Nos
sorprendió el telegrama que llegó con tres días de atraso. Es normal, pensamos,
así anda el correo. Atenea, se acercó llorando (ella hay que reconocer amaba
mucho a los tíos de Pedemonte) y nos mostró la foto que siempre tenía en la
cómoda. Así es ella. Como la única soltera sin hijos, se aquerencia con
familiares viejos y llenos de achaques, a los que visita y habla por teléfono
cada semana. Nosotros le ofrecimos llevarla en la camioneta y nos pidió dos
días.
-
¡ Total, no llegaría para el
ceremonial! – dijo mientras comenzaba el trajinar del viaje. Su estricto
vestido negro, medias y moño negro, le daban la apariencia de un precioso
murciélago pequeño. Era un puñado de huesitos y carne magra.
Partimos el jueves 23
de agosto, con un temporal de aire gélido, que más parecía Julio. La camioneta
rebozaba bultos, ya que Atenea, juntaba todo el año cosas para la gente de
“Pedemonte”. Eran verdaderamente cadenciados. Ropa, zapatillas, frazadas, ollas
y cualquier cacharro, iba a parar al dormitorio que servía de almacén.
La
estancia “Pedemonte” quedaba junto al río El Refugio, bajo el Cerro “El
Volcán”. Cuatrocientas hectáreas de una tierra árida pero en la que se podía
criar animales. A veces vacas otras, oveja
y chivos. Los tíos, nunca se atrevieron a echar a los aposentados por respeto a
las tradiciones. La gente ruda, agradecida cuidaba todo como si fuera de ellos.
El tío, les pagaba con ganado y lana. También podían tener guanaco y llamas. La
lana es muy buscada y ganaban buen dinero con todo eso. Llegamos tras cinco
días, atravesando medio país. Cansados y mustios. Atenea, estaba triste y
alegre. Vería a sus queridos montañeses. Los chicos, que nacían año a año, la
tenían por madrina. Ella era su referente y guía.
La
casa desierta parecía un museo en refacción. Daba escalofrío atravesar esas
enormes habitaciones y pasillos con el eco de las pisadas en el pavimento
helado. Don Aquino, encendió leña en todas las chimeneas y caldeó el estar y
los dormitorios. Trajo una paleta de guanaco y en un caldero de hierro, hizo un
cosido con verduras de la casa. Una vez que comimos y nos quedamos a charlar,
llegó Lorenza. Era quien cuidaba a los tíos. Relató sus últimos momentos con la
serena sensación del deber cumplido.
Nos
dormimos tranquilos y satisfechos, sabiendo que nos esperaba un largo trajín:
ordenar la casa. Atenea, como siempre, se despertó al alba y preparó un
desayuno digno de sus manos mágicas. Luego nos organizamos. Leonardo revisaría
todos los libros de ingreso y egreso del escritorio del Tío. Yo, me dedicaría
al dormitorio principal y Atenea al salón de estar y costura. Así comenzó la
gran aventura. Abrir el enorme ropero fue un acto sublime. El gran espejo de
luna, reflejaba el brillo que hubo en un tiempo lejano en esa casa. Encontré
vestidos de seda con encajes a bolillo, de terciopelo con pasamanería francesa
y camisones, negligé y ropa íntima de una exquisitez incomparable. De un
pequeño cajón cayeron unas viejas cartas. El papel amarillento, aun conservaba
el perfume a violetas que usaba la tía. Las dejé. Me llamaban. Me negué. Me
gritaban… léeme. Caí rendida a los pies de la cama. Con las cartas comenzó un
viaje por un mundo increíble. Temblando abrí la que me pareció más vieja:
París,
3 de febrero de 1926.
Mi
amada Mafalda:
La
nieve cae sobre los Campos Eliseos. Tengo frío y hambre, pero no por este clima
extremo sino por tu ausencia. ¿Cuántos días hace que no te puedo abrazar?
