Pequeña ciudad adormecida.
Te trepas como hiedra
en los muros del alma como serpiente venenosa
que lame mis entrañas y mis ojos, con ponzoña de muerte
y un fango pegajoso y pestilente que me ahoga.
Tus muros de piedra enmohecida y pájaros agoreros
me llenan de espanto. Dolorosamente.
La negra experiencia de la muerte revolotea en mi aurora.
El miedo y el dolor y la distancia y un lejano temblor de
alas
y de picos que golpean la piel y mis quimera.
Un dios que me olvidó y sonríe lejano.
No le encuentro latido ni lágrimas a las rocas,
dormidas en su antiguo rostro de insienso y mirra.
Se aleja, no me mira y está quieto en un horizonte
de palmas. Palomas negras se quiebran en los muros.
Oscuros y callados golpeteos y murmullos
de voces silenciosas que nadie oye. Ya nadie oye
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