El portón de
hierro es hermético. Tocamos bocina y se abre rápidamente envolviendo el coche
para ocultarnos raudo. Me bajo. No quiero que vean a mi nieta.
¡Sorpresa! ¡Nunca imaginé lo que pasa!.
La semana pasada mi esposo, que es
del Rotary y presidente del la
Organización para la
Salud de la
Población en Riesgo, me llevó a una cena en honor al
presidente de la compañía General de Salud Laboral de Italia. Allí se movía la
gente más “importante” de la sociedad donde vivimos, el Arzobispo y su
secretario, los cónsules y empresarios que donaron abultadas sumas para la
defensa de la niñez desnutrida y marginal. Yo, hice maravillas para estar a la
altura de las circunstancias.
Soy abuela-madre de mis nietos. Mi
hijo mayor y su esposa, en un accidente ferroviario en Buenos Aires,
fallecieron trágicamente y fuimos los designados para educar los cinco chicos.
El mayor de veinte, rockero metálico y sin ganas de estudiar, el segundo,
Sebastián un chico tímido que quedó muy marcado con la muerte de sus padres, es
medalla de oro en la escuela y en rugby un as, la nena de quince años, está
totalmente rebelde, sigue a muerte a Lady Gaga y sus amigas son todas
chifladas, quedan los mellizos, que tienen doce y son normales, algo
caprichosos pero tratan de seguir las leyes de mi marido que es un coronel sin uniforme
ni título.
Yo, dejé mi trabajo. Era profesora
de yoga y estudiaba historia del arte. Ahora cuido nietos y me dan mucho
trabajo.
¡Cuando me acerco a la oficina de la
clínica siniestra adonde llevo a mi nieta que está embarazada de su amigo-vio
de dieciséis años, me atiende una dama… ¡La madre del mismísimo ministro de
salud! El que en la cena más habló de cuidar a los jóvenes y la moral. ¡Pagué
una jugosa cuenta y después de cinco horas salí envenenada. ¡Por la madre que
la parió… y por mi nieta estúpida que no sabe cómo tiene que evitar quedarse
embarazada en el siglo XXI!
¡Madre
hay una sola y el ministro tiene una abortera que no cumple con la Ley !
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