Javiera
caminó en círculos cuando recibió la carta. Enroscó el cabello una y mil veces
recordando las viejas historias que Igor, su anciano abuelo relataba.
La luz se
fue despidiendo en arco iris tras la arboleda. Tomó la decisión e iría a
investigar a Castelli, el pueblo donde llegaron desde Gómel; Bielorusia, sus
antepasados.
Armó la
mochila con lo mínimo indispensable y una pequeña fiambrera con dos sándwich y
frutas. El equipo de mate siempre en el automóvil. Sólo cargó agua en el termo.
Durmió unas horas y comenzó el viaje, una verdadera aventura.
Arribó a la
plaza frente a la municipalidad y la iglesia. Desorientada dio algunas vueltas
por el pequeño pueblo. Se detuvo frente a una esquina, allí vio el cartel:
“Museo y archivo regional de Castelli” ¿estará la clave a mis preguntas? La anciana que de espaldas escribía en un
enorme libro parecía la imagen sacada de un afiche de 1930. Cuando se volvió y
enfrentó a Javiera, se le cayó un libro de las manos temblorosas. Se caló con insólita energía las lentes y le
dijo:- ¿Natalia Èsenín? ¿Tú aquí? ¡Si en 1945 en el accidente de Cruz Negra…!
¡Igor Selfchovensky sobrevivió, y se fue a…! ¿A dónde? No recuerdo.
Hola soy
Javiera, la nieta de Natalia e Igor. Conozco algunas historias, sólo necesito
un certificado de arribo y defunción de ellos para viajara Gómel a Bielorusia.
Espera
muchacha, eres idéntica a tu abuela, murmuró la mujer mientras se alejaba por
el pasillo. -Lo encontré, acá está.-
allí está la fotocopiadora y tengo todos los sellos del juzgado de Paz.
Yo soy la esposa del Juez.
Con los
papeles listos en pocas horas Javiera partiría a recibir una enorme herencia de
sus abuelos en el lejano país. Lo que nunca esperó lo supo al llegar.
La antigua
casona estaba muy derruida, por la guerra, pero dentro estaba una hermosa
imagen de la otrora riqueza de la familia. Los muros húmedos desprendían un
olor desagradable a grasa animal quemada. El piso cubierto por paja y tierra,
mostraba el deterioro de años de descuido. Salió por una puerta desvencijada y
caminó por las piedras de una calle muy antigua, con el típico centro perfilado
para que desembocara el agua servida y la lluvia. Llegó a una posada y allí
tomó una precaria habitación.
Cuando
descendió al comedor, del que un apetitoso olor a comida casera la atraía,
encontró a varios parroquianos que la miraron con asombro. Ella no hablaba el
idioma y no entendía lo que hablaban. Se acercó una mujer, cubierta por un
delantal de rústica tela blanca. ¿Natalia? – No, soy Javiera, la nieta. La
mujer buscó desesperada ayuda para comunicarse en ese idioma desconocido. Un
anciano salió y regresó al rato con un sacerdote que hablaba algo de español.
-Ha
revolucionado el pueblo. Todos quieren saber de donde viene y si es hija de
Natalia Èsenín y de Igor Selfchovensky. Se fueron antes de la guerra,
abandonando todos sus bienes y familia. Huyeron dejando a los padres y la casa
en manos de los soldados, que los mataron y robaron todo.- dijo mirando a los
comensales. Que ávidos esperaban saber.
-Vengo
desde América, de un pueblo de Buenos Aires que se llama Castelli. Soy la nieta
de Natalia e Igor y he recibido esta carta. ¿Me puede ayudar? – el abuelo le
prohibió a mi madre aprender el ruso y yo hablo poco inglés. -¿Usted cómo
conoce mi idioma?- sonrió Javiera.
- Viví unos
años en España. Pero hace tiempo y cuando uno, no practica un idioma se va
olvidando y perdiendo.
-Es verdad,
pero ¿qué dice ahí?- miró alrededor y continuó- traje papeles que certifican
que soy quien soy.
- No sería necesario,
es idéntica a su abuela dicen todos acá, una verdadera aparición. Pero venga mañana
al templo y el acompaño a la comandancia. Hasta mañana entonces.
-Hasta
mañana y gracias, ¿A qué hora? – dijo casi sin ser escuchada por las preguntas
que le hacían al hombre.
- ¡Venga a
las nueve!
Se despertó
con los sonidos de cacharros de la cocina y los gritos de la calle. Se acicaló
y sacando de la mochila la ropa partió hacia el lugar donde se alzaba un
campanario que sobresalía del resto de las casas. Allí encontró al hombre de
Dios que la esperaba con un libro antiguo.
El prefecto
la recibió con mucha curiosidad y religioso por medio y después de entregar los
papeles que acreditaban su nombre y procedencia, éste, se acercó le tendió la
mano y en un cordial saludo que ella intuyó era alegre, le entregó un montón de
papeles en una carpeta.
Casi se
desmaya cuando le explicaron que era dueña de medio pueblo, que habían guardado
un cofre con valiosas joyas y en especial, que un anciano había escondido por años
cien monedas de oro. ¡Ella ahora era rica!
Le dio al
monje diez monedas y le pidió que buscara gente para dejar como habitantes de
la casa y la tierra. El anciano prefecto, le aseguró, a través del clérigo, que
habían cuidado de todo el patrimonio, incluso a costa de la vida de algunos
habitantes del lugar.
La
acompañaron a recorrer las tierras, con añosos árboles y animales, que
rescataron después de los bombardeos. ¡En fin ¡ Javiera cuando regresó, sintió
que la vida había sido muy generosa con ella. De alguna manera debía devolver
ese favor.
¡Regresaría
para ayudar a todos los que le cuidaron las cosas de sus abuelos!
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