“NO HAN DE SER TUS CAÍDAS TAN VIOLENTAS”
PEDRO
B. PALACIOS (ALMAFUERTE)
Sintió la afrenta. El patrón estaba obsesionado con la hija de Palmira. Había cumplido doce años y tenía un cuerpo de mujer que lo volvía un tigre. Despertaba en las noches calurosas, con un sudor hediondo entre las sábanas. Soñaba con la niña. Su cabello negro que caía sobre la espalda oscura por el sol que amedrentaba las sombras. Sus pequeños senos, apenas pretendiendo empujar la tela rústica de su vestido pobre y viejo.
Despertaba y se metía baldazos de agua fría para romper ese ardor incurable que sentía.
Podía ser su padre o su abuelo. Y la pobre niña, atenta siempre por orden de la madre le acercaba un mate para que desayunara.
Palmira
lo observaba desconfiada. ¡Ese matungo fiero y enclenque no la va a arruinar a
¡Y esa chiquilina, tan inocente no se daba cuenta de las miradas turbias del patrón! Aun jugaba con el gato, el felino se desparramaba sobre la pollerita de la niña ronroneando. Luego afilaba la uñas en sus alpargatas y saltaba cuando Macaria le daba un trozo de carne. Simple juego de pequeña campesina.
En invierno
cumplía los trece. Hacía frío y la leña escasa bailoteaba en el rostro
sonriente de la muchachita.
Nada madre, el patrón se resbaló en la nieve y se hizo daño en la cara, yo lo auxilié; como usted me enseñó. ¡El pobre hasta lloraba!
¡Está bien, ya lo voy a ver! Salió Palmira azuzada por la curiosidad. Llevaba un poco de venda y agua oxigenada. Golpeó. La rústica voz del hombre le ordenó que se fuera. Pero ella empujó la puerta e ingresó en la oscura habitación del patrón.
Sobre la cama, envuelto en un papel de seda, había un vestido color carmesí y unas cintas. ¿Y eso? No serán para mi Macaria…
Se acercó y en la cara del patrón los arañazos del gato, habían dejado huellas húmedas y vergonzantes. El animal, había saltado sobre él cuando intentó tocarla y Macarena, se asustó tanto, que no supo qué hacer. Creyó que el animal, lo había hecho de pura maldad. Y trató de ayudarlo.
¡Me caí, Palmira, eso fue todo! Y el gato me arañó un poco. No fue nada, pero te pido, que mandes a la niña con tu madre a otro lado. No la quiero aquí con ese gato.
La mujer cerró los ojos y salió despacio. Sabía que si no se la llevaba de allí pronto una caída certera, sería sobre la muchacha.
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