Sentado junto a la alameda, con los pies desnudos en el agua
trasparente de una acequia profunda que rodea el camino, distribuyendo el caudal
del arroyo a los condominios y vegas. Mira absorto un abejorro dorado que trata
de escapar desesperado de la trampa húmeda en la que cayó. Un pequeño remanso
aglutina abejas e insectos con alas transparentes e iridiszadas con una varilla
que desgaja de un sauce empuja el insecto que despega asustado volando resuelto
hacia la libertad. Se pierde en el aire
caliente del mediodía. El sol es una mandarina gigante que quema el clima y al
muchacho.
La cara, el cuerpo y la piel se están desempolvando con la
transpiración que aparece de cada poro invisible del cuerpo moreno. Sumerge un pañuelo y se lo pasa por el rostro y el
cuello. Le chorrea el líquido por los brazos que dibuja rayas desdentadas y se
deliran hasta la tierra mojada
Si no se levanta y sigue, no llegará a cumplir con la tarea
encomendada. Ya comenzará el peso de esa caja a empujar su paso. Continuará
como el abejorro escapando senda arriba hacia el paredón de piedra. Allí está
él, con la esperanza intacta en sus amigos de la ciudad que lo respetan tanto
como todos nosotros. Lo envió temprano al puente donde sale el camino de Palmas
Blancas. Allí después un tiempo, se sintió el rezongo del motor del camión de
Albino, con otra carga. Esperó que no fuera grande la caja que traía, pero su
cuerpo que crecía y crecía y la barriga silbando por la poca olla que visita,
es cada vez más pesada.
Se la echa al hombro
y trepa, pensando en el vuelo del abejorro, errático y libre. Quiere ser libre
y nunca salió de Tuporen. ¿Cómo será allá tras las alamedas? ¿Cómo será estar
cerca de esa gente ruidosa?
Siente el corazón golpeándole en la cabeza. Ya llega a la
pared de piedras que abraza la casa, el enorme patio del maestro. El mástil
afilado que sostiene un trapo que supo ser la bandera y ahora es un pedazo
hilachento de colores desvaídos. Él, espera la caja. Su sonrisa amplia lo
recibe mansa y con mucha esperanza. Trae para los muchachos un sin fin de
libros. ¡Un tesoro!
Al “Pelado” lo quiere como a un hijo. Recoge el bulto y le
da una torta con queso. El chico se aleja comiendo su premio. Pasarán varios
meses, hasta que vuelva el camión de Albino. ¡Roco! No faltés mañana que tengo
mucho para enseñarte, oye a sus espaldas. ¡Si maestro, hasta mañana!
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