miércoles, 9 de junio de 2021

PERDER LA INFANCIA NO ES PERDER LA VIDA

 

            ¿Quiere que le cuente? A veces miro a la nena y me sorprende. Es tan dulce su mirada, tan callada y buena, que me asusta. Cuando la traje al mundo tuve miedo. Mucho miedo. ¡Somos tan pobres! Pero apareció como una madejita rosada y chillona entre mis manos ásperas, por la dura tarea de fabricar ladrillos. El Ecelino, es un peruano que se vino escapando, como todo pobre del hambre, y quién sabe de qué escondrijo zorruno. Pero se apareó conmigo y es buen hombre. No sabe, como yo, leer. Nunca fuimos a la escuela, hasta ahora. La que supo ser mi vieja, me dejó apenas abrí los ojos con el hombre que dice ser mi padre. Ahora lo tengo en el rancho y lo cuido. Es tuberculoso y tiene un reuman, de esos que no tienen vuelta. Trabajó mucho, es cierto. Nunca supe yo lo que era jugar. Siempre a su lado trabajando y lavando la ropa y cocinando. Seis o siete años, tenía, cuando me dijo que me cortaba el pelo y me vestía de muchacho, para protegerme de los “golondrinas”. Y me crié así. Como hombre. Usé siempre ropa de chico y el pelo cortado. Me creí que era un varón hasta que un día me sangró la pierna. Y él, asustado, me llevó a la salita en el Algarrobal. Allí supe con sorpresa que era hembra. Y una dotora me empezó a conversar de mi apariencia, palabra que yo escuché por primera vez. Tuve vergüenza y me reculé más, todavía. No quise salir por meses. Hasta que mi padre empezó con las escupidas con sangre.

            Pasó un par de años y conocí al Ecelino. Era muy guapo. No tenía miedo al trabajo y me miraba. Enseguida se dio cuenta que era mujer. Él, me dijo un día si quería ser su esposa y que me ayudaría con plata y el trabajo que se me había duplicado, con esta enfermedad de mi papá. Y acepté. No sabía todo lo que era ser la mujer de un hombre. Mi papá algo quiso decirme, pero se le trabó la lengua y se quedó allí repitiendo la palabra “Pobre”, “Pobre Jubelina”. Jubelina es mi nombre. ¿Lo escuchó alguna vez? Nadie lo ha escuchado. Y así de golpe una noche después de tomar una sidra helada supe. ¡Eso era ser mujer! Tenía que obedecer a sus reclamos de hombre. Al principiar me dolía. Después me acostumbré. Eso sí, el Ecelino, nunca me pegó. Nunca faltó la comida y traía ropa y zapatillas para mí y mi papá, que cada día estaba peor, hasta que lo llevó al hospital y allí lo mejoraron.

            Y un día me puse gorda y me dijeron que tenía un hijo en la panza. Al tiempo nació la María Belén. ¡Era tan bonita! Como es ahora. Suave y dulce. Que no le hice caso al dolor. Yo he sufrido tantos dolores sin que estuviera entre mis brazos esa florcita llamada María Belén, que no me importó tener puntos entre las piernas. Pesó cuatro kilos. Era larga y regordeta. Ahora es tan bonita. Yo no le voy a cortar el pelo. El Ecelino, la cuida y dice, que a ella nadie la va a tocar. Y si alguien se atreve lo mata. ¡Yo creo que huyó de su país por algo así, eso creo! Acá se cuida mucho y le escapa a tomar y las fiestas de sus paisanos.

            Bueno, ahora voy al grano. Se acuerda cuando me llamó la maestra de la nena, yo no podía leer lo que decía la nota. Me dio vergüenza y me fui a un centro comunal de la municipalidad y pregunté si alguien me podía enseñar a leer. Me miraron sorprendidos. Cuando me preguntaron la edad y se las dije, más sorpresas. Tengo treinta y tres años. ¿Usted, cuántos creía? No, no me enojo. Creía que tenía como cincuenta, es la vida que llevé. Bueno, le cuento mi secreto, principié la escuela. Para eso vine. Acá tiene la libreta. Como no tengo mamá, ¿me la puede firmar? No vayan a creer que nadie sabe que he estudiado y paso de grado. Para mí es importante. Es un respeto al maestro y al Ecelino, que trabaja más horas para que yo no deje. Ah, gracias por firmar; pero no llore. ¿Me felicita? ¡Que se siente feliz? Imagínese yo, que puedo leer las notas de la maestra de la nena. Señora directora, no le diga a nadie que yo recién ahora voy a la escuela. ¡Pero no me llore más! Me hace dar más pena.

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