Me precipito en mi miedo alucinada.
Apestan
mis manos que en el lecho de
ostras primitivas,
petrifican los sueños otrora amigables.
Trasiega en mi morada frutal la peregrina
estrella amorosa.
Dolor, apesta tu nombre sostenido entre los
dedos firme de la nieve.
Se derrite al calor sofocante de la noche.
Duermo y al despertar está el jardín florecido
de jazmines.
Los sueños me apedrean con perfume de
incienso y sal marina.
Ahora espero y la melodía temprana de las
aves,
distraen la tristeza y trastocan lo triste en
maravilla.
Un ángel ha dejado caer una suave pluma sobre
mi hombro
a lo lejos veo como corre un ciervo en la
maraña.
La esfera dio vuelta en un acribillar de
minuteros
dándome un alfiler de acero que deja caer una
gota de sangre en mi almohada.
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