sábado, 14 de diciembre de 2019

EL SICÓPATA




            No fue fácil para mí el ingreso a neuropsiquiátrico. Recién recibida y poco madura, no imaginaba lo que me sucedería allí. Por mi nacimiento y educación, siempre había recibido un cuidado amoroso de mi familia. Es cierto que el divorcio de mis padres cuando tenía doce años, me produjo un terremoto espiritual y mental. Pero la fuerza del amor que ellos tenían por mí, fue lo que me equilibró. Ya a los veinte y habiendo completado mi liceo, tras una serie de test de vocación me dieron como resultado o medicina o psiquiatría. ¡Que de todos modos es casi lo mismo! Ya en la facultad, tenía las materias médicas y fueron largos años de estudiar en libros enormes y asistir a clases magistrales de profesores exigentísimos.
            No fue fácil. Yo salí muy cambiada. No tenía claro qué rama seguir hasta que el profesor de psiquiatría me llamó y me ofreció una ayudantía. Me olvidé de tantas cosas como ir a bailar, salir de compras y dedicarme a mi aspecto personal. Comencé a usar unas enormes gafas de marco metálico y siempre llevé el cabello muy corto. En las guardias nos contagiábamos piojos y otras enfermedades propias de los indigentes. ¡Pero yo amo lo que hago! Soy bastante alta, parecida a mí abuela materna y como nunca tengo tiempo para sentarme tranquila a comer, soy delgadísima. Pero adoro las pastas caseras que hace mi amiga Laura que me acompaña desde la primaria. Ella se dedicó a estudiar de Chef y es maravillosa. Somos como hermanas.
            Al año que me recibí ya tenía un lugar en el hospital zonal de Campo El Pinar. Me mudé con mi perra en el auto antiguo que era del abuelo Nicasio. Alquilé un garaje donde transformé en súper departamento de médica rural. Mamá vino con Laura y tía Rosalba y me ayudaron a pintar, y hacer habitable el espacio al que la dueña, una señora viuda y sola había hecho construir un baño bastante confortable y una mini cocina. Aceptó a mi perra porque ama los animales y la mía no molesta. Siempre me esperó mientras estudiaba con paciencia y escuchaba mis clases cuando tenía que rendir o hacer una oposición por lo que creo que es tan médico como yo. Medica perruna.
            Y vuelvo a mi primer día. Fue horrible. El edificio estaba muy abandonado, era lúgubre y muy sucio. El personal, cansado y mal pago, no tenía ganas de hacer las cosas bien y yo les caí muy mal. Vieron mi cara de pocos amigos cuando llegué y de entrada me quejé por el lugar donde iba a trabajar. En dos semanas y con la ayuda de todos mis amigos y amigas del barrio habíamos pintado y arreglado muebles, puertas, ventanas y hasta el jardín. Cuando llegó el profesor se llevó una enorme sorpresa. Yo feliz.
            Él, me trajo los primeros enfermitos. Carlota, era una chica de alrededor de treinta años con tendencia suicida; Lucas era autista y maltratado por su familia lo que lo había transformado en un ser antisocial y agresivo. Y después de varios tratamientos apareció Cristian. Lo trajo la policía con esposas y lo encerraron solo en una de las habitaciones. Me dio mucha pena. Era un chico joven con delirios místicos. Delgado, de baja estatura, ojos muy tristes a veces y otras cuando tenía un delirio, le brillaban como dos luceros azules.  El profesor comenzó su tratamiento. Yo lo ayudaba si me necesitaba.
            Un día abrí su expediente y su historia clínica a pedido del profesor. ¡Qué sorpresa me llevé! Era un alumno doctorado en una universidad de Europa. Haciendo ski se fracturó el cráneo y ahí se le despertó su sicopatía. Todo comenzó en su pueblo cerca de su casa paterna: Cristian  tiene por costumbre placentera ponerle kerosene a los gatos e incendiarlos, eso no era sino una terrible acción, y hubo que hacerle entender el mal que producía; pero…lo que él respondía: Es que la partida de esa bola de fuego me hace sentir como dios cuando hizo el sol. Y delira diciendo que es un dios del Olimpo que ha regresado de la antigua Grecia.

            Lentamente me fui familiarizando con mi trabajo. Conocí a un farmacéutico de la Villa cercana y nos hicimos amigos. Me ayudó mucho a salir del ambiente opresivo de mi trabajo. Laura me venía a visitar seguido y me obligó a cambiar el modo de vestirme, maquillarme y cuidar de mi aspecto y un día: ¡OH, sorpresa, Leonardo, el farmacéutico me pidió casamiento! La boda fue en la ciudad. Regresamos a vivir en la Villa El Pinar en una casita pequeña pero hermosa. Puedo decir que soy feliz.
            No había advertido que Cristian había vuelto a los delirios místicos y un día que mi perra me siguió, él le echó alcohol y le prendió fuego. Sus risotadas me rompieron doblemente el corazón. Estaba furioso por mi casamiento y odiaba a mi esposo. El profesor, lo tuvo que enviar a otro hospital y yo aprendí a ser más discreta y a ver detrás de una sonrisa hechicera que escondía al enfermo psicópata.
           


           

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