jueves, 26 de diciembre de 2019

UN CUENTO DE AMOR...¿VENGANZA?


LA CASA DE “ PEDEMONTE”.

                        Nos sorprendió el telegrama que llegó con tres días de atraso. Es normal, pensamos, así anda el correo. Atenea, se acercó llorando (ella hay que reconocer amaba mucho a los tíos de Pedemonte) y nos mostró la foto que siempre tenía en la cómoda. Así es ella. Como la única soltera sin hijos, se aquerencia con familiares viejos y llenos de achaques, a los que visita y habla por teléfono cada semana. Nosotros le ofrecimos llevarla en la camioneta y nos pidió dos días.
-   ¡ Total, no llegaría para el ceremonial! – dijo mientras comenzaba el trajinar del viaje. Su estricto vestido negro, medias y moño negro, le daban la apariencia de un precioso murciélago pequeño. Era un puñado de huesitos y carne magra.
                        Partimos el jueves 23 de agosto, con un temporal de aire gélido, que más parecía Julio. La camioneta rebozaba bultos, ya que Atenea, juntaba todo el año cosas para la gente de “Pedemonte”. Eran verdaderamente cadenciados. Ropa, zapatillas, frazadas, ollas y cualquier cacharro, iba a parar al dormitorio que servía de almacén.
                        La estancia “Pedemonte” quedaba junto al río El Refugio, bajo el Cerro “El Volcán”. Cuatrocientas hectáreas de una tierra árida pero en la que se podía criar animales. A veces vacas otras,  oveja y chivos. Los tíos, nunca se atrevieron a echar a los aposentados por respeto a las tradiciones. La gente ruda, agradecida cuidaba todo como si fuera de ellos. El tío, les pagaba con ganado y lana. También podían tener guanaco y llamas. La lana es muy buscada y ganaban buen dinero con todo eso. Llegamos tras cinco días, atravesando medio país. Cansados y mustios. Atenea, estaba triste y alegre. Vería a sus queridos montañeses. Los chicos, que nacían año a año, la tenían por madrina. Ella era su referente y guía.
                        La casa desierta parecía un museo en refacción. Daba escalofrío atravesar esas enormes habitaciones y pasillos con el eco de las pisadas en el pavimento helado. Don Aquino, encendió leña en todas las chimeneas y caldeó el estar y los dormitorios. Trajo una paleta de guanaco y en un caldero de hierro, hizo un cosido con verduras de la casa. Una vez que comimos y nos quedamos a charlar, llegó Lorenza. Era quien cuidaba a los tíos. Relató sus últimos momentos con la serena sensación del deber cumplido.
                        Nos dormimos tranquilos y satisfechos, sabiendo que nos esperaba un largo trajín: ordenar la casa. Atenea, como siempre, se despertó al alba y preparó un desayuno digno de sus manos mágicas. Luego nos organizamos. Leonardo revisaría todos los libros de ingreso y egreso del escritorio del Tío. Yo, me dedicaría al dormitorio principal y Atenea al salón de estar y costura. Así comenzó la gran aventura. Abrir el enorme ropero fue un acto sublime. El gran espejo de luna, reflejaba el brillo que hubo en un tiempo lejano en esa casa. Encontré vestidos de seda con encajes a bolillo, de terciopelo con pasamanería francesa y camisones, negligé y ropa íntima de una exquisitez incomparable. De un pequeño cajón cayeron unas viejas cartas. El papel amarillento, aun conservaba el perfume a violetas que usaba la tía. Las dejé. Me llamaban. Me negué. Me gritaban… léeme. Caí rendida a los pies de la cama. Con las cartas comenzó un viaje por un mundo increíble. Temblando abrí la que me pareció más vieja:
                                                                                  París, 3 de febrero de 1926.
            Mi amada Mafalda:
                                               La nieve cae sobre los Campos Eliseos. Tengo frío y hambre, pero no por este clima extremo sino por tu ausencia. ¿Cuántos días hace que no te puedo abrazar? ¿Cuántos que tu boca no deja su sabor a durazno maduro en la mía?   He alquilado un altillo en Saint Ferrier y Gotard, es una callecita encantadora, llena de gente amable que vende verduras y pastelería. La “patrona” controla a todos los habitantes de esa inmensa casa. Los hay de Grecia, de Äfrica del norte, donde la France tiene sus colonias, de Japón y China… es como estar en el mundo entero. Algunos apenas hablan el idioma. Otros, como yo, que lo aprendí de pequeño, ayudamos a entenderse a los otros. Ya acudí a la Academia. ¿Creerás que hay muchos “ indianos” como nos dicen acá, aprendiendo de los grandes pintores? ¿Sabes que te amo? Extraño las noches bajo la luna en el río.¡Tu pequeños pechos rosados en mis manos…tu vientre sobre mi cuerpo rústico…! Mafalda, deja tu familia y ven a mí.
                                               Te espera tu amado Paolo.
P .D :/  escríbeme pronto porque voy a enloquecer. Recuerda que eres mi más cálido recuerdo en el frío del hemisferio norte.
¡Viva la France! Paolo

