ellos le proveían de algún apoyo pensando en sus parientes en “paro”. Una tarde de invierno cuando ya estaban junto a la chimenea, Ezequiel sintió ruidos en la leñera. Tomó su rifle y salió. Allí se enfrentó con un personaje atroz. Éste, al verlo, se quedó sorprendido. Lo encontró con unos leños entre sus brazos. El hombre parecía un mendigo. Tal vez era un forastero hambriento, pensó, y recordó que Leticia le había hablado de un encuentro semejante. Interrogó, pues, al hombre y éste tratando de zafarse, dejó caer la madera e intentó salir. No se lo permitió. Cuando quiso prenderlo del brazo para introducirlo en los cobertizos, el viejo mastín atacó. Salvó la mano gracias a la gruesa capa de fieltro. El menesteroso, tomó al animal con fuerza y evitó un accidente. Agradecido, Ezequiel lo invitó a pasar y el hombre entró por su voluntad a la cocina. La sorpresa de Tatiana y Romina no se hizo esperar. Cada una soltó una palabra de desagrado. El pobre infeliz se acurrucó junto al hogar, se despojó de un viejo abrigo sucio y calentó sus manos contrahechas en el calor. Al entrar allí la cocinera se persignó. Miró al muchacho y les comenzó a relatar su historia. Ese mozo, no tenía aun treinta años, había sido hijo del patrón con una muchacha de servicio. Lo había abandonado de pequeño. El muchacho, siempre se dedicó a cuidar animales y un funesto día cayó un rayo en su cabaña. Se produjo un incendio,  lo atrapó una viga, lo encontraron medio muerto. Se había quemado la cara y roto la mandíbula, perdió parte de la lengua..., en fin un desgraciado accidente. La mujer le proporcionó un cubo con agua caliente, se bañó  y Ezequiel le dio ropa de Jeremías que habían quedado en el desván. Así descubrieron un muchacho joven, fuerte y con un enorme potencial para las innumerables tareas de la casa. A la mañana siguiente el muchacho había desaparecido.
                        ¿Cómo harían para recuperar su confianza? Tal vez con el tiempo aceptara a todos en la casa y regresara.



                        La casa era de una belleza sin igual pero había sitios desocupados, pensaron en tomar algunos pensionistas. Así llegó un viejo soltero, cuya familia había caído en un bombardeo. Sin otro consuelo que sus cajas con libros y algún que otro objeto recuperado entre los escombros. Vivía con traducciones que hacía para un editor de la gran ciudad. Estricto en su higiene personal. Pagaba puntualmente su pensión y comida. De hábitos sanos no tenía ninguna queja. Luego apareció una señorita, profesora de letras, que mantuvo largas pláticas con las muchachas de la casa. Finalmente llegó un personaje diferente. Era “parapsicóloga” vidente y tarotista. De mirada pícara y voz chillona, cambió el aire serio de la casa. Salía todos los días a su “consulta” en la ciudad. Atendía una cantidad increíble de gente en un pequeño local, donde reinaba un caos de dioses hindúes, egipcios y cristianos. Con una túnica de seda colorida y un turbante con grandes aretes dorados, penetraba el mundo de los muertos como en la vida de los que habitaban los pueblos cercanos.  
                        

POESÍA TRISTE

Muele mi carne este dolor que me atropella.
Soy una piedra tirada junto al río.
Resquebrajada en mi estrecha cueva sofocante de ira.
Mi carne dilapidando estrellas, herida,
agita el miedo y el espanto.
Odio la rigidez del ópalo en mi frente.
Un ojo extraviado desde el averno espía mi útero vacío.
Ya no esperaré el crepúsculo...


MIEDO

Me precipito en mi miedo alucinada.
Apestan  mis manos  que en el lecho de ostras primitivas,
petrifican los sueños otrora amigables.
Trasiega en mi morada frutal la peregrina estrella amorosa.
Dolor, apesta tu nombre sostenido entre los dedos firme de la nieve.
Se derrite al calor sofocante de la noche.
Duermo y al despertar está el jardín florecido de jazmines.
Los sueños me apedrean con perfume de incienso y sal marina.
Ahora espero y la melodía temprana de las aves,
distraen la tristeza y trastocan lo triste en maravilla.
Un ángel ha dejado caer una suave pluma sobre mi hombro
a lo lejos veo como corre un ciervo en la maraña.
La esfera dio vuelta en un acribillar de minuteros
dándome un alfiler de acero que deja caer una gota de sangre en mi almohada.