Sacó la camioneta y subió
mientras arrojaba el cigarrillo por la ventanilla. El jardinero recogerá la
basura. Se secó con una toalla de algodón egipcio que compró en Miami. Saludó al
guardia con la mano sin mirarlo. Era el
mismo que Aurora adoraba en la cama. ¿Cómo puede? ¡Es lindo el guacho! Ella no
se anima, por eso ni los mira.
Hace
quince años que vivo con Juan Alberto Estrada Guerrero, ya no lo soporto, pero
me da todos los gustos. Gerente de Watson S.A., empresa minera de extracción de
oro, puede comprar hasta al presidente de las republiquetas donde está
instalada. En ciertas ciudades es virtual, sólo en apariencias para eludir
impuestos y hacer negocios suculentos. Ella suele acompañarlo, sólo para
conocer gente calificada. Algunos son un fiasco, como el senador que no usaba
zapatos y hablaba en un inglés incomprensible. Después reconoció que era el
testaferro de un alto consejero de un país de Europa. Claro, era un nativo que
conocía dónde estaban las vetas más grandes de plata y oro de esa zona
americana.
Dafne
no puede prescindir de los trajecitos de Dior o Cocó Chanel, las alhajas de
Fendi y los zapatos y carteras de Mosquino. Para poder comprometer a Juan
Alberto tuvo que sacrificarse y nació Sandrita. Una pequeña diosa, bonita y
dulce. Él la adora y puede lograr lo que quiera de su padre. Desde chica le ha
preparado el futuro de reina que sueñan juntos: inglés, danza clásica, canto, declamación,
golf y la mejor escuela de la zona del Cantry. Zoraida, la muchacha mestiza está
sólo para atenderla. Sandra es caprichosa, pero Juan Alberto le habla y le
enseña mostrándole otras vidas fuera de ese mundo mágico donde nació. ¡Es tan
inteligente que comprende!
Hace
unos meses que la notan rara. Desde que vino el nuevo profesor de golf, ambas
lo tomaron como maestro. Ha hecho hoyo en tres y es un genio con los hierros.
Pero Sandra está rara. Vomitó anoche apenas se puso un trozo de carne asada en
la boca. Salió corriendo. Se encerró en la alcoba. Juan Alberto la siguió y no
quiso abrirle la puerta. Bajó cabizbajo. Se sirvió un whisky y no me habló. Yo
traté de decirle que seguro tenía un ataque de hígado por algo que había
comido. Me miró con un odio como nunca lo hizo. –Sí, se comió un chorizo.- Yo
me quedé petrificada. ¡Qué grosería!
Cuando
salí al green me siguió Sandra. –Mamá estoy embarazada. – Casi me desmayo.
-¿Cómo?- Estoy de cuatros meses y medio. -¿Quién es el padre?- ¡Eso es lo único
que te importa!- No, pero tiene que hacerse responsable y…- Mamá es del profe de golf y es casado y
tiene siete chicos. -¡Qué vamos a hacer?- No lo quiero tener. -¿Estás loca? –No-lo-quie-ro-te-ner.-
Hablaré con papá. –Ni se te ocurra.- Pedile ayuda a tus amigas, a Aurora por
ejemplo, su hija Laura ya abortó dos. O Carlota, ella uno.- ¿Cómo sabés esas
cosas?- Mami lo sabe todo el cantry, la única que vive en las nubes rosadas sos
vos.
Por
eso voy en la camioneta a buscar una enfermera, cuya dirección, me ha dado
Aurora y es la misma que me dio Carlota. Tiemblo porque nunca pensé que mi
“nena” tendría tanta fortaleza y fuera tan valiente. Juan Alberto no me habla,
dice que es mi culpa. No lo entiendo, ¿si la educamos juntos… acaso nunca le
dijo como eran las cosas?
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