            La sorpresa me dejó perpleja. La tía Mafalda era una mujer seca, arisca, sin amigos. Nunca tenía una sonrisa. Manejaba la casa como un cosaco. El simpático y alegre era el tío Costanzo. No entendía cómo esa mujer malhumorada había despertado un amor tan cálido. ¿Quién sería el tal Paolo? Nunca oí de él y menos supe que la tía tuviera correspondencia con un artista. De inmediato, tomé un sobre con letra apretada pero delicada. Imaginé que era del joven estudiante. El perfume a tabaco y cuero, me recordó el olor que despedía el abuelo de mamá. Temblando leí:

                                                                       Buenos Aires, 17 de abril de 1926.
Mi adorado Paolo:
                                   ¡Por fin carta tuya! Ya desmayaba por saber si aun recordabas mi nombre. Acá comienzan a caer las hojas de los árboles de Palermo. Yo le pido al chofer me lleve al museo de arte, para así estar de alguna manera junto a ti. ¿Sabes cuánto te extraña mi corazón? ¿Y mi cuerpo? Si supiera mamita que eres mi refugio elemental y tierno, no haría el baile para festejar mi ingreso en sociedad. Me han llevado a un salón donde traen los vestidos de París y yo acaricio las sedas, pensando que son tus manos la que me acarician. El “Círculo social” será el centro de la gran fiesta. Ese día serán presentadas otras muchachas. Entre ellas está Dionosia H., Rebeca Y. Juanita R. y por supuesto yo. Me voy a sentir como ene. Escaparate de un gran “tiovivo”. Horrible y trágico.  Los jóvenes caballeros que asistirán, todos de encumbrados apellidos y jugosas herencias, apostarán a qué estúpida muchacha elegirán para bailar y sopesar si vale la pena casarse con ella o no. Yo, tendré el carnet lleno. Pero mi corazón y mi cuerpo… siempre será totalmente tuyo. Te amo. Mafalda.
P.D. : recuerda enviarme las cartas a casa de Georgina, ¡Nunca a mi casa!. Si mamá se entera que llegan cartas tuyas, me encerrarán en el convento de las Carmelitas Descalzas de Córdoba. Papá te mataría y después a mí. Te amo, Mafalda.

             El llamado a almorzar de Atenea, me sacó del embrujo de lo que estaba leyendo. Me propuse no decir nada y sólo contar las bellas prendas que venderíamos en San Telmo, al regreso. Se paga muy bien ese tipo de prendas y como están impecables serán furor. La charla se diluyó en los negocios del Tío y así pude esconder mi descubrimiento. El tío Costanzo era muy ordenado y tenía todo anotado. Su letra menuda y firme, que aun escribía con una pluma cucharita, había guiado a Leonardo por los vericuetos de la fortuna amasada por los tíos y que sería la herencia nuestra. Leo, estaba eufórico. Aunque aun no encontraba el testamento, estaba seguro que cada uno de nosotros no deberíamos trabajar más hasta la vejez. Tras descansar un rato bajo la galería cubierta disfrutando un café y la maravillosa vista panorámica de las serranías, nos alejamos, cada uno hacia su tarea. Yo deliraba por volver al atado de cartas. Desgajé la cinta verde malva y me volví a sentar en la alfombra. Allí tomé la carta…
                                                           París, 19 de noviembre de 1928.
Querida Mafalda:
                        Tus reiteradas cartas, que llegan con un atraso mayúsculo, me han incitado a contestarte pronto, ya que cada día tengo menos tiempo para perder. La academia, es un hervidero de gente que pulula tratando de obtener de los maestro más y más atención. Ya he pintados varios cuadros y un “marchand” de Rive Goche, me ofreció comprar a nombre de un coleccionista anónimo. El maestro Roubart, me felicitó e instó a que siga dentro de esta escuela llamada expresionista. Hay un loco, pintor de España. Que se llama Picasso, que hace cosas parecidas a las mías y hace furor. Yo también te extraño. Acá me he encontrado con varios argentinos. Algunos viene a gastar fortunas de sus padres y abuelos y otros a tratar de estudiar. Hemos reunido un pequeño grupo y nos juntamos a beber, fumar y probar algunas sustancias que traen de oriente. Es maravilloso lo que puedo pintar bajo el efecto de eso. Me ha permitido sacar mi yo interior. Hay una joven argentina, que te conoce y no hace sino alabarte cada vez que nos juntamos. Es muy simpática y te manad besos. Se llama Juanita. Es amiga tuya, dice, que las presentaron en sociedad en la misma fiesta.
                        Bueno preciosa, sigue esperándome. Te amo. Paolo.
P.D.: recuerda que me debes una fotografía tuya, para que pinte. Recuerdo todos los amigos que dejé allí. Te quiero Paolo.

