¿Quiere que le cuente? A veces miro a la
nena y me sorprende. Es tan dulce su mirada, tan callada y buena, que me
asusta. Cuando la traje al mundo tuve miedo. Mucho miedo. ¡Somos tan pobres!
Pero apareció como una madejita rosada y chillona entre mis manos ásperas, por
la dura tarea de fabricar ladrillos. El Ecelino, es un peruano que se vino
escapando, como todo pobre del hambre, y quién sabe de qué escondrijo zorruno.
Pero se apareó conmigo y es buen hombre. No sabe, como yo, leer. Nunca fuimos a
la escuela, hasta ahora. La que supo ser mi vieja, me dejó apenas abrí los ojos
con el hombre que dice ser mi padre. Ahora lo tengo en el rancho y lo cuido. Es
tuberculoso y tiene un reuman, de esos que no tienen vuelta. Trabajó mucho, es
cierto. Nunca supe yo lo que era jugar. Siempre a su lado trabajando y lavando
la ropa y cocinando. Seis o siete años, tenía, cuando me dijo que me cortaba el
pelo y me vestía de muchacho, para protegerme de los “golondrinas”. Y me crié
así. Como hombre. Usé siempre ropa de chico y el pelo cortado. Me creí que era
un varón hasta que un día me sangró la pierna. Y él, asustado, me llevó a la
salita en el Algarrobal. Allí supe con sorpresa que era hembra. Y una dotora me
empezó a conversar de mi apariencia, palabra que yo escuché por primera vez.
Tuve vergüenza y me reculé más, todavía. No quise salir por meses. Hasta que mi
padre empezó con las escupidas con sangre.
Pasó
un par de años y conocí al Ecelino. Era muy guapo. No tenía miedo al trabajo y
me miraba. Enseguida se dio cuenta que era mujer. Él, me dijo un día si quería
ser su esposa y que me ayudaría con plata y el trabajo que se me había
duplicado, con esta enfermedad de mi papá. Y acepté. No sabía todo lo que era
ser la mujer de un hombre. Mi papá algo quiso decirme, pero se le trabó la
lengua y se quedó allí repitiendo la palabra “Pobre”, “Pobre Jubelina”.
Jubelina es mi nombre. ¿Lo escuchó alguna vez? Nadie lo ha escuchado. Y así de
golpe una noche después de tomar una sidra helada supe. ¡Eso era ser mujer!
Tenía que obedecer a sus reclamos de hombre. Al principiar me dolía. Después me
acostumbré. Eso sí, el Ecelino, nunca me pegó. Nunca faltó la comida y traía
ropa y zapatillas para mí y mi papá, que cada día estaba peor, hasta que lo
llevó al hospital y allí lo mejoraron.
Y
un día me puse gorda y me dijeron que tenía un hijo en la panza. Al tiempo
nació
Bueno,
ahora voy al grano. Se acuerda cuando me llamó la maestra de la nena, yo no podía
leer lo que decía la nota. Me dio vergüenza y me fui a un centro comunal de la
municipalidad y pregunté si alguien me podía enseñar a leer. Me miraron
sorprendidos. Cuando me preguntaron la edad y se las dije, más sorpresas. Tengo
treinta y tres años. ¿Usted, cuántos creía? No, no me enojo. Creía que tenía
como cincuenta, es la vida que llevé. Bueno, le cuento mi secreto, principié la
escuela. Para eso vine. Acá tiene la libreta. Como no tengo mamá, ¿me la puede
firmar? No vayan a creer que nadie sabe que he estudiado y paso de grado. Para
mí es importante. Es un respeto al maestro y al Ecelino, que trabaja más horas
para que yo no deje. Ah, gracias por firmar; pero no llore. ¿Me felicita? ¡Que
se siente feliz? Imagínese yo, que puedo leer las notas de la maestra de la
nena. Señora directora, no le diga a nadie que yo recién ahora voy a la
escuela. ¡Pero no me llore más! Me hace dar más pena.
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