No fue fácil para mí el ingreso a neuropsiquiátrico.
Recién recibida y poco madura, no imaginaba lo que me sucedería allí. Por mi
nacimiento y educación, siempre había recibido un cuidado amoroso de mi
familia. Es cierto que el divorcio de mis padres cuando tenía doce años, me
produjo un terremoto espiritual y mental. Pero la fuerza del amor que ellos
tenían por mí, fue lo que me equilibró. Ya a los veinte y habiendo completado
mi liceo, tras una serie de test de vocación me dieron como resultado o
medicina o psiquiatría. ¡Que de todos modos es casi lo mismo! Ya en la facultad,
tenía las materias médicas y fueron largos años de estudiar en libros enormes y
asistir a clases magistrales de profesores exigentísimos.
No fue fácil. Yo salí muy cambiada.
No tenía claro qué rama seguir hasta que el profesor de psiquiatría me llamó y
me ofreció una ayudantía. Me olvidé de tantas cosas como ir a bailar, salir de
compras y dedicarme a mi aspecto personal. Comencé a usar unas enormes gafas de
marco metálico y siempre llevé el cabello muy corto. En las guardias nos
contagiábamos piojos y otras enfermedades propias de los indigentes. ¡Pero yo
amo lo que hago! Soy bastante alta, parecida a mí abuela materna y como nunca
tengo tiempo para sentarme tranquila a comer, soy delgadísima. Pero adoro las
pastas caseras que hace mi amiga Laura que me acompaña desde la primaria. Ella
se dedicó a estudiar de Chef y es maravillosa. Somos como hermanas.
Al año que me recibí ya tenía un
lugar en el hospital zonal de Campo El Pinar. Me mudé con mi perra en el auto
antiguo que era del abuelo Nicasio. Alquilé un garaje donde transformé en súper
departamento de médica rural. Mamá vino con Laura y tía Rosalba y me ayudaron a
pintar, y hacer habitable el espacio al que la dueña, una señora viuda y sola
había hecho construir un baño bastante confortable y una mini cocina. Aceptó a
mi perra porque ama los animales y la mía no molesta. Siempre me esperó
mientras estudiaba con paciencia y escuchaba mis clases cuando tenía que rendir
o hacer una oposición por lo que creo que es tan médico como yo. Medica
perruna.
Y vuelvo a mi primer día. Fue
horrible. El edificio estaba muy abandonado, era lúgubre y muy sucio. El
personal, cansado y mal pago, no tenía ganas de hacer las cosas bien y yo les
caí muy mal. Vieron mi cara de pocos amigos cuando llegué y de entrada me quejé
por el lugar donde iba a trabajar. En dos semanas y con la ayuda de todos mis
amigos y amigas del barrio habíamos pintado y arreglado muebles, puertas,
ventanas y hasta el jardín. Cuando llegó el profesor se llevó una enorme
sorpresa. Yo feliz.
Él, me trajo los primeros
enfermitos. Carlota, era una chica de alrededor de treinta años con tendencia
suicida; Lucas era autista y maltratado por su familia lo que lo había transformado
en un ser antisocial y agresivo. Y después de varios tratamientos apareció
Cristian. Lo trajo la policía con esposas y lo encerraron solo en una de las
habitaciones. Me dio mucha pena. Era un chico joven con delirios místicos.
Delgado, de baja estatura, ojos muy tristes a veces y otras cuando tenía un
delirio, le brillaban como dos luceros azules. El profesor comenzó su tratamiento. Yo lo
ayudaba si me necesitaba.
Un día abrí su expediente y su
historia clínica a pedido del profesor. ¡Qué sorpresa me llevé! Era un alumno
doctorado en una universidad de Europa. Haciendo ski se fracturó el cráneo y
ahí se le despertó su sicopatía. Todo comenzó en su pueblo cerca de su casa
paterna: Cristian tiene por costumbre
placentera ponerle kerosene a los gatos e incendiarlos, eso no era sino una
terrible acción, y hubo que hacerle entender el mal que producía; pero…lo que él
respondía: Es que la partida de esa bola
de fuego me hace sentir como dios cuando hizo el sol. Y delira diciendo que es
un dios del Olimpo que ha regresado de la antigua Grecia.
Lentamente me fui familiarizando con
mi trabajo. Conocí a un farmacéutico de la Villa cercana y nos hicimos amigos. Me ayudó
mucho a salir del ambiente opresivo de mi trabajo. Laura me venía a visitar
seguido y me obligó a cambiar el modo de vestirme, maquillarme y cuidar de mi
aspecto y un día: ¡OH, sorpresa, Leonardo, el farmacéutico me pidió casamiento!
La boda fue en la ciudad. Regresamos a vivir en la
Villa El Pinar en una casita pequeña pero
hermosa. Puedo decir que soy feliz.
No había advertido que Cristian
había vuelto a los delirios místicos y un día que mi perra me siguió, él le
echó alcohol y le prendió fuego. Sus risotadas me rompieron doblemente el
corazón. Estaba furioso por mi casamiento y odiaba a mi esposo. El profesor, lo
tuvo que enviar a otro hospital y yo aprendí a ser más discreta y a ver detrás
de una sonrisa hechicera que escondía al enfermo psicópata.
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