¿Cuántos que tu boca no deja su sabor a durazno maduro en la mía? He alquilado un altillo en Saint Ferrier y
Gotard, es una callecita encantadora, llena de gente amable que vende verduras
y pastelería. La “patrona” controla a todos los habitantes de esa inmensa casa.
Los hay de Grecia, de Äfrica del norte, donde la France tiene sus colonias, de
Japón y China… es como estar en el mundo entero. Algunos apenas hablan el
idioma. Otros, como yo, que lo aprendí de pequeño, ayudamos a entenderse a los
otros. Ya acudí a la
Academia. ¿Creerás que hay muchos “ indianos” como nos dicen
acá, aprendiendo de los grandes pintores? ¿Sabes que te amo? Extraño las noches
bajo la luna en el río.¡Tu pequeños pechos rosados en mis manos…tu vientre
sobre mi cuerpo rústico…! Mafalda, deja tu familia y ven a mí.
Te
espera tu amado Paolo.
P .D :/
escríbeme pronto porque voy a enloquecer. Recuerda que eres mi más
cálido recuerdo en el frío del hemisferio norte.
¡Viva la France ! Paolo
La sorpresa me dejó perpleja. La tía
Mafalda era una mujer seca, arisca, sin amigos. Nunca tenía una sonrisa.
Manejaba la casa como un cosaco. El simpático y alegre era el tío Costanzo. No
entendía cómo esa mujer malhumorada había despertado un amor tan cálido. ¿Quién
sería el tal Paolo? Nunca oí de él y menos supe que la tía tuviera correspondencia
con un artista. De inmediato, tomé un sobre con letra apretada pero delicada.
Imaginé que era del joven estudiante. El perfume a tabaco y cuero, me recordó
el olor que despedía el abuelo de mamá. Temblando leí:
Buenos
Aires, 17 de abril de 1926.
Mi adorado
Paolo:
¡Por fin
carta tuya! Ya desmayaba por saber si aun recordabas mi nombre. Acá comienzan a
caer las hojas de los árboles de Palermo. Yo le pido al chofer me lleve al
museo de arte, para así estar de alguna manera junto a ti. ¿Sabes cuánto te
extraña mi corazón? ¿Y mi cuerpo? Si supiera mamita que eres mi refugio
elemental y tierno, no haría el baile para festejar mi ingreso en sociedad. Me
han llevado a un salón donde traen los vestidos de París y yo acaricio las
sedas, pensando que son tus manos la que me acarician. El “Círculo social” será
el centro de la gran fiesta. Ese día serán presentadas otras muchachas. Entre
ellas está Dionosia H., Rebeca Y. Juanita R. y por supuesto yo. Me voy a sentir
como ene. Escaparate de un gran “tiovivo”. Horrible y trágico. Los jóvenes caballeros que asistirán, todos
de encumbrados apellidos y jugosas herencias, apostarán a qué estúpida muchacha
elegirán para bailar y sopesar si vale la pena casarse con ella o no. Yo,
tendré el carnet lleno. Pero mi corazón y mi cuerpo… siempre será totalmente
tuyo. Te amo. Mafalda.
P.D. :
recuerda enviarme las cartas a casa de Georgina, ¡Nunca a mi casa!. Si mamá se
entera que llegan cartas tuyas, me encerrarán en el convento de las Carmelitas
Descalzas de Córdoba. Papá te mataría y después a mí. Te amo, Mafalda.
El llamado a almorzar de Atenea,
me sacó del embrujo de lo que estaba leyendo. Me propuse no decir nada y sólo
contar las bellas prendas que venderíamos en San Telmo, al regreso. Se paga muy
bien ese tipo de prendas y como están impecables serán furor. La charla se
diluyó en los negocios del Tío y así pude esconder mi descubrimiento. El tío
Costanzo era muy ordenado y tenía todo anotado. Su letra menuda y firme, que
aun escribía con una pluma cucharita, había guiado a Leonardo por los
vericuetos de la fortuna amasada por los tíos y que sería la herencia nuestra.
