La noche se
ponía el poncho de violeta con perfume a frío. Ciriaco Luna, cabalgaba
sosteniendo un trote suave en su lobuno. Detrás, el “Flechita” con la cola
entre las patas, seguía a su amigo. Oscurecía y en escampe, sólo se veía el fuego
del cigarro que se quemaba entre los labios secos del hombre. Las nubes se
habían diluido entre los cardales. Y él, confiado seguía la huella que lo
llevaba a su rancho.
No estaba
Una ráfaga
helada le voló el sombrero y salió disparado hacia el corral de chivos. Se le
escapó una maldición. Se arrepintió al instante. No hay que llamar los
fantasmas en noche sin luna. Flechita se alarmó; su pelo se había erizado y las
orejas en punta le señalaron su enojo. Había algo raro en el aire.
En el
algarrobo un cuchillo clavado sostenía un papel con palabras escritas en malos
garabatos. Sacó la nota y el cuchillo. Lo limpió en la camisa y abrió la puerta
del rancho. Prendió el farol de kerosene que iluminó en naranja la pobreza de
las paredes de barro. El perro se echó junto al fogón y allí se quedó dormido.
Antes había tomado agua con fervor de animal y ni miró el trozo de pata de vaca
que le había puesto Ciriaco en una lata junto al agua. Él, Ciriaco, estaba muy
cansado, quería echarse en el catre pero primero con suma dificultad, leyó la
nota.
Mañana
tendré que ir a la vieja Capilla del Cavadito. Me esperan. Caracho con el
difunto. Nadie se imaginaba que estaba malo. Se comió una torta frita, seca y
dura que tenía días en la fiambrera, con una tajada gruesa de jamón de chancho.
Y se quedó dormido.
Ululaba el
viento a la madrugada. Y despertó con la garganta arenada y sedienta. El agua
en la palangana estaba helada, rompió con una piedra el hielo y se lavó como
pudo. ¡Vamos Flechita, tenemos que ensillar y se nos viene el calor y es lejos!
El animal, levantó la cabeza y movió la cola. No quería salir con esa helada.
Esta vez
ensilló a “Carasucia”, la yegua y se puso camisa blanca y bombacha negra. Cinturón
de función de tristeza y caló sombrero algo nuevo. Poncho blanco hecho por
Se fue sin
esperarlo, tal vez lo siguiera. Lo alcanzaría en un trecho. Al trotecito
variado arrastró su tristeza. ¡No es tiempo para que mi amigo se fuera!
Casi al
medio día, se le negó la yegua. Las patas encabritadas sostenían su cuerpo que
se apretaba a las crines. ¿Y a vos qué te pasa? Un murmullo de pájaros, jotes
dañinos se arremolinaron en la cruz del camino. A lo lejos, se veía
Entonces,
entre los yuyales encontró un cadáver. ¡Era el cuerpo de Carmen! Un cuchillo
igualito al que encontró en el árbol, tenía su mujer clavado en el pecho.
Se apeó y
vio su rostro entumecido y yerto. Carasucia coceaba entre los yuyales y un
sonido de triunfo escuchó tras los árboles. La carcajada histérica de
¿Teresa qué
pasó? Y al darse vuelta ya no estaba la loca. No había nadie
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