Bueno, dijo Belén a su nana, me voy.
Quiero ver el mundo y conocer los mares infinitos, los castillos de Rin y los
antiguos monumentos de Roma. La institutriz se reía. -¿Cómo pagarás tus
viajes?- Papá me dijo que yo tenía mucho dinero en una cuenta de banco. - Pero
con diez años dudo que te den ni una moneda en ese lugar.
¡Qué mala eres, si mamá regresara
del congreso en Viena, seguro me comprendería! Ella vive viajando y dice que es
lo mejor que Dios ha hecho para las mujeres. Dice que nunca se aburre. Yo acá
con mis tareas me canso hasta el infinito. Quiero irme de casa, vivir una buena
aventura y salir de la profesora de piano a la que odio, no jugar más al tenis
con “Julián” y poder tener un perro que me siga por todos lados.
-No podrá ser por ahora, hija mía,
pues eres muy joven aun. Yo te prometo que si salgo de vacaciones este año, te
llevaré a un lugar paradisíaco.- cuando salió de la casa con el chofer no
imaginó que muy pronto vivirían una verdadera aventura.
A pocas cuadras de la autopista, se
detuvo un coche adelante y otro atrás, casi pegado al suyo. Bajaron tres
encapuchados y apuntándole lo obligaron a bajarse. El chofer sonreía. Lo había
entregado. Le pusieron una bolsa negra de tela rústica en la cabeza y le
obligaron a subir a una camioneta. Apuntaron a los neumáticos del auto nuevo de
Lisandro y al chofer le dieron un culatazo, como habían quedado de antemano.
Cuando pasó una patrulla se encontró
un joven desmayado, las puertas abiertas y faltaban la cartera del dueño con
papeles comerciales, la computadora portátil y el chofer que no podía explicar
qué había pasado.
Celeste, la pequeña vio llegar un
coche negro, por la ventana del escritorio. La nana estaba en su clase de tenis
con Julián y ¡Tampoco vio nada! Un par de tipos entraron y apretando con fuerza
a la niña, la sacaron con dificultad de la casa. Sí, con dificultad, porque
daba patadas y se defendía como una tigresa. Al no tener perros, nadie escuchó
nada.
Fue llevada atada y sofocada con la
boca cubierta con tela de embalar, manos atadas con sogas y pies de igual modo.
La chiquilla, seguía dando codazos, patadas de doble pies, por las ataduras y
cabezazos con furiosa osadía. Los alcahuetes no imaginaron nunca que una
pequeña fuera tan furiosamente brusca. Celeste sabía cómo defenderse, después
de todo.
El lugar era frío, húmedo y
silencioso. Sólo escuchaba el ruido de cadenas y el murmullo de gente que
hablaba a los gritos muy lejos de ahí. ¿Dónde estaba? No se apuró, ni lloró, sólo
se quedó expectante esperando que alguien se acercara para volver a patearlo. Y
de poder hacerlo morderlo hasta sacarle sangre. ¡A ella la iban a doblegar!
Cuando la nana regresó de la cancha
de tenis, se sobresaltó. Vio cosas caídas por todos los lugares por donde
sacaron a su pupila. Llamó a la policía que prácticamente estaba en la puerta
de la hermosa casa. Ellos traían la noticia del secuestro del dueño de casa.
Lisandro había desaparecido, el chofer internado no volvía en sí. (Cosa que no
estaba en los planes) y ahora faltaba la niña.
Morena Jordán no había regresado
todavía. Llegaría el jueves y ¿quién la iba a ir a buscar al aeropuerto si el
chofer no estaba sano? Era ahora la única de la familia que estaba libre y a
merced de los forajidos.
El teléfono sonaba y sonaba, pero la
policía no permitía que la nana, Matilde, atendiera. ¿Estaría Celeste con el
padre? Sabría alguien que había pasado. Un inspector la señaló a Matilde que
atendiera. Julián había buscado a la cocinera que no hablaba español, para que
preparar algo para comer y malhumorada la mujer no entendía nada. Era un
inmigrante asiática que había entrado en la casa por una agencia especializada
en contratar gente de servicio que no se inmiscuyera en los problemas de la
casa. Venía de un remoto país: Burma. La antigua Birmania.
En el recinto había penetrado el
frío. Alguien se acercó a Celeste con una frazada y ella le asestó semejante
patada, que escuchó un aullido de dolor
y un insulto en un idioma que no conocía. ¡Por fin tenía una aventura digna de
diferenciar su tonta vida con la real! Esa que ella soñaba. Imaginó toda la
historia. Lo que no sabía era que su papá estaba en otro lugar en peores
condiciones que ella y que su madre por razones comerciales se demoraría más de
una semana.
Algún valiente le dejó un jarro con
sopa cerca. Ella lo volcó con los pies… moriría de hambre y saldría en los
diarios: -“Joven niña raptada muere de hambre en manos de sus captores”- no
pasó. Entre cuatro energúmenos la sostuvieron por los brazos y las piernas y la
obligaron a tragar una sopa. Le supo deliciosa. Pero escupió un poco para que
no se alegraran. Hablaban muy mal castellano.
Lisandro Loria pensaba en su
familia. ¿Dónde estaría y cómo su pequeña Celeste? ¿Y Su esposa Morena? La
fábrica en manos de sus eficientes ayudantes seguiría bien, eso no lo dudaba.
No les entendía a estos mal nacidos lo que querían. Seguro más dinero del que
podía tener a mano. El comía lo que le traían y ellos sonreían. – ¡Este hombre
no sabe que tiene una fiera en la familia! Su hija. Esa sí era una mujer con
agallas a pesar de sus cortos años. Una tigresa. Aun no conocían a Morena.
Morena llegó un viernes y le llamó
la atención que en lugar de venir el chofer, la esperaba un auto de la policía.
– ¡Seguro, entraron a robar en casa, menos mal que las alhajas las guardé en el
banco antes del viaje, por lo menos las más valiosas!- pero no. El tema era
otro más ofensivo. Su hija estaba desaparecida. Imaginó lo peor. Rapto,
violación y muerte.
No, le mostraron una misiva de los
energúmenos que decían que no la habían tocado. ¡Claro quién se acercaba
recibía semejantes puñetazos y golpes que con la vida que conocían no querían
ni verla! De su marido una esquela rogándole hablara y conciliara con esos
hombres. ¡Se puso furiosa! Los gritos se oyeron hasta las cuatros manzanas que
rodeaban la casa. Sacó un arma que tenía en un escondite y comenzó a llenarle
el cargador con balas especiales. Atendió el teléfono y les dijo: “Lleven a mi
hija y a mi marido al Jardín Zoológico, yo les llevo lo que piden”
Cuando llegaron la policía había
despejado de niños el predio, unos agentes disfrazados se hacían pasar por
cuidadores, jardineros y vendedores de galletitas para los simios. Ella los vio
a Celeste y Lisandro bajar despacio con dos tipos de cada lado. Sin que
pudieran hacer ningún movimiento desde su bolsillo en la amplia chaqueta comenzó
a disparar y mató a los cuatro que estaban junto a sus amores y después rápida
como un rayo a los que estaban en los autos.
¡Nunca supieron los malvivientes que
era campeona olímpica e internacional de tiro! Al chofer todavía lo tienen en
terapia intensiva del hospital de alienados.
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