Leo, estaba eufórico. Aunque aun no encontraba el testamento, estaba seguro que
cada uno de nosotros no deberíamos trabajar más hasta la vejez. Tras descansar
un rato bajo la galería cubierta disfrutando un café y la maravillosa vista
panorámica de las serranías, nos alejamos, cada uno hacia su tarea. Yo deliraba
por volver al atado de cartas. Desgajé la cinta verde malva y me volví a sentar
en la alfombra. Allí tomé la carta…
París,
19 de noviembre de 1928.
Querida
Mafalda:
Tus reiteradas cartas,
que llegan con un atraso mayúsculo, me han incitado a contestarte pronto, ya
que cada día tengo menos tiempo para perder. La academia, es un hervidero de
gente que pulula tratando de obtener de los maestro más y más atención. Ya he
pintados varios cuadros y un “marchand” de Rive Goche, me ofreció comprar a
nombre de un coleccionista anónimo. El maestro Roubart, me felicitó e instó a
que siga dentro de esta escuela llamada expresionista. Hay un loco, pintor de
España. Que se llama Picasso, que hace cosas parecidas a las mías y hace furor.
Yo también te extraño. Acá me he encontrado con varios argentinos. Algunos
viene a gastar fortunas de sus padres y abuelos y otros a tratar de estudiar.
Hemos reunido un pequeño grupo y nos juntamos a beber, fumar y probar algunas
sustancias que traen de oriente. Es maravilloso lo que puedo pintar bajo el
efecto de eso. Me ha permitido sacar mi yo interior. Hay una joven argentina,
que te conoce y no hace sino alabarte cada vez que nos juntamos. Es muy
simpática y te manad besos. Se llama Juanita. Es amiga tuya, dice, que las
presentaron en sociedad en la misma fiesta.
Bueno preciosa, sigue
esperándome. Te amo. Paolo.
P.D.: recuerda
que me debes una fotografía tuya, para que pinte. Recuerdo todos los amigos que
dejé allí. Te quiero Paolo.
Atenea, se
acercó silenciosa por el pasillo y asomándose indagó el porqué de mi silencio.
Yo no pude evitar mostrarle las cartas. Ella sonriendo me dijo: -“ yo conozco
toda la verdad”- y con una risita nerviosa regresó corriendo a la sala donde
estaba trabajando. Yo la quise seguir, pero de una de las cartas, cayó una
fotografía amarillenta con el rostro afilado y simpático de un hombre joven. De
cabellos largos, cejas delicadas y labios gruesos, miraba hacia el horizonte en
una postura un tanto estereotipada. Detrás había un paisaje artificial con
cortinas de paño. Su traje, era muy desestructurado para la época. : 1930. La
tía Mafalda era tan susceptible y trágica, nunca se sacó el luto por la muerte
de su madre. Esto suponía yo. Pero…
Buenos
Aires, 24 de diciembre de 1930.
Mi amado
Paolo.
Han pasado casi 18
meses, que no tengo noticias tuyas. Ayer en el Hipódromo en Palermo, nos
encontramos con Juanjo Andaerrechea, que hacía correr una yegua que importó de
Arabia, y me dijo que te vio en París. Habló mucho de ti. Que estabas muy
delgado, que pintabas cosas muy extrañas y que te las sacaban de las manos los
coleccionistas. No me quiso decir con quién vivías, pero estoy sospechando que
una mujer cubre mi lugar. No puede ser que ya me han devuelto más de veinte
cartas desde tu vieja dirección. Él, Juanjo, me trajo la nueva y esta carta va
a tener el privilegio de llegar a tus manos. Dime con sinceridad qué debo
esperar. Yo te sigo amando.
Tu
olvidada Mafalda.
