Fue un encuentro fugaz en la escalinata del templo.
Fue encontrar toda la historia de una vida del hombre.
Milenario, callado, de mirada penetrante y aguda.
Sus manos apenas sostenían una escudilla con flores.
Las ofrendas. El amor a su dios invisible.
Se detuvo un instante y me miró sin sorpresa.
Yo era la intrusa en su vida de
sabio. Era
en su rostro atravesado de estrellas, de arrugas y caminos,
de tiempo y de tristezas. Caminó lentamente hacia el templete
con su alforja vacía y pletórica de Alma.
¿Qué vida escondía en su mirada quieta?
¿Qué pasiones y alegrías contenía ese frágil anciano en su cuerpo?
Fue fugaz nuestro cruce de dos mundos diferentes,
pero dejó una pálida sonrisa en su rostro de antiguo caminante.
De oráculo escondido en su cuerpo diminuto.
De imperioso portador de incontables historias.
De peregrino hacia el encuentro con una luz divina.
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