Atenea, se acercó silenciosa por el pasillo y asomándose indagó el porqué de mi silencio. Yo no pude evitar mostrarle las cartas. Ella sonriendo me dijo: -“ yo conozco toda la verdad”- y con una risita nerviosa regresó corriendo a la sala donde estaba trabajando. Yo la quise seguir, pero de una de las cartas, cayó una fotografía amarillenta con el rostro afilado y simpático de un hombre joven. De cabellos largos, cejas delicadas y labios gruesos, miraba hacia el horizonte en una postura un tanto estereotipada. Detrás había un paisaje artificial con cortinas de paño. Su traje, era muy desestructurado para la época. : 1930. La tía Mafalda era tan susceptible y trágica, nunca se sacó el luto por la muerte de su madre. Esto suponía yo. Pero…

                                               Buenos Aires,  24 de diciembre de 1930.
Mi amado Paolo.
                        Han pasado casi 18 meses, que no tengo noticias tuyas. Ayer en el Hipódromo en Palermo, nos encontramos con Juanjo Andaerrechea, que hacía correr una yegua que importó de Arabia, y me dijo que te vio en París. Habló mucho de ti. Que estabas muy delgado, que pintabas cosas muy extrañas y que te las sacaban de las manos los coleccionistas. No me quiso decir con quién vivías, pero estoy sospechando que una mujer cubre mi lugar. No puede ser que ya me han devuelto más de veinte cartas desde tu vieja dirección. Él, Juanjo, me trajo la nueva y esta carta va a tener el privilegio de llegar a tus manos. Dime con sinceridad qué debo esperar. Yo te sigo amando.
                                               Tu olvidada Mafalda.
P.D. : Me contó Juanjo, que el cuadro que pintaste con mi fotografía está en una galería muy importante de París y que te han ofrecido fortunas para comprarlo y que te niegas. ¿ Dime por qué? Si aun me amas vale, sino véndelo y disfruta de la vida. Mafalda.   

Con una curiosidad increíble, me volqué a buscar las otras cartas. Luego de revisar cartas y tarjetas de amigos y viajeros conocidos de Mafalda, encontré la tan ansiada carta de respuesta de Paolo. Y lágrimas inesperadas se fueron deslizando por mi mejilla.
                                              
                                               París, 5 de febrero de 1931.
Mi querida Mafalda.
                                   Quiero ser sincero. Mi amor por ti se ha transformado y si bien sigues estando en mi corazón, son tantas las leguas que nos separan y la vida aquí es tan diferente que te ruego me comprendas. He triunfado en Europa y París me tiene como a un niño mimado. No regresaré a ese país de ignorantes, que se reiría de mi trabajo, como se rió de las obras de Picasso, cuando éste trató de hacer una muestra en Buenos Aires. La sociedad porteña es muy mediocre y sólo venera a los cautos que pintan de acuerdo a lo que los abultados vientres de ganaderos y terratenientes pueden poner en sus salas.
                                   Tienes derecho a hacer tu vida. Recuerda cuánto te estima mi primo Costanzo quien me pregunta siempre cuando  pasa por París , por ti. Él, está cerca de ti y no lo ves. Sería un excelente marido y padre de los hijos que nunca tendremos. De alguna manera correrá mi sangre en la de tus hijos. Sólo te ruego que bautices a uno con mi nombre. Será el heredero de mi amor que se fue diluyendo a la distancia. París, me atrapó en todo. En mis largas caminatas por Montparnasse y la campiña, rememoro los paseos de tu brazo y pienso que he perdido mucho. También he ganado mucho en mi inspiración y mis obras. Tu retrato está en la galería de expresionistas de París, finalmente lo vendí con mucho dolor, pero puedo volverte a pintar mil veces, como hace un amigo mío. Su nombre es Salvador Dalí y vive en España. Pinta a su amada Gala una y otra vez y siempre es más hermosa, como imagino estarás tú.
                                   Es difícil decir adiós a un amor como el nuestro, pero nadase rompe, sólo quedará en suspenso hasta que algún día nos volvamos a ver. Recuerda mi primo Costanzo te ama secretamente y yo estaré jubiloso si tú accedes a casarte con él.
                                   Nunca me olvides y yo nunca dejaré de pronunciar tu nombre sin saborear tus besos de otrora.
                                   Afectuosamente Paolo.
P. D. : te envío una foto para que veas qué viejo y feo soy. Hasta la próxima primavera que vendrá Costanzo a visitarme a París. Seguro de Luna de Miel, contigo. Paolo.

                        Las letras estaban borroneadas por las lágrimas y mirando la fecha, descubrí que la Tía Mafalda desde el año treinta usó luto. Por su ropa y la moda, hasta en la foto de su boda el vestido era negro, cosa que escandalizó a medio país. La sociedad no podía entender a esa chica que entraba a la iglesia catedral con un traje de novia totalmente negro. Yo comprendí el porqué.
                        Cuando nos juntamos a cenar, Atenea, nos relató el resto de la historia. La tía se casó con el primo de Paolo, pero éste al comprender que ella había “amado” a otro hombre antes, nunca la tocó, no durmieron nunca juntos, por eso no tuvieron hijos. Y así él, logró vengarse de la “vergüenza” que significaba haber caído en la trampa social de su familia que trató de tapar el deshonor de Mafalda. Yo, dijo, soy la hija ilegítima que tuvo mamá y que escondieron. Jamás Paolo supo que era mi padre. Ahora, comamos y bebamos por el amor más triste y frustrado de la familia.  


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