martes, 22 de junio de 2021

LA MUDANZA INESPERADA

 

Ni bien encendió la luz, vio que se encontraba dentro de una habitación muy desordenada. Limpia, pero una cosa tirada por ahí y otra por allá. Sobre el piso de madera sin lustrar, caía el agua desde la escalera. Era una verdadera catarata gris azulada. No había un olor conocido. Era picante y áspero para los pulmones. Sintió miedo, a pesar del precioso sonido del agua que caía. Miró hacia la baranda del piso superior y cayó en la cuenta que del techo, con un enorme agujero, se dejaba caer el agua. Debía subir para reparar el techo, pero no podía. ¿Para qué, se preguntó? Si allí no se quedaría ni unos minutos. Esos eran los planes. Dejar el bulto que le pidieron hiciera el favor de llevar y regresar a su hotel.

Un sonido gorgoteante lo distrajo. Del piso comenzaba a salir agua también;  sus zapatillas se mojaban con desconsuelo. Se paró en un resquicio seco y trató de saltar para evitar la humedad que fluía. Fue en vano. Se cayó en medio del charco. Una palabrota grotesca salió impulsada de su garganta. Quiso atraparla pero fue tarde. Allí bailoteaba en medio del sonido acuoso. De pronto, parada junto a una ventana sin vidrios se asomó una cabeza. Era de suave color rojizo. Enormes ojos negros lo observaban mientras de la boca, la risa, aplaudía el recinto con fuerza. La muchacha se reía de su postura o de él.

Se enojó. Su rostro era el de un pequeño demonio irritado. Y ella, se dejó caer a su lado, con un deshilachado vestido verde y con un zapato rojo, sin taco y otro azul con suela de goma. Despeinada. Alegre. Se reía, mientras miraba con curiosidad sobre la mesa el paquete envuelto en papel color marrón que envolvía un cordel de mechudo hilo  amarillento. Parecía un espantapájaros escapado de en medio de la campiña de un cuadro de Van Gogh. Renso, se quedó quieto dejando que el agua lo invadiera. ¡Total, ya era inevitable estar mojado y no quiso ser más el monigote que ella veía!

Toma tu estúpido correo y déjame ir. Entrégame, por lo menos, una buena propina. Pero no volveré jamás a traer nada desde la ciudad. Eres detestable. Se irguió y tras darse vuelta intentó salir. Pero el agua ya le llegaba hasta la pantorrilla. Tenía dificultad para mover sus piernas ortopédicas, cuyas partes metálicas le hacían doblar las bisagras sin que pudiera impedir el brusco movimiento. Ella lo abrazó por debajo de las axilas y lo arrastró hasta el sillón, que con sus resortes saliendo por todos lados se pinchaba el cuerpo. Pudo sentarse más cómodo y al ver la triste figura de la joven comenzó a reírse, esta vez de ella. ¡Eres un esperpento! Si te hubiera conocido antes no traigo el correo. Pero viene de tan lejos, que pensamos que era importante y valioso. Nunca más. ¡Eh, dije nunca más! Mira el daño que me he hecho por culpa de tus derrames. ¿Qué se te rompió, además del techo? ¿O son las lágrimas de los fantasmas por verte tan fea y mal peinada? Mírate. ¿Acaso no tienes un espejo? Ayúdame a ir hasta el puentecillo de tu huerto y así, ya algo más seco volveré a mi vida normal. ¿Vives sola? Ella lo observaba señuda. ¿Eres insoportable, me quejaré al jefe de correo por el empleado que mandan. Te crees mejor porque eres de la ciudad, pero tus piernas no me hacen sentirte pena ni siquiera siento ganas de hablarte. Se acercó a la puerta y haciendo un ademán de saludo salió. ¡Oye, eh, tú, testaruda! Debes ayudarme. Mi nombre es Sara. No te pienso ayudar si no te disculpas. ¡Bien estimada Sara, tendrás que ayudarme, de lo contrario tendrás que cocinar para mí, limpiar este desastre total y secar todo! Ya que no me iré. Solo no puedo llegar hasta el huerto y pasar la barandilla si no tengo secas las piernas ortopédicas. Tú decides. La soledad se reflejaba en los ojos negros de Sara, quien miraba tratando de ser indiferente el cuerpo desmembrado del muchacho. De un tranco se acercó al sillón y con la fuerza de un muchacho lo alzó sobre sus brazos y salió de la vetusta casa mojada.

Lo depositó sobre la tierra ocre y apenas perfumada a vides recién cosechadas. Vete. No vuelvas más. ¿Crees que te toleraré otra vez acá en mi mundo perfecto? Si allá, en la ciudad, debes ser el hazme reír de todos. Mala, eres muy mala Sara… una muchacha con espíritu de bruja. Eso debes ser. ¡Bruja tu hermana! Yo soy una reina. O lo seré cuando cumpla los dieciocho años en septiembre. Vete, vete. Y se escondió con rapidez. Renso sintió pena. ¡Pobre chica, allí, en medio de ese lugar tan triste! Si tuviera mis piernas sanas, le ayudaría. La cabecita se asomó para espiarlo. Tengo mucho que hacer, por lo que debes irte.¡Ah, sabes que me has traído? Un vestido nuevo y un par de zapatos de tacones plateados. El vestido es azul y es hermoso. Nunca me verás vestida con él. La risa atravesó el espacio. El viento trajo la voz risueña de Sara, que sólo conocía su verdad. Apenas podía entender lo que le hablaban, su inteligencia había sufrido una seria fractura en un momento de su adolescencia por un raro síndrome, que infectara su corteza cerebral.    

           

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