jueves, 26 de octubre de 2017

NOVELA INÉDITA

Si avanzo sígueme, si me detengo empújame, si retrocedo mátame. Che Guevara”

La herida de la pierna ha comenzado a supurar. Tiene fiebre en toda la zona infectada. Le duele y siente que le produce un dolor que llega y se extiende hasta la ingle. Allí toca los ganglios duros e inflamados. Tiene miedo.
 La lectura le causa mareos y dolor de cabeza, la luz es demasiado débil  o tal vez, es la porción de comida que le dan Ya han pasado casi diez o doce días desde que la han retenido. La falta de higiene la tiene muy molesta. Le hace falta un buen baño. Lavarse el cabello. ¡La ropa está tan sucia! Y, con un aspecto desprolijo…que la avergüenza. Se ríe. ¡Está viva! Aún tiene una esperanza.
Sigue tratando de leer esas frases hechas y se interna en la dantesca pesadilla de la lucha de clases. El Mayo Francés, la Revolución del 17, Mao la acosan desde el papel de mala calidad. Lo había leído en la facultad y discutido con su padre y el tío Costanzo y Serapio, que eran de ese tipo de izquierdista de traje italiano y zapatos de cocodrilo. Un fiasco.

Reina se bajó del ómnibus y se metió rápido en la tranquila academia de baile flamenco. La casa era antigua y la alquilaron sin que los dueños hicieran muchas preguntas. La gente de avanzada edad, era especial para no pedir ningún tipo de dato. Cuando les dijeron que iban a hacerles algunas mejoras, los viejos, quedaron encantados.
Entraron en la casa y le hicieron de acuerdo al plan que les dio el “jefe” un sinfín de reformas. Detrás de un gran mueble de madera hicieron una oficinita con una pequeña imprenta. Allí, estaba la entrada al sótano. Las casas antiguas generalmente tienen ambientes grandes y sótano. Patios donde se podía esconder cajones con herramientas y libros. Garajes grandes y herméticos. Allí hicieron un gran pozo donde escondieron armas y listas secretas.
Desde afuera parecía una normal academia de baile. Allí entraban chicos y jóvenes, con la idea de aprender flamenco. Nadie ponía atención a la gente que ingresaba y salía. Era la máscara perfecta. Música fuerte, zapateo, castañuelas y panderos. ¡La máquina de imprimir panfletos y libros, era un ruido más entre todos los ruidos!
El barrio tranquilo, arbolado y de antigua gente habitándolo, no les perjudicaba, al contrario, se hicieron conocer por el almacenero, el hombre del taller de enfrente, pero siempre guardando el gran secreto. Mara se precipitó en la academia. Tenía mucho apuro. Trató de no llamar la atención de la chica que ejercitaba un zapateo…Cuando pudo traspasó el mueble-placard que dividía la zona de academia con la zona de imprenta.
Al verla, todos dejaron en suspenso su trabajo. Allí estaban los más importantes. Entre ellos se encontraba el muchacho que estaba en la foto de la oficina del coronel. Ellos le sabían el nombre de guerra “Jorge”. Nadie sabía quién era realmente. Esa era la gran consigna. Tenía un fuerte acento peruano.
- ¡Muchacho, tenemos problemas! Están conociendo nuestros búnker. Alguno de nosotros está totalmente identificado. Estamos en peligro.
El jefe, se acercó, con su suave y culto estilo les pidió calma. ¡Debemos tomar una nueva determinación!
- Yo les digo que si no nos apuramos nos caerán como caranchos, ya tienen idea de la “finca” y de la academia. ¡Tienen estos datos! Le alcanzó el papel, que había robado en el mural. El “jefe” se quedó serio.
- Debemos ir a la finca y sacar a Johnson Weeills gerente de la refinería inglesa  y Tony Cattaneo el representante y gerente comercial, de la empresa siderúrgica italiana. Ambos enemigos de la revolución, cuyas empresas deben pagar 3.000.000 de dólares para devolverlos..
Cuando el taconeo de la academia cesó y ya no había gente adelante, llegó el momento.
