jueves, 26 de octubre de 2017

FARSANTE

        Sacó la camioneta y subió mientras arrojaba el cigarrillo por la ventanilla. El jardinero recogerá la basura. Se secó con una toalla de algodón egipcio que compró en Miami. Saludó al guardia con  la mano sin mirarlo. Era el mismo que Aurora adoraba en la cama. ¿Cómo puede? ¡Es lindo el guacho! Ella no se anima, por eso ni los mira.
            Hace quince años que vivo con Juan Alberto Estrada Guerrero, ya no lo soporto, pero me da todos los gustos. Gerente de Watson S.A., empresa minera de extracción de oro, puede comprar hasta al presidente de las republiquetas donde está instalada. En ciertas ciudades es virtual, sólo en apariencias para eludir impuestos y hacer negocios suculentos. Ella suele acompañarlo, sólo para conocer gente calificada. Algunos son un fiasco, como el senador que no usaba zapatos y hablaba en un inglés incomprensible. Después reconoció que era el testaferro de un alto consejero de un país de Europa. Claro, era un nativo que conocía dónde estaban las vetas más grandes de plata y oro de esa zona americana.
            Dafne no puede prescindir de los trajecitos de Dior o Cocó Chanel, las alhajas de Fendi y los zapatos y carteras de Mosquino. Para poder comprometer a Juan Alberto tuvo que sacrificarse y nació Sandrita. Una pequeña diosa, bonita y dulce. Él la adora y puede lograr lo que quiera de su padre. Desde chica le ha preparado el futuro de reina que sueñan juntos: inglés, danza clásica, canto, declamación, golf y la mejor escuela de la zona del Cantry. Zoraida, la muchacha mestiza está sólo para atenderla. Sandra es caprichosa, pero Juan Alberto le habla y le enseña mostrándole otras vidas fuera de ese mundo mágico donde nació. ¡Es tan inteligente que comprende!
            Hace unos meses que la notan rara. Desde que vino el nuevo profesor de golf, ambas lo tomaron como maestro. Ha hecho hoyo en tres y es un genio con los hierros. Pero Sandra está rara. Vomitó anoche apenas se puso un trozo de carne asada en la boca. Salió corriendo. Se encerró en la alcoba. Juan Alberto la siguió y no quiso abrirle la puerta. Bajó cabizbajo. Se sirvió un whisky y no me habló. Yo traté de decirle que seguro tenía un ataque de hígado por algo que había comido. Me miró con un odio como nunca lo hizo. –Sí, se comió un chorizo.- Yo me quedé petrificada. ¡Qué grosería!
            Cuando salí al green me siguió Sandra. –Mamá estoy embarazada. – Casi me desmayo. -¿Cómo?- Estoy de cuatros meses y medio. -¿Quién es el padre?- ¡Eso es lo único que te importa!- No, pero tiene que hacerse responsable  y…- Mamá es del profe de golf y es casado y tiene siete chicos. -¡Qué vamos a hacer?- No lo quiero tener. -¿Estás loca? –No-lo-quie-ro-te-ner.- Hablaré con papá. –Ni se te ocurra.- Pedile ayuda a tus amigas, a Aurora por ejemplo, su hija Laura ya abortó dos. O Carlota, ella uno.- ¿Cómo sabés esas cosas?- Mami lo sabe todo el cantry, la única que vive en las nubes rosadas sos vos.
            Por eso voy en la camioneta a buscar una enfermera, cuya dirección, me ha dado Aurora y es la misma que me dio Carlota. Tiemblo porque nunca pensé que mi “nena” tendría tanta fortaleza y fuera tan valiente. Juan Alberto no me habla, dice que es mi culpa. No lo entiendo, ¿si la educamos juntos… acaso nunca le dijo como eran las cosas?

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