Mi boca seca. Los ojos empañados por algunas
lágrimas. Los brazos extendidos hacia las entrañas de la profunda oscuridad. Todo
mi cuerpo un arpón. La piel que reacciona al frío con un fino temblor capilar.
La brisa es una danza de navajas. Mi labio inferior convulsiona liberando
tenues quejas de temor, hielo y soledad. Nada, vivo a miles de metros, solo mis
pies descalzos en lo que puedo percibir como un lecho rocoso. Desde el
horizonte inexistente de tanta noche se visualiza un pequeño punto luminoso. El
piso empieza a temblar mientras el ruido se hace paulatinamente cada vez más
presente. Mi cuerpo es ahora un tensor. El punto que crece abriendo a su paso
destellos de sombras. Vías, durmientes y la nada fuera del cono que ha parido
el punto. Mis ojos lastimados por la claridad, mi rostro iluminado por la luz
se confiesa descompuesto por el miedo. Un silbato a lo lejos. Todo se
precipita. Dejo un grito libre de socorro al vacío. Las manos defendiendo la
cara. La luz que todo lo envuelve devorando las formas, los miedos y el grito.
Silencio.
Despierto
una vez más envuelto en sudor. Siempre el mismo sueño. No hay ya la exaltación
de las primeras veces, no hay pensamientos residuales de búsqueda de absurdos
significados. Esa necesidad de traer a la realidad aquello del subconsciente a
través de interpretaciones, pobres paralelismos entre lo tangible y lo irreal.
Un patético acto humano más. Hay, en cambio un sentimiento de certeza. El sueño
es una rutina más, como levantarse, lavarse los dientes, un café y el
colectivo. Las mismas caras de dormidos. Las corridas, los comentarios de lunes
en la mañana. Solo eso, pura, simple y gris rutina. A duras penas me incorporo
al borde de la cama, el lecho mojado me despide con su olor de humedad de
noches pasadas. Afuera ha llovido. Hace calor en las madrugadas de febrero. El
ventilador desvencijado da melodías de giros como en reproche por mi falta de
mantenimiento. Busco a tientas el paquete de cigarros, ni uno solo. Mi mano
recorre el rostro reconociendo arrugas, depresiones y demás imperfecciones
labradas por jornadas de insomnio. Un acceso de tos violento. Escupo en una
pared con carencia singular de puntería.
Una maldición en la oscuridad y me derribo otra vez en la cama. No hay
mejor forma de comenzar un lunes.
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