“La
humanidad me gusta cada día más, dijo un caníbal”
Las metrallas y obús, hacían vibrar la tierra. Habían recalentado el aire
con el humo apestoso de la pólvora. Caían los trozos de paredes y árboles de la
pequeña aldea. Allí habitaban un puñado de resistentes pastores nómadas que no
permitían que les quitaran las tierras de pastoreo.
El más anciano había atrincherado a las mujeres y niños cerca del pozo de
agua en una cueva antigua de los antepasados.
Esa gente buscaba sacarlos para hacer perforaciones para extraer petróleo.
Lucharían hasta el fin.
Una noche Lumamba se escurrió para espiar a sus enemigos. Los vio tan
frágiles. Eran unos hombrecitos blancos con ropas gruesas y botas de cuero.
Transpiraban con un sudor pestilente y amargo.
No tenían agua, o tenían muy poca.
Cuando regresó casi lo matan de un culatazo, el compañero lo había
confundido con un enemigo. Él, traía noticias sobre los pertrechos y todo lo
que había visto. Hasta el olor a terror, pudo sentir y sufrir.
Al amanecer, se despertaron y con horror vieron que las mujeres y niños
habían sido masacradas. Ellos aun se veían enteros, pero rodeados por los
petroleros que con sus armas les apuntaban desde todos los rincones.
Habían perdido la partida y se entregaron sin poder hacer nada.
La maldad había ganado la partida. Lumanba, se arrodilló, oró mirando hacia
el cielo y se clavó un puñal en el pecho. La avaricia los había dejado en un
estado de orfandad y ellos como caníbales, se echaron sobre lo que quedaba de
la aldea.
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