De a uno fueron saliendo, uniformados como para ir a la cacería. Botas, pantalones fuertes, camisas gruesas mimetizadas. En el viejo garaje, se metieron en la camioneta, con armas, por si tenían algún encuentro imprevisto. Salieron de allí cuando ya había oscurecido.  Antes, le obligaron a cambiarse de ropa. Le dieron un pantalón de gruesa tela verde oliva, zapatones militares, camiseta verde, y una chaqueta de combate marrón le cubriera la cabeza y ataron las manos con un alambre y los tobillos con una cadena.
En silencio hicieron los kilómetros que los separan de la finca. Cada uno en los profundos pensamientos que atiborran sus mentes afiebradas. La camioneta pasó con la rapidez acostumbrada frente a la policía caminera. La indolencia de esa gente pueblerina y de escasa preparación era total. Sólo hacían algún comentario frente a la imprudente velocidad de algunos vehículos, pero no los detenían.
Llegaron a la finca. Entraron al galpón y bajaron a la “oficina”. Allí como tocados por una mano invisible comenzaron a exponer sus ideas. Agriamente fue subiendo el tono de voz de la “Mara”. La foto del “Camarada Jorge” era el dato que serviría para llegar y destruir la “organización”. Ellos tenían los datos filiatorios del compañero. Pronto lo localizarían. Jorge estaba asustado. Comprendió, qué estaba atrapado.
El “jefe” dudaba en cuanto a la forma de llevarlo fuera sin arriesgar la “acción”. La “Dolo” comenzó a levantar la voz.
- Escuchen a Mara, no sea que nos atrapen y se va todo a la mierda. En esta Revolución se triunfa o se muere, si es verdadera y ¿qué carajo creen que hacemos acá?
- Saben perfectamente, que si llegan a él, nos descubren… Se derrumbaran años de trabajo y lucha por el proletario obrero…
- ¿Qué, “Dolo” lo querés  “enfriar” o “congelar”? Pregunta el “Músico”.
- Yo creo que hay que sacarlo de la zona, mandarlo al sur o Salta al “campamento” de la gente nueva. – dice el jefe.
- No, lo siento por él, pero hay que  “congelarlo”.
- ¡Negra de mierda, decís eso,  porque no estás en mi lugar.
- ¡Sabía, que podía suceder, por la causa de la Revolución Proletaria, se da la vida!
- Calma, calma Dolo y Mara, ¿quién daría el tiro final y qué se haría con él, después?
- Yo, no tengo miedo, de cumplir con mi deber después se lo dejaría en algún lugar público envuelto en la bandera de nuestro “célula”, así sabrán que no tienen con quien empezar. O se lo achacamos a ellos a los que nos persiguen.
- ¡Pero no es tan fácil. Además ellos tienen pocos datos, les costará llegar hasta acá!
- ¡Están locos! en menos de dos o tres días llegarán y será demasiado tarde!
La “Mara” gritaba con la garganta con pedregullo. Era la primera vez que el “jefe” la veía histérica. Lo que vio no le gustó. ¡Ella no estaba tan adoctrinada como parecía!
- Bueno… “Jorge”… ¿vos qué decís?
- Yo… no sé… la causa de todo este lío, soy yo, pero pudo ser otro de nosotros. La revolución es más importante que mi vida. ¡Cumplan con su deber!
Se hizo un silencio profundo. El “Comandante Toyo” que había permanecido en silencio observándolos, sacó la pistola automática, tiró para atrás el seguro colocando la bala en la mecánica y se la entregó a “Mara”. Instintivamente, “Jorge” se hincó en el piso. El “Músico” se acercó y lo abrazó. Le cubrió los ojos con un pañuelo.
Todos de pié, hicieron el saludo militar y la Mara, tomando posición le apuntó a la nuca. El pulso era levemente inseguro. Cerró los  ojos y disparó.
“Jorge” cayó a un costado en un charco de sangre. El “jefe”  y Toyo sacaron la bandera blanca y roja con las letras que identificaban a la “organización” y envolvieron el cuerpo del muchacho. Rápidamente las armas que tenían ocultas y los papeles importantes fueron apareciendo de sus escondites. El “jefe” salió y buscó la camioneta, en la que habían viajado. Allí colocó armas y papeles.
El músico trajo la furgoneta que estaba oculta en la finca y allí acomodó con la ayuda del “Gordo” y la “Mara” el cuerpo tibio de “Jorge”.
Luego se pusieron a discutir sobre las rutas que usarían. El “jefe” llegó y dio la orden sobre de cuándo y cómo traer a la Delfina del pozo.


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