P.D. : Me
contó Juanjo, que el cuadro que pintaste con mi fotografía está en una galería
muy importante de París y que te han ofrecido fortunas para comprarlo y que te
niegas. ¿ Dime por qué? Si aun me amas vale, sino véndelo y disfruta de la
vida. Mafalda.
Con una curiosidad increíble, me volqué a buscar las otras cartas.
Luego de revisar cartas y tarjetas de amigos y viajeros conocidos de Mafalda,
encontré la tan ansiada carta de respuesta de Paolo. Y lágrimas inesperadas se
fueron deslizando por mi mejilla.
París,
5 de febrero de 1931.
Mi querida Mafalda.
Quiero
ser sincero. Mi amor por ti se ha transformado y si bien sigues estando en mi
corazón, son tantas las leguas que nos separan y la vida aquí es tan diferente
que te ruego me comprendas. He triunfado en Europa y París me tiene como a un
niño mimado. No regresaré a ese país de ignorantes, que se reiría de mi
trabajo, como se rió de las obras de Picasso, cuando éste trató de hacer una
muestra en Buenos Aires. La sociedad porteña es muy mediocre y sólo venera a
los cautos que pintan de acuerdo a lo que los abultados vientres de ganaderos y
terratenientes pueden poner en sus salas.
Tienes
derecho a hacer tu vida. Recuerda cuánto te estima mi primo Costanzo quien me
pregunta siempre cuando pasa por París ,
por ti. Él, está cerca de ti y no lo ves. Sería un excelente marido y padre de
los hijos que nunca tendremos. De alguna manera correrá mi sangre en la de tus
hijos. Sólo te ruego que bautices a uno con mi nombre. Será el heredero de mi
amor que se fue diluyendo a la distancia. París, me atrapó en todo. En mis
largas caminatas por Montparnasse y la campiña, rememoro los paseos de tu brazo
y pienso que he perdido mucho. También he ganado mucho en mi inspiración y mis
obras. Tu retrato está en la galería de expresionistas de París, finalmente lo
vendí con mucho dolor, pero puedo volverte a pintar mil veces, como hace un
amigo mío. Su nombre es Salvador Dalí y vive en España. Pinta a su amada Gala
una y otra vez y siempre es más hermosa, como imagino estarás tú.
Es
difícil decir adiós a un amor como el nuestro, pero nadase rompe, sólo quedará
en suspenso hasta que algún día nos volvamos a ver. Recuerda mi primo Costanzo
te ama secretamente y yo estaré jubiloso si tú accedes a casarte con él.
Nunca
me olvides y yo nunca dejaré de pronunciar tu nombre sin saborear tus besos de
otrora.
Afectuosamente
Paolo.
P. D. : te envío una foto para que veas qué viejo y feo soy. Hasta
la próxima primavera que vendrá Costanzo a visitarme a París. Seguro de Luna de
Miel, contigo. Paolo.
Las
letras estaban borroneadas por las lágrimas y mirando la fecha, descubrí que la
Tía Mafalda desde el año treinta usó luto.
Por su ropa y la moda, hasta en la foto de su boda el vestido era negro, cosa
que escandalizó a medio país. La sociedad no podía entender a esa chica que
entraba a la iglesia catedral con un traje de novia totalmente negro. Yo
comprendí el porqué.
Cuando nos juntamos a cenar, Atenea,
nos relató el resto de la historia. La tía se casó con el primo de Paolo, pero
éste al comprender que ella había “amado” a otro hombre antes, nunca la tocó,
no durmieron nunca juntos, por eso no tuvieron hijos. Y así él, logró vengarse
de la “vergüenza” que significaba haber caído en la trampa social de su familia
que trató de tapar el deshonor de Mafalda. Yo, dijo, soy la hija ilegítima que
tuvo mamá y que escondieron. Jamás Paolo supo que era mi padre. Ahora, comamos y
bebamos por el amor más triste y frustrado de la familia.
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